El imperialismo musulmán llega a Naciones Unidas

El pasado mes de agosto, la Unesco programó una votación sobre el estatus histórico del Monte del Templo y el Muro de los Lamentos. Ya entonces, quien esto escribe aseveró que el plan de la Unesco era negar cualquier vínculo judío con el más fundamental de todos los lugares sagrados judíos, despedazar una historia que se remonta a miles de años y declarar que el Monte y el Muro son lugares islámicos.

El islam cree que es eterno, y que por lo tanto antecede a las otras dos grandes religiones monoteístas –el judaísmo y el cristianismo– y que, aunque no se manifestó en la Tierra hasta Mahoma, en el siglo VII d. C., tiene todo el derecho a echar a codazos a las otras dos religiones más antiguas.

Las mentiras de la Unesco para reescribir la historia borrando todo rastro del judaísmo y el cristianismo para satisfacer el capricho yihadista ya se estaban fraguando en 2015, cuando aquélla reclasificó fraudulentamente como islámicos dos venerables lugares bíblicos judíos: la Tumba de Raquel y la Cueva de los Patriarcas.

En términos históricos, el islam ni siquiera existió hasta el siglo VII.

Esta es la historia del islam, de cómo se impone por medio de la yihad dura (violencia), la yihad blanda (usurpación de la historia, migración –hijrah-, infiltración política y cultural) y la intimidación (una yihad blanda que encierra la amenaza de una yihad dura). Lo más desolador es que muchas veces esto se hace con la cooperación y la sumisión voluntaria de Occidente, como en el caso de las votaciones de la Unesco.

Ahora, según esta organización de dudosa integridad, la Tumba de los Patriarcas en Hebrón es, supuestamente, la Mezquita de Ibrahim, y la Tumba de Raquel en Belén, la Mezquita Bilal ben Rabah, pese a que nunca pudo ser una mezquita. Como dice el dicho, llamar gato a un cerdo no lo convierte en gato.

Ahora, una nueva mentira ha sido sancionada oficialmente por la organización más grande y que menos cuentas rinde del mundo, y cuya razón de ser es preservar lugares importantes, no expurgarlos.

El 13 de octubre se dio la noticia de que la Unesco había aprobado por mayoría respaldar esta vulneración de la historia arqueológica y bíblica. El martes siguiente, la junta directiva de la organización apoyó la resolución. Si se tiene en cuenta que la mayoría de sus integrantes son miembros de la Organización de Cooperación Islámica (OIC, un bloque conformado por 56 países islámicos más Palestina, posiblemente el mayor bloque en la ONU), es muy probable que a nadie le sorprenda un resultado fraudulento como este.

Una demora previa y la oposición de la directora de la Unesco, Irina Bokova, habían generado esperanzas de que este acto de supremacismo yihadista, bárbaro, injusto y ciertamente arrogante, no saliera adelante. No fue así. Después de la votación, Bokova hizo unas rotundas declaraciones de condena, diciendo, entre otras cosas:

El patrimonio de Jerusalén es indivisible, y cada una de sus comunidades tiene derecho al reconocimiento explícito de su historia y de su relación con la ciudad. Negarlo, ocultarlo o borrar cualquiera de las tradiciones judía, cristiana o musulmana perjudica la integridad del lugar, y va en detrimento de las razones que justificaron su inscripción en la lista de lugares Patrimonio de la Humanidad.

En ningún otro sitio las herencias y tradiciones judía, cristiana y musulmana comparten espacio y se entretejen -hasta el punto de brindarse apoyo unas a otras- como lo hacen en Jerusalén. Estas tradiciones culturales y espirituales se construyen sobre textos y referencias, conocidas por todos, y son una parte intrínseca de la identidad y la historia de los pueblos.

Ahora los mundos cristiano y judío tendrán que afrontar las derivadas de la resolución; lo más sensato que podrían hacer todas las democracias es abandonar Naciones Unidas, o como mínimo dejar de financiarla, antes de que el daño se vuelva contra ellas, como sin duda sucederá.

La resolución fue originalmente propuesta por siete Estados musulmanes –Argelia, Egipto, el Líbano, Marruecos, Omán, Qatar y Sudán en nombre de la Autoridad Palestina, todos ellos miembros de la OIC– en octubre de 2015. Cualquier organismo respetable que tuviese el poder para proteger lugares religiosos de la antigüedad la habría rechazado sin más trámites, despachando a sus responsables con una rancia respuesta.

La matriz de la Unesco, Naciones Unidas, lleva años demostrando cada vez más ser una institución opaca, que no rinde cuentas y cuya reputación es profundamente cuestionable: ahí están la malversación de 100.000 millones de dólares en el escándalo del programa Petróleo por Alimentos que salió a la luz en 2004, los pacificadores que exigían sexo a menores a cambio de comida o sus incesantes o las fabricadas acusaciones contra un Estado miembro –Israel– al tiempo que da bula ilimitada a los más flagrantes violadores de los derechos humanos en otras naciones.

Antes de que la ONU, con sus bloques de votación autoritarios y antidemocráticos, termine de erradicar Occidente y la civilización judeocristiana, que es claramente lo que está intentando, urge que las democracias salgan de ahí, no andando sino corriendo.

