Arabia Saudí: una revolución disfrazada de reforma

Dennis Ross, del Washington Institute for Near East Policy y exasesor del presidente Obama, escribe en el Washington Post sobre el ambicioso programa de reformas que está llevando a cabo el rey Salman.

Los escépticos se han cuestionado si Arabia Saudí puede cumplir esos objetivos, ya sea a causa de una cultura tradicional que limita demasiado a las mujeres, una fuerza laboral que carece de habilidades básicas o la resistencia de la clase religiosa conservadora. Pero el segundo príncipe heredero y otros más argumentan que todos esos obstáculos pueden ser superados: se está llevando a cabo una reforma integral del sistema educativo, 80.000 alumnos están estudiando en el extranjero y vuelven al reino con conocimientos modernos y un nuevo modo de pensar, y las mujeres están siendo progresivamente integradas en el mundo laboral, en todos los sectores. Cerca del 70% de la población saudí está por debajo de los 30 años (…), y esa gente joven no solo está abierta al cambio; lo está buscando.

The Economist analiza los cambios que se están produciendo en los países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo a raíz de la caída de los precios del petróleo, que les impedirá en el futuro mantener a una población subsidiada como ha venido ocurriendo hasta ahora. Esto implica una revolución laboral muy compleja, dada la dependencia de estos países del trabajo de los inmigrantes y las duras condiciones que sufren a manos de sus empleadores.

La manera en que son tratados los trabajadores inmigrantes tiene que cambiar también. Los Estados del Golfo merecen el crédito de haber permitido más inmigrantes que casi todos los países occidentales juntos, en proporción a sus poblaciones (en muchos casos, los extranjeros superan a los locales). Los inmigrantes se benefician unos salarios más altos de los que recibirían en la India o Pakistán. Pero las partes coercitivas del sistema de patrocinio de trabajadores extranjeros deberían desmantelarse. Los trabajadores inmigrantes no tendrían que pedir permiso a sus empleadores para salir del país. Después de un tiempo, se les debería permitir cambiar de trabajo. Los contratos deben ser claros y ser controlados por los tribunales locales. Los trabajadores extranjeros con largas estancias deben poder obtener el permiso permanente de residencia; en última instancia, los que lo deseen deberían tener la posibilidad de convertirse en ciudadanos.

Esas reformas –menos atenciones para los locales y más derechos para los inmigrantes– reformarían el mercado laboral. Más nativos tendrían que hacer un trabajo real. Los inmigrantes serían mejor tratados, aunque, inevitablemente, se contrataría a un número menor (…)

Lee S. Bender y Jerome R. Verlin publican en The Algemeiner un artículo en el que recuerdan que el pueblo judío siempre ha estado en las tierras de Oriente Medio donde ahora se asienta Israel y que, por tanto, ha considerado siempre su hogar ancestral.

El argumento a favor de Israel se realiza típicamente desde una perspectiva legal, la Declaración Balfour, la Conferencia de San Remo de 1920, el Mandato británico sobre Palestina, la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU. Todo eso es crucial, sí, pero no suficiente para contrarrestar la omnipresente, aunque completamente falsa, idea de que los judíos robaron la tierra a los árabes.

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El historiador James Parkes explicó por qué es tan importante recordar al mundo que los judíos nunca dejaron Israel: “La omisión [del hecho de la continua presencia judía en esa tierra] permitió a los antisionistas judíos, árabes o europeos pintar un cuadro completamente falso de la maldad de los judíos al tratar de restablecer una reclamación del país con dos mil años de antigüedad con indiferencia hacia todo lo que ha ocurrido en el periodo intermedio”.

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Parkes de hecho tiene razón en que erramos gravemente al no dejar claro que Israel, lejos de ser “fundado” en 1948, ha sido ininterrumpidamente la patria del pueblo judío durante y desde los tiempos bíblicos. De hecho, nosotros nos despreciamos a nosotros mismos al hablar de “asentamientos judíos” en Jerusalén “Este” y “la Margen Occidental”.

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Fuente: El Medio

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