Turquía y el despotismo piafante de Erdogan

Tanto el fascismo como el comunismo han ejercido una gran influencia en la ideología baazista (de baaz, “resurrección” en árabe), que surgió como movimiento nacionalista árabe suní para combatir el régimen colonial occidental y promover la modernización. En Irak, el despótico régimen baazista sobrevivió durante 35 años, en su mayor parte bajo el liderazgo de Sadam Husein. En Siria sigue pugnando al amparo de la tiranía del presidente Bashar al Asad. Ahora está floreciendo una versión de la ideología baazista no árabe pero sí islamista en un país por lo demás insospechado, Turquía, candidato a ingresar en la Unión Europea (UE).

El creciente autoritarismo del presidente Recep Tayyip Erdogan está liquidando las ya escasas oportunidades turcas de hacerse hueco en los clubes más civilizados del mundo y llevando gradualmente el país a un régimen baazista.

En 2004, el Gobierno de Erdogan abolió la pena de muerte movido por sus ambiciones de entonces de unirse a la UE. Doce años después, el pasado 29 de octubre, Erdogan, dirigiéndose a los seguidores de su partido, afirmó que ratificaría un proposición de ley para reinstaurar la pena capital una vez se aprobara en el Parlamento, a pesar de los reparos que podría suscitar en Occidente: “Pronto nuestro Gobierno la llevará al Parlamento (…) Lo que importa es lo que diga la gente, no lo que piense Occidente”, dijo.

Las autoridades de la UE habían advertido en julio de que esa medida terminaría con el proceso de adhesión. Si reinstaura la pena de muerte, Turquía no se unirá a la Unión Europea, advirtió Federica Mogherini, responsable de Exteriores de la UE. “Quisiera dejar muy clara una cosa –declaró–.  Ningún país se puede convertir en Estado miembro de la UE si aprueba la pena de muerte”.

El 30 de octubre, Europa advirtió una vez más a Ankara. “Legalizar la pena de muerte es incompatible con ser parte del Consejo de Europa”, tuiteó la organización, integrada por 47 Estados, entre los que se cuenta Turquía.

La posible reinstauración de la pena de muerte no es la única señal baazista que está emitiendo la Turquía de Erdogan. Un tribunal de la provincia de Diyarbakir, de mayoría kurda, detuvo a Gulten Kisanak y a Firat Anli, alcaldes kurdos, en lo que supone el más reciente golpe contra la oposición. Ambos han sido acusados de “pertenecer a una banda armada terrorista”, y Anli está acusado de “intentar separar [de Turquía] un territorio bajo soberanía estatal”.

Arresto es un término legal, pero [en Turquía] no hay ley”, declaró Selahatin Demirtas, copresidente de un partido opositor prokurdo. “Esto es rapto y secuestro”.

A Erdogan no le podría importar menos. Está muy ocupado fortaleciendo su régimen unipersonal. Un decreto del Gobierno que declaraba el estado de emergencia el 29 de octubre dio a Erdogan poderes para nombrar directamente a los presidentes de casi 200 universidades del país. Antes de ese decreto había tenido que elegir entre tres candidatos presentados por la junta central que supervisa la educación superior a partir de la celebración de elecciones libres en las universidades.

Antes de que Turquía pudiera digerir la cantidad de prácticas antidemocráticas a las que se había enfrentado en una sola semana, se levantó una mañana y se encontró con que un montón de periodistas de un periódico crítico con Erdogan habían sido detenidos. El 31 de octubre la Policía registró los domicilios de once personas, entre las que había ejecutivos y periodistas del periódico Cumhuriyet, después de que los fiscales iniciaran una investigación contra ellos bajo acusaciones de “terrorismo”. Cumhuriyet dijo que se había emitido una orden de arresto contra 15 periodistas. La oficina del fiscal dijo que la operación se basaba en acusaciones contra sospechosos de estar cometiendo “delitos en nombre de dos organizaciones terroristas”.

Ante la redacción de Cumhuriyet en Estambul se congregó una muchedumbre para protestar por la detención de los periodistas, mientras que las principales asociaciones de prensa condenaron los registros. La Asociación de Periodistas Contemporáneos emitió un comunicado que decía:

Esto está relacionado con (…) la abolición de todos los valores universales, incluidos el derecho a la vida y los derechos sociales. Las señales más explícitas son las crecientes presiones contra la prensa turca y las medidas políticas para destruirla. Se trata de un proceso de destrucción del pensamiento libre.

Precisamente. Libertades universales y Turquía ya conforman un oxímoron muy desagradable. El populismo de Erdogan, basado en el conservadurismo religioso y el nacionalismo étnico, está llevando rápidamente a Turquía hacia el baazismo en vez de hacia la cultura democrática occidental.

© Versión original (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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