Turquía lleva a Europa su guerra contra los kurdos

La Policía checa detuvo hace unos días a un ciudadano sirio llamado Salih Muslim en el hotel donde se alojaba en Praga después de que el Gobierno turco solicitara a la Interpol que cursara una alerta roja en la que le calificaba de terrorista y demandaba su extradición.

Muslim no es un terrorista. Es portavoz del Movimiento por una Sociedad Democrática, organización laica kurda de izquierdas alineada con Estados Unidos y Europa que planta firmemente cara a cualquier ejército terrorista presente en Siria, especialmente al ISIS.

Antes fue uno de los colíderes del Partido Unión Democrática (PYD), la organización política que está detrás de las Unidades de Protección del Pueblo (YPG), que han soportado más carga en la lucha contra el ISIS –y sufrido más bajas en el campo de batalla– que cualquier otra fuerza de combate. Sin embargo, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, cada vez más paranoico y trastornado, insiste en que todo aquel que tenga alguna relación, aun periférica, con ellos es un terrorista, lo cual hace que el viejo y moralmente infame adagio que dice que quien para unos es un terrorista es para otros un combatiente por la libertad sea cierto en este caso.

El PYD y las YPG no son bajo ningún concepto organizaciones terroristas, y Erdogan no tiene más autoridad para decir quiénes son buenos y quiénes no que el locutor conspiranoico Alex Jones, que cargó contra Brian Shelter, presentador del Reliable Sources de la CNN, llamándolo “adorador del diablo” que “se bebe la sangre de los niños”. Desde el chapucero intento de golpe de Estado de 2016, Erdogan ha purgado a más de 150.000 individuos –incluidos novelistas, periodistas y profesores– por su supuesta pertenencia al “Estado Profundo” turco, ese oscuro grupo de funcionarios del Ejército, los servicios de inteligencia y la judicatura que han sido el terror de los niños turcos y potenciales dictadores desde mediados de la década de 1990. El régimen de Erdogan ha detenido hasta a un científico de la NASA: ¿en qué pruebas se basó? En que tenía una cuenta bancaria en una entidad supuestamente vinculada al clérigo disidente Fethullah Gülen y en que llevaba un billete de un dólar en el bolsillo, que es como se supone que se identifican entre sí los seguidores de Gülen.

Al mismo tiempo que ha ido agrandando la lista de gulenistas y miembros del Estado Profundo, Erdogan ha emprendido una campaña draconiana contra los supuestos terroristas kurdos y sus defensores, encarcelando y acusando a miles de civiles —incluido un periodista del Wall Street Journal— con cargos ridículos. El exdiputado Hasip Kaplan se enfrenta a una pena de prisión de 142 años, y el tribunal no lo deja siquiera asistir a su propio juicio: a finales de 2017, el Estado turco había detenido a más de 11.000 miembros de su Partido Democrático de los Pueblos (HDP), formación abiertamente laica.

La República Checa atendió la petición de alerta roja de Erdogan y detuvo a Salih Muslim, pero un juez ordenó su puesta en libertad cuando comprendió de qué iba todo el embrollo. Las autoridades turcas han jurado “cazar al líder kurdo allá donde vaya” y andan ofreciendo una recompensa de cuatro millones de liras (aproximadamente un millón de dólares) a cualquiera que proporcione información que conduzca a su captura.

“Esta decisión es un claro apoyo a las organizaciones terroristas”, dijo el viceprimer ministro turco, Bekir Bozdag, cuando Praga dejó marchar a su presa. Pues no, no es eso en absoluto. Simplemente, la República Checa se niega a mandar a un sirio inocente a las mazmorras de un tercer país.

“Afectará negativamente a las relaciones entre Turquía y la República Checa”, añadió Bozdag. Sin duda, el intento de Ankara de implicar a Europa en su caza de brujas tendrá también un efecto negativo en sus relaciones.

© Versión original (en inglés): World Affairs
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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