El Líbano y la política basura

Típico de la política libanesa, la votación para elegir un nuevo presidente es una pugna entre jefes tribales. El proceso siempre está desconectado de la gobernanza real. Más allá de la “reinstauración de los derechos de los cristianos” o “el reconocimiento del aumento demográfico y el ascendente político chií”, la elección del presidente es irrelevante para las necesidades del país.

Los políticos libaneses se consumen con frecuencia en peleas absurdas y empiezan a comportarse como si la opinión pública estuviera arrobada ante sus insignificantes propuestas y contrapropuestas, la más reciente de las cuales fue la cesta que ofreció el presidente del Congreso, Nabih Berri, al candidato a la presidencia Michel Aún.

En la jerga política libanesa, la cesta es una serie de acuerdos planteados a una vez. En este caso, Berri –que ha estado obstaculizando la elección del propio Aún–, está conforme con apoyarle, siempre y cuando Aún acceda a tomar posteriormente una serie de medidas. Es fin: antes de que Aún se convierta en presidente, tiene que ceder sobre la elección del primer ministro, la ley de elecciones legislativas y otras concesiones.

Esas “otras concesiones” que se exigen a Aún podrían incluir algún tipo de enmienda constitucional a favor de los chiíes, y tal vez el acceder a compartir cualquier posible beneficio de las reservas de gas libanesas que están por explorar, pero Aún las ha rechazado tratando de aducir que es inconstitucional imponer condiciones a la elección de un presidente.

Ni que decir tiene que Aún pasa por alto el hecho de que, a lo largo de la última década, él mismo ha establecido una serie de condiciones en casi cada paso que han dado él o sus grupos parlamentario y ministerial. Los ministros de Aún jamás asistieron a las reuniones del Gabinete sin haber determinado de antemano sus resultados. El grupo parlamentario de Aún ha faltado a casi 50 sesiones parlamentarias para elegir al presidente, porque el resultado de la votación era favorable a la presidencia de Aún.

Cuando se les recordaba la obligación constitucional de asistir a las sesiones parlamentarias dedicadas a la elección del presidente, Aún y su grupo solían recurrir al Pacto Nacional; en sus cabezas, éste es vulnerado si Aún no es elegido presidente. De ahí que, para Aún, el denominado Pacto esté por encima de la Constitución.

Las querellas sobre la Presidencia no son sólo estúpidas e irrelevantes para la vida y los intereses de los libaneses; es que no hay razón para que los políticos tengan que sacarlas de quicio. Para poner las cosas en perspectiva: tengamos en cuenta que, mientras que el presidente del Líbano preside un país de cinco millones de personas con un presupuesto anual de 10.000 millones de dólares, el alcalde de Nueva York dirige una ciudad con 10 millones de habitantes y un presupuesto anual de 58.000 millones.

Si elegir presidente a Aún, junto con la serie de compromisos conocidos como “la cesta”, ayuda a superar el impasse político, que así sea. El problema es que, con o sin Aún en Baabda, y con o sin compromisos, el Estado libanés seguirá siendo un Estado fallido. El problema del Líbano es estructural, y no se puede rectificar con una redistribución de las posiciones del Estado entre los mismos viejos oligarcas.

Para que el Líbano salga del hoyo en el que vive, la política tendrá que reflejar los intereses de la gente. La elección del presidente y los subsiguientes nombramientos del primer ministro y de los miembros del Gabinete tendrán que estar vinculados a los problemas del país y al modo de resolverlos.

Modernizar la política libanesa conectándola con la realidad exige actualizar la cultura sociopolítica subyacente. Esto parece imposible, dada la facilidad con que los oligarcas pueden agitar a la mayoría de los libaneses volviendo a un discurso sectario del miedo.

Mientras la cultura sociopolítica del Líbano no sea capaz de sustentar una política moderna, toda clase de elecciones –presidenciales, parlamentarias o municipales– seguirán siendo irrelevantes para el bienestar del país y los intereses de sus ciudadanos.

Y mientras la terminología política del Líbano incluya palabras como cesta, que en árabe también puede significar cubo de basura, el país seguirá inmerso en las mismas montañas de inmundicia en las que lleva ya dos años.

Por desgracia, el Líbano se ha convertido en un vertedero, y eso es exactamente lo que refleja su jerga política. Quizás si se tirara a la basura a todos sus gerifaltes surgiría otra generación de líderes con ideas y una jerga un poco menos basurienta. Hasta entonces, los libaneses sólo pueden observar y tratar de mantener la calma.

© Versión original (en inglés): NOW Lebanon
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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