La traición de Alepo

Las fuerzas del régimen sirio podrían estar teniendo dificultades para invadir los últimos bastiones rebeldes en Alepo, a pesar del sustancial apoyo material de Rusia e Irán y sus peones. Aun así, la intensa batalla de Alepo marca un cambio decisivo en la crisis siria: la restauración completa del régimen podría seguir siendo una quimera, pero los rebeldes ya no tienen una manera creíble de derrocar a Asad. En su lugar, la revolución siria, que albergaba la promesa de derribar una de las dictaduras más longevas y brutales de la región, se enfrenta a la posibilidad de quedar reducida a una rebelión que recurre a actos desestabilizadores de insurgencia para salir de su confinamiento y marginalidad. Hay competencia de discursos centrados en la “traición” para culpar a tal o a cual de la tragedia de Alepo, que serán invocados en la siguiente fase de un conflicto que ya se ha cobrado más de medio millón de vidas y que ha provocado un inconmensurable sufrimiento y la destrucción de buena parte de la ciudad.

La guerra siria ha operado en tres niveles jerárquicos: local, regional e internacional. La cuestión de la determinación y la responsabilidad varía significativamente en función del nivel considerado.

En su manifestación más básica, el conflicto ha enfrentado al régimen con una rebelión surgida en su seno. La rebelión ha adoptado muchas formas; sus facciones, civiles o armadas, han experimentado un torbellino de fisiones y fusiones en términos de estructura, ideas e incluso fijación del objetivo último. Multitud de factores han jugado en contra de la oposición siria. Ha sido infiltrada y a veces manipulada por el régimen; influida, mal guiada y mediocremente dirigida por actores externos, y profundamente lastrada por individuos y grupos que han logrado sacar provecho de la situación. Pese a las manifestaciones positivas en forma de acciones de base y de una militancia guiada por principios, la oposición siria ha sido incapaz de confluir en una expresión coherente de auténtica transformación política.

La revolución siria ha sido en efecto traicionada, por intereses mezquinos y miradas miopes, sin duda, pero en primer lugar y sobre todo por el islamismo en todas sus expresiones. El deseo de la población siria de proclamar su dignidad y libertad y su anhelo de justicia política se vio secuestrado por el subrepticio empeño de los ideólogos islamistas locales, ligados a los Hermanos Musulmanes, que buscaban ajustar cuentas con el despótico régimen por haber reprimido su movimiento durante décadas. Pero, en muchísima mayor medida, la traición la representó un yihadismo internacional que afirmaba ir al rescate de los musulmanes victimizados y que no ha hecho más que infligir a todos los sirios una visión ajena y brutal de la reglamentación religiosa y castigos depravados. Jóvenes chinos de Xinjiang, rusos de Daguestán o de los suburbios parisinos que pugnan con sus ataques suicidas por erradicar a las facciones rivales son un factor fundamental en el descarrilamiento de la revolución siria y el sufrimiento de la sociedad local. Cualquier esperanza de que la revolución se recupere pasa por volver a sirianizar sus objetivos, acciones y agentes. Es una esperanza que aún aguarda su vehículo de expresión. Sea como fuere, es evidente, a la luz de la indeleble historia de brutalización y faccionalismo rampantes, que no puede haber una rehabilitación duradera del régimen. La revolución siria seguirá su proceso de metástasis. La dirección de su transformación se verá moldeada por las lecciones sacadas –o no– de los errores del presente.

Por su parte, el régimen ha sido sido coherente y obstinado. Su estrategia, enunciada con una contundente y tosca rima garabateada en las paredes de todas las áreas sometidas del país, es muy simple: “Al Asad, aw nahruq al balad”, “Asad, o quemamos el país”. De hecho, la decisión entre el mantenimiento de la dictadura y la destrucción de Siria no comportaba elegir entre una cosa u otra. El régimen ha utilizado todos los medios a su alcance para alcanzar su objetivo, sólo se ha constreñido ante posibles reacciones internacionales. Habiéndose determinado la ausencia de voluntad internacional para impedir cualquier exceso, el régimen se ha concentrado en gestionar sus limitados recursos para derrotar a sus enemigos. De ahí que las bombas de barril contra hospitales, colegios y mercados se consideren medidas rentables que niegan a la oposición cualquier normalidad sostenible, y que transmiten un mensaje de ira mediante la aplicación de un castigo colectivo a las comunidades regidas por aquélla. Hasta ahora, las consecuencias de esos actos han sido insignificantes, mientras que el coste humano se puede justificar sobre la base de que el número total de víctimas será más bajo cuanto antes se derrote a los rebeldes.

