Fatah, Hamás y la muchacha de las dos cabezas

En su Antiquarum Lectionum, el académico veneciano medieval Caelius Rhodiginius describió una escena espeluznante que presenció cierta vez en Italia. Caminaba por las calles una bella muchacha de proporciones perfectas salvo por un monstruoso detalle: del tope de su cuello nacían dos cabezas. La joven limosnera andaba de puerta en puerta recibiendo la piedad de sus vecinos, ante “el insólito espectáculo que ofrecía su presencia”. Una editorial española tomó esta metáfora para denominar a una de sus colecciones La Muchacha de Dos Cabezas, en tributo a la variedad de pensamientos que –declamaba al menos– ofrecían sus ensayistas.

La metáfora también es apta para describir el liderazgo palestino de la última década: están la cabeza de Fatah, laica, nacionalista, negociadora; y la cabeza de Hamás, fundamentalista, islamista e intransigente– La fractura política y geográfica entre Gaza y Cisjordania ha sido espejo de una oportunidad y un desafío para Israel. La bicefalia del cuerpo político palestino ha debilitado la amenaza de un frente unificado en un escenario de confrontación, pero a la vez ha perjudicado a las posibilidades de un proceso de paz en un escenario de negociación, al erigirse ante Israel una entidad con ideas distintas y en permanente estado de tensión respecto de la coexistencia palestino-israelí.

Nunca hasta han logrado dichos movimientos que perdure alguno de sus pactos de unidad. Para dos entidades que “apenas pueden ponerse de acuerdo en el color del humus” (Jonathan Schanzer dixit), ha resultado bastante exitoso el acuerdo alcanzado el mes de octubre último. ¿Sobrevivirá? Es difícil, y bastante insensato, hacer predicciones en el rubro del análisis político. No obstante, es menos complicado intentar entender el pasado. Entonces toma preponderancia una pregunta relevante: ¿por qué lo han negociado las partes?

Por el lado de Fatah tenemos a Mahmud Abás, presidente con mandato agotado e imagen deplorable. Aunque ha coqueteado con la violencia, y en ocasiones la ha incitado, mayormente se ha separado del legado hiperviolento de su antecesor, Yaser Arafat. Al asumir funciones, gradualmente trocó terrorismo por internacionalismo; vale decir: abrazó una diplomacia agresiva que buscó hostigar y aislar a Israel mundialmente (votaciones hostiles en la ONU, la campaña BDS…), a la par que aspiró a insertar al aún inexistente Estado palestino como legítimo actor global pugnando por su integración en el sistema de las Naciones Unidas y por la acreditación con rango de embajada de sus delegaciones internacionales. Aunque no exenta de algunos éxitos simbólicos, esta estrategia de internacionalización de la causa palestina no le dio el resultado práctico esperado: la completa rendición de Israel ante la ganada estadidad palestina.

Para el cambiante liderazgo de Hamás, con Ismael Haniyeh y Jaled Mashal en la cúspide, la administración de diez años de duración de la entidad gazatí resultó traumática. Incapacitado de llevar al pueblo palestino hacia un destino de paz, lo arrastró hacia los infiernos de la guerra. No una, sino tres veces en pocos años. Una economía estropeada, con altas tasas de desempleo y una pobreza extrema, la represión absoluta y el descontento popular han marcado su gestión. Regionalmente, ha cambiado de patrones y protectores políticos, con un variopinto desfile que convocó a Irán, Qatar y Turquía. Los islamistas aspiran a deshacerse de la monotonía de la gobernabilidad para dedicarse a la más épica misión de la guerra. Su modelo es el del Líbano y Hezbolá: que Fatah se ocupe de que haya cloacas, mientras ellos se concentra en la yihad. Permiten a Fatah el acceso a Gaza y a la vez pretenden penetrar en Cisjordania. Abás podrá reclamar hasta el fin de los días el desarme de este grupo terrorista fundamentalista, pero Hamás no se lo concederá. No va a renunciar a sus veinticinco mil combatientes ni a sus túneles ni a su arsenal.

¿Dónde deja esto a Israel? Anhelante de la paz, presionado por los desafíos de la guerra, contempla con una mezcla de expectación y estupor –como nuestro profesor veneciano hace cientos de años– a esta muchacha con dos cabezas que no dejan de agredirse.

julianschvindlerman.com.ar

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Fuente: El Medio

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