¿Acabarán los suyos con Erdogan?

En la arena política regional, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, se comporta como un animal acorralado: actúa brutal y erráticamente, arremetiendo contra enemigos reales e imaginarios. Sus adversarios son la UE (sobre todo Italia, Francia, Chipre y Grecia, debido a una disputa sobre hidrocarburos en el Mediterráneo Oriental), EEUU e Israel. En la vecina Siria, amenaza con un sangriento asalto militar contra los kurdos. Es un tipo abiertamente indeseado en países musulmanes como Egipto, el Líbano y Emiratos debido a su apoyo a Hamás y la Hermandad Musulmana, y en Libia libra una guerra subsidiaria contra musulmanes laicos que pretenden quitarse de encima el Gobierno islamista de Trípoli.

Con frecuencia, Erdogan ha tratado de buscar refugio en Turquía, reconfortado por su masiva popularidad. Pero, tras 17 años consecutivos en el poder, habiendo ganado cada una de las elecciones celebradas en todo ese tiempo, el caudillo islamista muestra síntomas de fatiga. Y si el país sigue teniendo problemas políticos y económicos, puede dejar de ser invencible.

“Quien gana Estambul, gana Turquía”, ha sido una de sus máximas. Y puede que tenga razón: Estambul es el hogar del 15% de los 57 millones de votantes turcos y genera el 31% del PIB del país. Erdogan lanzó su carrera política nacional tras ser elegido alcalde de la ciudad en 1994.

El pasado 31 de marzo, un poco conocido candidato opositor, Ekrem Imamoglu, venció en las municipales de Estambul (donde hay más de 11 millones de votantes registrados) por apenas 13.000 votos. Erdogan impugnó el resultado y demandó una nueva votación… sólo para perder una segunda vez, y por 800.000 votos. En las municipales de este año, Estambul y Ankara dejaron de estar en manos islamistas por primera vez en un cuarto de siglo.

La amarga derrota de Erdogan se produjo tras un aumento de las protestas antigubernamentales, la mayoría motivadas por cuestiones medioambientales. “La oleada de manifestaciones pacíficas, la mayor desde las concentraciones del Parque Gezi de 2013, apuntan a que la oposición ha ganado vitalidad, lo que podría tener hondas implicaciones para la democracia turca”, han escrito Soner Cagaptay y Deniz Yuksel, del Washington Institute. 

Con 4,7 millones de parados y el desempleo en auge, un 15% de inflación y los tipos de interés a unos niveles bastante altos, la economía turca no carbura. La moneda nacional, la lira, se muestra volátil desde la grave crisis que sufrió el año pasado.

Erdogan está en guerra con los 15 millones de kurdos que hay en Turquía. Recientemente impuso sendos administradores gubernamentales a tres provincias abrumadoramente kurdas del sur del país, lo que no ha hecho sino incrementar la tensión entre Ankara y el sudeste kurdo y socavado aún más el perfil democrático del país.

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En 1995, Necmettin Erbakan, a quien Erdogan llamaba “maestro”, se convirtió en el primer jefe de Gobierno islamista de Turquía tras ganar las legislativas con el 21% de los votos y firmar un acuerdo con un partido de centro-izquierda. La Visión Nacional de Erbakan estaba caracterizada por una retórica aislacionista antioccidental y anti UE de la que abominaba el estamento castrense. Con buen tino, Erdogan se distanció de su “maestro” y dio el salto a la arena política con un islamismo menos rígido. Su islamismo había de ser compatible con el capitalismo y la cultura democrática occidental, o al menos eso decía. En una entrevista en 2000, declaró que se había deshecho de la Visión Nacional.

Erdogan y su plana mayor –a los que Erbakan llamaba “nuestros niños malcriados” luego de su desafección– sostenían que, si los islamistas querían llegar al poder, tenían que adoptar una retórica más prooccidental. Así que hubo una lucha política entre las alas reformista y conservadora en el movimiento islamista.

El lugarteniente de Erdogan era su camarada Abdulá Gül. Luego de una controvertida votación parlamentaria, Gül se convirtió en presidente del país, ya gobernado por Erdogan. A partir de entonces, ambos montaron juntos un show a lo Putin y Medvedev. En 2009 Erdogan nombró ministro de Exteriores a un hombre de Gül, Ahmet Davutoglu, y en 2014 lo hizo primer ministro. El tercer hombre en el salón de la fama erdoganita era el brillante economista Alí Babacan, que acabaría siendo ministro de Finanzas.

Esos tres hombres acabaron desilusionados con el creciente despotismo de Erdogan. Ahora en el exilio político, están dando señales de que están planeando la vuelta. Gül, Davutoglu y Babacan trabajan día y noche para el lanzamiento de un partido –o dos– prooccidental, prodemocrático y pro libre mercado.

Erdogan ha amenazado con que pagarán cara su “traición” y denunciado que un nuevo partido “dividiría la umma”. Si lo lanzaran, sería el sexto partido islamista en la historia de Turquía, si bien sólo el de Erdogan se ha revelado un experimento exitoso. 

Todo el mundo se pregunta cómo sería la nueva formación. Su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), apoyado por el ultranacionalista Partido del Movimiento Nacionalista, parece en disposición de dar a Erdogan el 50% del voto que necesita para ser reelegido en 2023. La nueva formación intentaría desafiarlo y hacerse con una parte de su base conservadora; los analistas piensan que el nuevo partido apelaría más a los conservadores intelectuales y el de Erdogan seguiría poniendo el foco en los islamistas menos instruidos.

“Si el nuevo partido le arañara un par de puntos porcentuales, podría ser el principio del fin para Erdogan”, admite un hombre próximo al mandatario islamista.

© Versión original (en inglés): BESA Center
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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