Cuando el régimen estaba dirigido por el padre del presidente, llevó a cabo una represión masiva contra Hama en 1982, destruyendo grandes partes de la ciudad y matando a decenas de miles de personas. Hoy, en los círculos pro régimen hay quien se lamenta de no haber empleado una fuerza similar ante la actual rebelión. Algunos de sus partidarios incluso culpan al régimen de haber utilizado unas tácticas demasiado humanas. Sin embargo, la realidad es que el poder punitivo del régimen se ha agotado. Tal vez pueda sobrevivir como autoridad principal en algunas partes del país, pero sólo como poder precario en un paisaje devastado. Valiéndose de una sobreestimada victoria en Alepo, el régimen podría estar contemplando la recuperación total de Siria. La posibilidad de que esta falsa convicción se traduzca en más represión es intrínseca a la naturaleza del régimen. El resultado neto podría ser una mayor radicalización ante el inevitable estallido que se producirá.

A nivel regional, Irán ha logrado algunos avances tácticos significativos contra la dispar y a veces conflictiva agrupación de sus rivales: Arabia Saudí, Turquía, Qatar y Emiratos Árabes Unidos. Con un interés explícito en la supervivencia del régimen sirio, Irán ha demostrado su adhesión a un enfoque coherente y destinado un amplio abanico de recursos a la batalla de Alepo. El compromiso de sus rivales para con la financiación de las facciones rebeldes de Alepo ha sido, en cambio, inconsistente. La discrepancia en torno a cuestiones fundamentales –como la de recurrir, aun a través de terceros, a organizaciones islamistas radicales– podría ser la causa de que no haya habido un enfoque táctico sólido que impida la caída de Alepo. La oposición armada siria se ha visto perjudicada, en vez de fortalecida, por las múltiples direcciones que han tomado quienes la respaldaban. Alepo ha sido el fruto de la falta de coordinación y el conflicto de intereses. Irán, en todo caso, no puede atribuirse una victoria impecable. Además de haber tenido que aceptar un estatus secundario en Siria –en beneficio de Rusia– y desplegar activos regionales como la libanesa Hezbolá –la joya de la corona de sus satélites–, ha expuesto su carácter sectario, con lo que ha perdido su poder blando en la región. Así que sus ganancias tácticas podrían ir acompañadas de pérdidas estratégicas.

En el plano internacional, Rusia ha demostrado su preponderancia en la gestión de la crisis siria, reflejada en gran medida en las sucesivas retiradas de la Administración Obama, bien por unos supuestos principios o por evitar posibles confrontaciones con un Kremlin más agresivo. Rusia también puede ser cautamente optimista respecto a un posible entendimiento con la Administración entrante de Trump en lo relacionado con la consolidación de sus ganancias, por sus intereses en Siria y su destacado papel en la lucha contra el terrorismo, reconocido como fundamental. Rusia está, de hecho, en una posición privilegiada para manejar las tensiones entre otros actores regionales e internacionales con intereses en Siria. Si logra crear un acuerdo viable que comprenda el papel iraní en Siria y el Líbano, podrá asegurar la confianza de Israel en que se protegerán su seguridad y primacía.

Sin embargo, estas esperanzas rusas se basan en el supuesto de que la revolución siria fue artificialmente inducida y se puede contener y erradicar, y de que el estallido del yihadismo en Siria fue fruto de una manipulación, bien por parte de enemigos externos del régimen o del propio régimen, en su intento de hacer descarrilar la revolución y deslegitimarla. Sin duda, muchos actores, locales y regionales, tratan de manipular a la militancia radical en su beneficio. La valoración de la revolución siria como producto de una maquinación es sumamente reduccionista. Pero, aun aceptándola, la reciente experiencia de muerte y destrucción infligida a la sociedad siria, con un carácter faccional explícito, excluye la posibilidad de volver al statu quo previo.

Parece que también Rusia ha confundido las ganancias tácticas con la transformación estratégica. La complacencia resultante no presagia nada bueno para el futuro de Siria y la región.

© Versión original (en inglés): Fikra Forum
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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