Donde la limpieza étnica es permisible

Para los palestinos, la izquierda israelí y la Administración Obama, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, ha ido demasiado lejos. En un vídeo que su oficina hizo público hace unos días, Netanyahu afirmaba que lo que en realidad pretendían los palestinos con su cruzada para obligar a Israel a eliminar los asentamientos de la Margen Occidental era la “limpieza étnica” de los judíos. La Autoridad Palestina (AP) respondió airada que no tenía nada contra los judíos, y que lo que quiere es poner fin a la “ocupación” israelí.

El Departamento de Estado de EEUU compartió las críticas hacia Netanyahu diciendo que la oposición a los asentamientos no tiene que ver con la intolerancia. Washington cree que el problema es la necesidad de avanzar hacia una solución de dos Estados. Enmarcar el debate en el derecho de los judíos a vivir en la Margen Occidental no tiene, para la Administración Obama, ninguna relevancia. Pero el problema del enfoque del Departamento de Estado –criticado en la campaña por Donald Trump– es que es evidente que una solución de dos Estados supondría un Estado palestino que sólo sería para los árabes, junto a un Israel en el que la minoría árabe goce de plenos derechos jurídicos, como ocurre ahora.

Hay cierta discusión sobre este punto. Netanyahu puede acogerse a determinadas declaraciones, como las que hizo el líder de la AP, Mahmud Abás, en 2013. “En una solución definitiva, no veríamos a un solo israelí, civil o militar, en nuestras tierras”, declaró Abás a unos periodistas egipcios. Los apologetas de los palestinos señalan otras declaraciones de otros líderes palestinos, casi siempre dirigidas a públicos o periodistas occidentales –en vez de las dirigidos en árabe a su propia gente–, donde dicen que los judíos disfrutarían de igualdad de derechos en el Estado palestino.

¿Qué declaración de intenciones palestina es la correcta?

Dado el empecinamiento en instigar el odio a los judíos y los israelíes que se escucha y se lee en los medios y escuelas de Palestina, es difícil sostener, como hacen algunos críticos de Netanyahu, que los judíos no correrían riesgos en dicho Estado. La ola de violencia palestina conocida como “intifada de los cuchillos” surge de un furor de raíz religiosa por la presencia de judíos en todo el país, lo que incluye los “asentamientos” de Tel Aviv y Haifa –dentro de las fronteras de 1967–, y no sólo los de la Margen Occidental y Jerusalén. La principal razón por la que Israel retiró hasta el último soldado y colono cuando evacuó Gaza en 2005 fue la certeza de que esos judíos, cuyas vidas estarían a merced de los palestinos, acabarían muertos. De hecho, al no tener ya la oportunidad de atacar individualmente a los judíos tras la retirada de Israel, las turbas palestinas descargaron su rabia contra lo que dejaron tras de sí los judíos, que incluía invernaderos que algunos filántropos bienintencionados podrían haber adquirido para que los utilizara la población árabe.

Aunque EEUU, sus aliados europeos y Naciones Unidas afirman que los asentamientos van contra la legislación internacional, los israelíes apuntan correctamente que a los judíos se les garantizó el derecho de asentamiento en el Mandato sobre Palestina de Naciones Unidas. La Margen Occidental no es, y nunca ha sido, territorio soberano árabe-palestino. La disposición de ese territorio es objeto de disputa y está sujeta a negociaciones. Los israelíes han ofrecido varias veces a los palestinos un Estado independiente en casi toda la Margen Occidental, incluso sobre una parte de Jerusalén, pero ni Abás ni su predecesor, Yaser Arafat, tuvieron jamás la voluntad de aceptar. Si los palestinos siguen negándose a reconocer la legitimidad de un Estado judío, al margen de dónde se tracen sus fronteras, ¿cómo van a creerse los israelíes que se respetarán los derechos de los judíos, que estarán indefensos?

De ahí que el intento de Netanyahu de cambiar el marco de la discusión sobre los asentamientos merezca algo más que el impaciente desdén de Washington. Nadie, en ninguno de los lados de este conflicto, o en el propio Washington, cree por un instante que los judíos en comunidades remotas, y mucho menos los cientos de miles de judíos que viven en los bloques junto a la frontera y en partes de Jerusalén (ocupadas ilegalmente por Jordania desde 1949 hasta 1967), puedan estar a salvo si sus casas pasan a formar parte de un Estado palestino.

En cualquier otra situación, nos referiríamos a la exigencia palestina de que desaparecieran las comunidades judías (o de cualquier otro grupo) con las mismas palabras utilizadas por Netanyahu: limpieza étnica. Pero cuando se trata de los judíos que viven en su patria ancestral, las normas cambian y la intolerancia no sólo se acepta sino que se defiende. Mientras EEUU y la comunidad internacional no se ocupen de la hostilidad palestina a la presencia de los judíos y sigan ignorándola, jamás llegará la paz que todo el mundo dice estar buscando.

© Versión en inglés: Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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