Los judíos y los árabes no deben darse mutuamente por perdidos

Los recientes sucesos en el Monte del Templo y otros lugares han provocado enormes tensiones entre los judíos y los árabes de Israel. No es de extrañar, y lo más fácil es que los judíos y los palestinos dejen de confiar los unos en los otros. Por desgracia, también es la opción más peligrosa para los que vivimos aquí. Si siguiésemos ciegamente las voces del miedo y el odio procedentes de las dos nacionalidades que comparten esta tierra, nuestras vidas se convertirían en un infierno. Sería la pesadilla social hecha realidad.

Los que provocan el conflicto diciendo a los judíos que los árabes son nuestros enemigos, que nos desean lo peor y aprovechan cualquier oportunidad para hacernos daño, no conocen la realidad. Incitan y mienten. La realidad es que el 85% de los ciudadanos árabes de Israel aspiran a ser israelíes en una sociedad compartida e igualitaria con la mayoría judía.

Los que incitan a los árabes diciéndoles que los judíos son unos racistas privilegiados que quieren la segregación y seguir con la discriminación contra la minoría árabe también están mintiendo. La realidad es que la inmensa mayoría de los judíos de Israel quieren la democracia, y que Israel sea un país que dé el mismo valor a todas las vidas humanas.

La división entre israelíes y palestinos se alimenta del miedo al otro, y no del deseo de preservar privilegios y conceptos racistas. Es verdad que hay judíos que son así, pero son una parte residual de la extrema derecha y no corresponden al núcleo de la sociedad judía. El interés común de la inmensa mayoría de los ciudadanos de Israel es una vida compartida, que es lo único que puede lograr la seguridad que ansía la sociedad judía y la igualdad que ansía la sociedad árabe. Los que se someten a esos sentimientos de miedo y odio están actuando contra los intereses y la verdadera voluntad de la abrumadora mayoría de los ciudadanos israelíes.

Tras los últimos acontecimientos, algunos judíos y árabes me han preguntado cómo podrían actuar ambas partes en estos momentos de enormes tensiones de seguridad, miedo y odio mutuo.

En el corto plazo, hay que hacer dos cosas.

La primera es aislar a los extremistas de las dos sociedades –la judía y la árabe– y no permitirles usar el miedo para promover su proyecto de odio. La segunda es justamente aumentar la fricción entre las dos nacionalidades: mediante encuentros y discursos, actos públicos conjuntos, el deporte, la cultura y el ocio en espacios públicos como centros comerciales y parques; donde podamos seguir demostrándonos mutuamente nuestra capacidad para vivir en una sociedad común y manejar nuestras diferencias.  

En el largo plazo, tenemos que cambiar nuestra forma de actuar como país, a través de la educación para la coexistencia, la participación de la minoría en el aparato de gobierno, la asignación equitativa de la tierra y los recursos, el aprendizaje de la lengua nacional del otro y la creación de redes comunales y asociativas.

Normalmente empiezo las reuniones con judíos y árabes con una famosa cita de Albert Einstein: “Abre los ojos, abre tu corazón y las manos, y evita el veneno que tus antepasados sorbieron de la Historia con tanta avidez. Entonces toda la tierra será tu patria, y todo tu trabajo y tu esfuerzo se extenderán”. Esto me parece mejor idea que todos los detectores de metal del mundo.

© Versión original (en inglés): The Algemeiner
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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