La izquierda israelí hace el juego a los antiisraelíes (1)

Estamos en un proceso de fascistización de la política israelí. Estas son palabras duras pero ciertas. Los artistas, los actores, los dramaturgos están amenazados; los magistrados del Tribunal Supremo y los jueces en general están amenazados; los periodistas son despedidos y están amenazados; (…) los periódicos están bajo la amenaza de cierre por parte de las autoridades, y ahora también los académicos están amenazados y no pueden decir nada. (Isaac Herzog, líder de la oposición israelí; discurso en Holón, 24 de junio de 2017).

Los enemigos más implacables de Israel recibieron un gran regalo el otro día, cortesía del jefe de la oposición israelí, Isaac Herzog.

En el discurso que pronunció en el transcurso de un acto cultural en Holón, Herzog concedió gran crédito a la calumnia más difamatoria que usan los detractores del Estado judío aportando firmeza a la vil y mendaz caracterización que aquellos hacen de él como una entidad fascista. Con un solo golpe, su insensato despliegue de sectarismo político infligió un incalculable daño a su país, deshaciendo años de laboriosos esfuerzos por parte de los defensores de Israel por presentarlo como el único, valeroso defensor de la democracia en un mar regional de tinieblas tiránicas.

‘Fascismo’: la imperecedera calumnia pavloviana

Electoralmente frustrada, la izquierda hace acusaciones de “fascismo” siempre que sus rivales de centroderecha proponen alguna iniciativa moderadamente asertiva que la izquierda considere que puede reducir los poderes arbitrarios de las élites izquierdistas no electas de la sociedad, que tienen más dominio del Estado que los cargos electos. (Ya abundé en esto antes: v., por ejemplo, “Understanding politics in Israel: the Limousine Theory”, “The Limousine Theory (cont.): Irrefutable illustrations; egregious examples” e “Israel’s crybullies”).

A través del dominio que tiene sobre estas élites pequeñas pero desproporcionadamente poderosas —sobre todo en la judicatura, los grandes medios de comunicación y la academia (en particular en las ciencias sociales y las humanidades)—, la izquierda israelí ha logrado retener buena parte de su control sobre los procesos políticos del país a pesar de la continua erosión de su tirón electoral.

Como es incapaz de ejercer su influencia a través del apoyo popular, la izquierda se ve impelida a hacerlo mediante grupos pequeños, electoralmente insignificantes pero sustancialmente influyentes, que son en realidad los últimos vestigios de su relevancia política. Por lo tanto, no sorprende en absoluto descubrir que cualquier intento —no importa lo sensato que parezca o lo equitativa que sea su intención— de limitar o regular los excesivos poderes de estos grupos provoque invariablemente en ella una reacción visceral, destinada a descreditarlo, deslegitimarlo y demonizarlo.

Por supuesto, nada ayuda más a ese indignante propósito que la táctica de tachar dichas iniciativas de “fascistas”, incluso cuando es evidente que nada tienen de eso y que, en muchos casos, son precisamente lo contrario.

Esta es, pues, la razón de que tal epíteto denigratorio se haya convertido en la calumnia imperecedera, casi pavloviana, invocada siempre que la izquierda electoralmente frustrada siente que los poderes de lo que en realidad son sus agentes políticos se van a ver restringidos o incluso escrutados por la opinión pública.

Como era de esperar, como telón de fondo está la frenética alarma izquierdista siempre que se encuentra ante una nueva iniciativa destinada a cambiar el papel preponderante del establishment cultural, jurídico, mediático y académico. A dichas iniciativas se las tacha de partidistas porque abordan y pretenden corregir situaciones que a priori están fuertemente sesgadas a favor de la izquierda.

La palabra maldita se esgrime ante cualquier intento de hacer algo: cambiar la asignación de los recursos en instituciones culturales financiadas con fondos públicos, hasta el momento casi monopolizadas exclusivamente por administradores y artistas de izquierda; introducir una mayor transparencia a la hora de hacer pública la financiación de actividades políticas por parte de Gobiernos extranjeros que utilizan a las ONG de la izquierda radical para promover la oposición al Gobierno israelí electo; abrir más los procesos de designación de candidatos en la judicatura, enfangada en un cómodo amiguismo que bloquea la admisión de prácticamente cualquiera salvo los ideológicamente afines; introducir una mayor pluralidad en el abanico de filosofías políticas que se enseña a los estudiantes en la universidad. Etcétera.

Como jefe de la oposición, Herzog ha demostrado una habilidad especial para poner en entredicho las credenciales democráticas de su país, especialmente cuando el fastidioso demos (el pueblo) ha decidido en unas elecciones libres y limpias conferir el kratos (el poder) a sus rivales políticos.

Invocar la palabra maldita para obtener réditos políticos

Lamentablemente, lo de Holón no fue la primera vez en que Herzog invoca la palabra maldita para sacar tajada política.

Cuando el Gobierno electo de Israel presentó un proyecto de ley para promover una mayor transparencia en la financiación de las ONG nacionales que reciben el grueso de su soporte económico de Gobiernos extranjeros, los círculos izquierdistas lanzaron alaridos de protesta. Alegaron que, de algún modo, esa mayor transparencia socavaría la democracia. ¡Figúrense!

Herzog se puso a la cabeza de la protesta hablando como si el futuro de la democracia israelí dependiera de la financiación subrepticia e irrestricta de los que a todos los efectos son agentes extranjeros. Así informó The Guardian:

La condena más contundente provino del líder de la oposición (…), Isaac Herzog, que declaró a la prensa antes de la votación: ‘La ley sobre ONG (…) es indicativa, sobre todo, del (…) fascismo que se está introduciendo furtivamente en la sociedad israelí’.

Es justamente lo contrario. Los fondos que esas entidades reciben de Gobiernos soberanos extranjeros tapan el minúsculo apoyo que tienen entre la opinión pública israelí, haciendo que su impacto nacional sea muy superior al de sus genuinas dimensiones gracias a acciones legales bien publicitadas y financiadas desde el extranjero y a iniciativas de relaciones públicas de alto nivel. Distorsionando gravemente el proceso democrático de Israel, Gobiernos extranjeros utilizan el dinero de sus contribuyentes y entidades israelíes para poner trabas a medidas políticas que el Gobierno israelí ha de implementar por el mandato de las urnas y en ocasiones incluso lo obligan a tomar medidas que ha de evitar por el referido mandato de las urnas.

Para que se entienda: es fácil imaginar el furor que se generaría si el Gobierno israelí derrochara millones en las ONG españolas que defienden el separatismo vasco utilizando los tribunales y medios españoles para promover su causa. Y ¿quién la acusaría de “fascismo” si España se tomara como una ofensa dicha actividad y adoptara leyes para acotarla?

© Versión original (en inglés): The Algemeiner
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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