Afganistán: no basta con matar a los malos

Elliott Abrams reflexiona sobre los planes de Donald Trump para Afganistán, donde finalmente va a enviar más tropas –pese a que antes de llegar a la Casa Blanca era un decidido partidario de la retirada– para combatir al Talibán; pero sigue siendo remiso a implicarse en la construcción de instituciones fiables en el estratégico país asiático. El exasesor de Bush Jr. cree que es un gran error… muchas veces cometido por EEUU.

El presidente dijo: “No dictaremos al pueblo afgano cómo tiene que vivir, o cómo debe gobernar su compleja sociedad”, y añadió: “No vamos a exigir a los demás que cambien su manera de vivir, sino que persigan los objetivos comunes que permitan a nuestros hijos vivir unas vidas mejores y más seguras”. El hombre de paja aquí es obvio: tenemos que dejar de intentar que Afganistán se parezca a, digamos, ¡Connecticut! (…) [Pero] nuestro objetivo ha venido siendo mucho más realista: promover acuerdos políticos domésticos estables que tengan éxito en el control del territorio y la prevención de la emergencia de grupos violentos que puedan amenazar a EEUU y a nuestros aliados.

Quienquiera que piense (el presidente y sus asesores incluidos) que se puede conseguir todo sin la menor preocupación por [las condiciones] políticas domésticas –una tiranía perniciosa o un Gobierno benigno, una represión brutal o un respeto decente por los derechos humanos, regímenes que se sostienen sólo por la fuerza o Gobiernos legítimos ante los ojos de la ciudadanía– estará repitiendo la misma fórmula que nos ha fallado tantas veces en Oriente Medio, [una fórmula] que contribuyó a la crisis presente y que puede producir más terrorismo.

El analista Benjamin Weinthal, de la Foundation for Defense of Democracies (FDD), arremete en esta pieza contra el movimiento israelófobo que pretende la marginación del Estado judío por medio del boicot, las desinversiones y las sanciones (BDS) e insta a las sociedades democráticas a presionar a la ONU a que cambie radicalmente su actitud con respecto al Estado acosado.

El BDS (…) pretende imponer sanciones al Estado judío al margen de las negociaciones entre la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y el Gobierno israelí (…) Al tratar de poner en la lista negra a Israel y a compañías [que trabajan en los territorios en disputa] como Caterpillar, TripAdvisor, Priceline.com o Airbnb, el alto comisionado de la ONU [para los Derechos Humanos, Zeid Raad al Husein,] está ‘desalentando’ las conversaciones bilaterales de paz.

(…)

¿Qué pueden hacer EEUU y Europa? EEUU, junto con numerosos países europeos, se sienta en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU (CDH), que tiene 47 miembros. La guerra económica de la ONU contra Israel y las compañías que con él comercian debería desencadenar un contraataque que incluyera el abandono del CDH por parte de EEUU y de los [demás] países que se guían por unos principios morales.

El CDH no debería implicarse en la utilización de la guerra económica para conseguir justo lo que dice que pretende evitar: un [gran] revés para el proceso de paz israelo-palestino.

Frenta a una opinión bastante extendida en su país, el general israelí retirado Yaakov Amidror sostiene que Jerusalén gestionó con acertada prudencia la crisis del Monte del Templo, que elevó notablemente la tensión no sólo en el lugar, de extraordinaria importancia para las tres religiones abrahámicas, sino en el resto de Israel, en la Autoridad Palestina y en Jordania.

Israel es lo suficientemente poderoso para negar a Jordania ciertas peticiones sobre el Monte del Templo, pero ¿habrían estado sus intereses mejor atendidos si lo hubiera hecho y, como consecuencia, dado pie a disturbios palestinos que desestabilizaran el régimen del monarca jordano? La respuesta lógica es “no”, por eso hizo bien en asumir las peticiones jordanas y aliviar la presión sobre su aliado en la guerra contra el terror.

El auténtico desafío [para Israel] no reside en instalar detectores de metal en el Monte del Templo y sumir la zona en el caos, sino en diseñar un plan sensato para contener a la Rama Norte del Movimiento Islámico, que no es sino la rama local de la Hermandad Musulmana [y el principal instigador de la violencia]. Durante demasiados años, a esa organización, proscrita en 2015, se le consintió hacer lo que quisiera en el Monte del Templo, y llegó el tiempo de detenerla. Nadie en Jordania y la Autoridad Palestina derramaría una lágrima si Israel metiera en cintura al movimiento y socavara su atractivo.

(…) Visto con perspectiva, puede decirse que los acontecimientos en el Monte del Templo, graves como fueron, han tenido poco efecto sobre las relaciones de Israel con los jordanos o con los palestinos. La Autoridad Palestina sigue siendo tan débil como siempre, e Israel demostró madurez y responsabilidad en la gestión de sus estratégicas relaciones con Jordania.

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Fuente: El Medio

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