'Fauda': el caos bajo control

Fauda tiene todo lo que pedimos a una serie: una trama entretenida, sin rellenos innecesarios y sin agujeros de gusano, un ritmo y una tensión adictivos y trepidantes y una puesta en escena creíble. Pero lo más atractivo, lo que la hace fascinante es, por encima de todo, su sinceridad. Y es que Fauda no tiene ningún confirmation-biased (ninguna recreación o declaración que refuerce argumentos sesgados), y mucho menos desde el lado israelí. Lo que hace a una sociedad libre es su autocrítica, y pese al cierre de filas de ambos bandos en lo que a la imagen de cada uno en el conflicto se refiere, aquí la realidad se muestra sin filtros.

La primera temporada de Fauda (que significa “caos” en árabe, y que en la jerga de las fuerzas de seguridad israelíes alude a una situación caótica) refleja descarnadamente una situación que es real y a la vez desconcertante: todos, Hamás, la ANP e Israel, se han acostumbrado a vivir en una situación que algún día, tarde o temprano, estallará y degenerará en fauda.

El argumento es, como no podía ser menos, un caos. Pero un caos controlado, lleno de interconexiones, intereses y situaciones límite que esbozan perfectamente lo que es el conflicto. Un día a día caótico pero bajo control que, en algún momento, podría estallar por los aires.

Los protagonistas de Fauda son mistaravim, agentes israelíes de apariencia palestina y que hablan el árabe a la perfección. No en vano los productores de la serie, Avi Issacharoff y Lior Raz (que encarna al protagonista Dorón), fueron integrantes del comando Duvdeván de las FDI, una fuerza de élite que se infiltra y se mezcla en los territorios palestinos con la población local para llevar a cabo sus acciones y operativos. El término mistaravim (“los que viven entre árabes”) hace referencia a aquellos judíos que convivieron en Oriente Medio con los árabes desde el mismo momento de la expansión de éstos, a partir del siglo VII, es decir, mucho antes de la llegada de los judíos sefardíes de habla ladina después de su expulsión de España, en 1492. La adicción de los mistaravim al trabajo es también un tema central de Fauda: Dorón, el protagonista, vuelve a la acción porque es lo que le pide el cuerpo, el trabajo es su vida -o la guerra es una droga, que decían en la oscarizada The Hurt Locker-.  Los otros protagonistas son terroristas palestinos de Hamás, con todas sus complejidades. En medio, más palestinos e israelíes, civiles, militares, oficiales, envueltos en una maraña de violencia que no parece terminar nunca.

Que nadie espere ver cómo empezó todo, porque la serie no reflexiona, ni de lejos, sobre quién tiene más razón -la cantinela clásica en cuanto uno se mete a averiguar qué pasa entre israelíes y palestinos-, y eso no la encuadra en la a veces fallida equidistancia, sino en un lugar mucho más cercano: en la realidad. Fauda es una indagación descarnada en las motivaciones y los límites a los que llegan tanto los agentes israelíes, especialmente Dorón, y los terroristas de Hamás, en concreto Abu Ahmad, el Pantera.

La ambientación en los territorios, a vista de dron y en la calle, es inmejorable. La primera temporada fue grabada en la ciudad árabe israelí de Kfar Qasim, localización especialmente significativa, ya que la Policía israelí cometió allí en 1956 una masacre de 48 civiles, por la que el fallecido presidente Simón Peres pidió perdón en 2007. Para más inri, el rodaje tuvo lugar durante la operación Margen Protector, en el verano de 2014.

Según Issacharoff, que escribe en el Times of Israel,

el éxito [de ‘Fauda’] se debe a que el conflicto entre israelíes y palestinos nos afecta a todos, y porque es una trama interesante, con personajes atractivos y relatos humanos.

No obstante, como apuntamos al principio, lo más valioso de Fauda es cómo los propios israelíes retratan una realidad incómoda, con sus grietas y sus imperfecciones (un agente israelí intercambiando favores, es decir, practicando la corrupción, con un oficial de seguridad palestino es una escena reveladora) sin ningún tapujo o velo. Más aún cuando los propios israelíes saben cuán deteriorada está su imagen en el mundo.

En definitiva, Fauda es una serie muy bien hecha, muy realista, rebosante de adrenalina y tremendamente real y honesta. Totalmente recomendable.

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Fuente: El Medio

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