Qatar ha sobrepasado los límites

Eyal Zisser, de la Universidad de Tel Aviv, cree que Doha ha medido mal sus fuerzas, lo que le ha llevado a una situación límite en su rivalidad con Arabia Saudí, la principal potencia árabe suní.

Riqueza y medios –el dinero del petróleo y Al Yazira– proporcionaron a Qatar una ilusión de poder que le permitió convertirse en el chico malo, o al menos en el mocoso molesto, del mundo árabe. La ambición de sus líderes de tener un rol protagónico en la región, y especialmente de irritar a Arabia Saudí –su ‘hermana mayor’, con la cual los cataríes comparten la visión wahabita del islam–, les llevó consecuentemente a pensar o a hacer exactamente lo opuesto de lo que los demás países árabes pensaban o hacían.

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En el pasado, Qatar ha tenido altibajos en sus relaciones con sus vecinos del Golfo (…), pero al final siempre ha hecho lo que ha querido. Esta vez parece que los árabes están al límite de su paciencia y ya no van a dejar pasar el rechazo de Qatar a actuar correctamente. Podemos suponer que, como en el pasado, también ahora se alcanzará un compromiso, posiblemente a través de la mediación americana. Qatar expulsará a los líderes de Hamás durante un tiempo y Al Yazira rebajará el trono de sus críticas a los líderes de Arabia Saudí y Egipto. La crisis pasará, pero el problema que Qatar supone para sus hermanos árabes seguirá existiendo.

El periodista israelí Oded Granot se refiere con esa metáfora del título al emirato de Qatar, cuyo pequeño tamaño no le impide ejercer una influencia más que notable en Oriente Medio y que es objeto ahora de rechazo por parte de los principales Estados árabes suníes.

Qatar es un Estado musulmán suní. Los saudíes, que lideran el campo suní, decidieron en la cumbre árabe del mes pasado en Riad –con el apoyo entusiasta del presidente estadounidense, Donald Trump– que cualquiera que mantuviera conversaciones con Irán y rechazara declarar organización terrorista a Hezbolá era un enemigo. Y los que acojan a los Hermanos Musulmanes o interfieran en los asuntos de otros países son un enemigo también, o al menos un rebelde que ha de ser reconvenido, castigado y aislado hasta que cambie de actitud y aprenda a comportarse. Egipto, Baréin y Emiratos Árabes Unidos fueron los primeros en unirse a esa bandera.

Inmediatamente después del sorprendente anuncio saudí de romper relaciones con Qatar llegaron los primeros esfuerzos para mediar y calmar las cosas. Los kuwaitíes, los omaníes, los turcos e incluso EEUU (entre bambalinas) estaban intentando cerrar la brecha en el campo suní. La clave para conseguirlo, por supuesto, la tienen los propios cataríes, que han de elegir entre el aislamiento regional o una política más restrictiva.

Ben-Dror Yemini sostiene en este artículo que, frente a lo que incesantemente denuncian los antiisraelíes, los territorios en disputa controlados por Israel disfrutan de una gran prosperidad relativa, lo que permite a los palestinos tener un nivel de vida muy superior a de la mayoría del mundo árabe.

Eso no significa que no haya injusticia. No significa que no haya lugar para la crítica, incluso la más profunda, contra ciertas acciones cometidas por Israel. No significa que no haya fanáticos en los territorios, aunque sean una pequeña minoría. Ni que la empresa de los asentamientos deba ser justificada. Y, finalmente, eso no significa que la ocupación deba perpetuarse o que deberíamos marchar con nuestras cabezas bien altas hacia el desastre del gran Estado o Estado binacional.

Lo que significa es que debemos refutar las mentiras sobre lo que han vivido los palestinos en los últimos 50 años bajo el dominio israelí. Solo eso servirá para avanzar en la discusión de un acuerdo aceptable, tanto para los palestinos como para los israelíes.

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Fuente: El Medio

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