La impotencia de Samantha Power

Cuando, en una reunión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas celebrada la semana pasada, Samantha Power exigió saber si Rusia, Irán y el Gobierno sirio eran “incapaces de sentir vergüenza”, la embajadora norteamericana ante la ONU cristalizó el horror del mundo a propósito del sitio de Alepo, en el que el régimen de Asad y sus aliados extranjeros están cometiendo atrocidades indecibles contra los civiles. Pero esa pregunta se le podría plantear igualmente a su jefe, el presidente Obama. Si los que están perpetrando las matanzas en Siria no se impresionan por la elocuencia de Power es porque saben que no estarían en disposición de arrasar Alepo sin la aquiescencia de Obama ante sus acciones.

El libro de Power A Problem From Hell: America and the Age of Genocide (“Un problema infernal: América en la Era del Genocidio”), ganador del Premio Pulitzer, abunda en la doctrina de la responsabilidad de proteger (RdP), en la que desarrolla la idea de que el mundo tiene la obligación de prevenir la clase de asesinatos masivos que se perpetraron en la antigua Yugoslavia o en Ruanda. La fama que cosechó a raíz de la publicación de esta obra llevaron a Power a tener un puesto en el equipo del entonces senador Obama, luego en el Consejo de Seguridad Nacional y finalmente en la ONU.

El ascenso de Power a las altas esferas fue, en teoría, una oportunidad de poner en práctica la RdP que aquélla abandera. Pero su discurso del otro día en el Consejo de Seguridad supuso el réquiem de la propia RdP. Obama y Power no sólo abandonan la escena internacional: la catástrofe libia y la subsecuente negativa a actuar en Siria mientras tiene lugar la peor catástrofe humanitaria del s. XXI han desacreditado completamente una doctrina que jamás ha sido puesta en práctica.

No necesitamos ensayar el caos que siguió a la decisión occidental de intervenir en Libia para impedir que el régimen de Gadafi cometiera crímenes masivos. Baste decir que la falta de planeamiento para el día después del derrocamiento del dictador (error que los progresistas acusaron a la Administración Bush de cometer en Irak) y la estrategia del presidente Obama de liderar desde atrás resultaron en un desastre que aún degenerando.

La indecisión de Obama tras el estallido de las revueltas civiles en Siria -junto con los llamamientos inútiles a Asad para que se marchara- condujeron a una situación sin buenas opciones disponibles. Y cuando Obama habló de una “línea roja” que llevaría a Occidente a actuar si Asad usara armas químicas contra su propio pueblo, tuvo la oportunidad de restablecer la R2P y salvar algo en el caos sirio. Pero entonces Obama se echó ominosamente atrás. Peor aun: pasó el problema a los rusos. Obama proclamó que Moscú había solucionado el problema en colaboración con Asad, pero los sirios siguen empleando armamento químico y Vladímir Putin ha utilizado esa apertura para ser un jugador activo en la guerra civil. Aunque los rusos dicen que están cooperando con EEUU en la lucha contra el ISIS, su único objetivo ha sido, en cooperación con Irán y sus peones de Hezbolá, asegurar la supervivencia de Asad y restablecer el antiguo imperio soviético.

A tal fin, la coalición pro Asad ha lanzado una campaña, con la tácita aquiescencia de EEUU, que ha llevado a las atrocidades masivas de Alepo, cometidas a la vista de todo el mundo. Cientos de miles de personas han muerto y millones se han convertido en refugiadas de una guerra que ha despoblado Siria.

Power llegó al poder para ayudar a asegurar que EEUU no volvería a permanecer callado ante una matanza de masas. La Administración a la que ha servido no sólo ha fracasado a la hora de actuar: es que ha contribuido activamente a agravar una situación ya de por sí terrible en Siria y allanado el camino a un sucesor que ni siquiera va a hablar de la responsabilidad de proteger. Samantha Power y el presidente al que ha servido han hecho más probable la comisión de genocidios.

© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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