De los 195 Estados miembros de la Unesco, 35 son completamente islámicos, otros 21 son miembros de la OCI y cuatro son miembros observadores de esta última. En total son 60 los que conforman un bloque favorable a las resoluciones de inspiración musulmana, pero la Junta de la Unesco se compone únicamente de 58 miembros. Esa junta aprobó la Resolución 19 con 33 votos a favor, 6 en contra y 17 abstenciones. Ghana y Turkmenistán se ausentaron. Sólo seis países votaron en contra: EEUU, Reino Unido, Alemania, Países Bajos, Lituania y Estonia. Elocuentemente, Francia, España, Suecia, Rusia y Eslovenia fueron algunos de los países que votaron a favor. No es difícil identificar la fuente del voto mayoritario.

El primer ministro Netanyahu rechazó la iniciativa diciendo que era otra resolución “absurda” de la ONU:

La Unesco ignora la singular conexión judía con el Monte del Templo, el lugar de los dos Templos durante un milenio, el lugar donde los judíos rezaron durante miles de años… La ONU está reescribiendo una parte fundamental de la historia de la Humanidad y demostrando que aún podía caer más bajo.

Se está poniendo a prueba hasta el límite la paciencia judía en Tierra Sagrada.

La votación de la Unesco es sólo el último ejemplo del supremacismo islámico plasmado en la demolición, la redefinición o directamente la expropiación de los lugares de culto, los santuarios y otros recintos de otras confesiones; confesiones que, invariablemente, preceden en mucho al islam, incluidos el hinduismo y el budismo, así como el judaísmo y el cristianismo. El proceso comenzó en el año 639, dos años antes de la muerte del profeta Mahoma, cuando sus fuerzas conquistaron La Meca. Durante una breve estancia allí antes de regresar a Medina, Mahoma ordenó que se destruyeran los 360 ídolos de La Kaaba y los que hubiera en casas particulares. La propia Kaaba, durante mucho tiempo un centro de culto pagano, se transformó de la noche a la mañana en la construcción más importante para la fe islámica, en la alquibla o el lugar hacia donde se siguen orientando los musulmanes para rezar cinco veces al día. Se halla en el corazón de Masyid al Haram, la mezquita más importante del mundo musulmán.

Los primeros musulmanes no se limitaron a expropiar el recinto para sus propios intereses. Crearon una leyenda para justificar su posesión del mismo.

Pero el Corán y la posterior tradición musulmana no se conformaron con refundar la Historia llevando a Abraham de la tierra de Canaán hasta la Península Arábiga. Transformaron al propio Abraham. Según el Corán (3:67), “Abraham no era judío (yahudian) ni cristiano (nasranian), sino que era un puro devoto de Alá (hanifan), un musulmán (…)”.

Esto forma parte de una empresa mayor. En la doctrina islámica, la única religión monoteísta verdadera ha sido desde el principio únicamente la islámica. Por lo tanto, Adán fue el primer musulmán y el primer profeta. Abraham era musulmán y profeta. Moisés era musulmán y profeta. Noé fue musulmán y profeta. Jesús fue musulmán y profeta. Al principio, todo el mundo era musulmán, y toda la tierra pertenecía al islam. En el Corán leemos:

Decid: “Creemos en Alá y en lo que nos fue revelado y en lo que fue revelado a Abraham, a Ismael, a Isaac, a Jacob y a las Tribus, y en lo que le fue dado a Moisés y a Jesús, y en lo que fue dado a los profetas por su señor. No discriminamos entre ellos, y entregamos a Alá nuestra voluntad”.

La última frase se lee nanu lahu muslimun. Su significado se puede interpretar, en general, como “los que se someten a Dios”, o que signifique específicamente: “Somos musulmanes”.

La creencia de que todas las religiones verdaderas comportan la sumisión a Dios y que, en este sentido, toda verdadera religión se puede definir como islam (que significa literalmente “sumisión”) se puede tomar como una declaración unificadora e integral de una verdad universal, sin menoscabo de nadie excepto de los idólatras, como los hindúes y los budistas.

Pero esta generalización cayó pronto en el olvido cuando los musulmanes se enfrentaron con los seguidores de otras confesiones: con los judíos de Medina, con los cristianos en todo el imperio bizantino y con los zoroastras en Irán. Mahoma había predicado originalmente su religión como una religión en armonía con los puntos de vista de la Gente del Libro, es decir, de los judíos y los cristianos, cuyas escrituras sagradas les habían sido reveladas por Dios. Pero no mucho después de que se hiciera con el control de Medina se volvió contra tres importantes tribus judías, expulsando a dos de ellas y atacando a la tercera, la de los Banu Qurayza, decapitando a todos los hombres y adolescentes varones y tomando a las mujeres y los niños como esclavos. De ahí en adelante, el Corán está repleto de condenas a los judíos como pueblo y a los cristianos como corruptores de las escrituras: “Oh, fieles, no aceptéis a los judíos y a los cristianos como amigos” (Corán, 5:51).

Una vez los ejércitos musulmanes salieron a conquistar Persia, Turquía, Grecia, el Levante, todo el norte de África, los Balcanes, Hungría, Polonia, y después Portugal, Andalucía y otros territorios cristianos, cualquier concepto de identificación con la Gente del Libro como, en cierto sentido, correligionarios musulmanes se esfumó para ser sustituido por otro, según el cual se les consideraba dhimmíes o pueblos sometidos, cuyas vidas y propiedades dependían del pago de un impuesto de protección (la yizia) y de acceder a vivir como habitantes humillados bajo leyes especiales de sometimiento en las tierras gobernadas por califatos islámicos.

Esta relación asimétrica tuvo como consecuencia la aplicación de infinitas normas, entre ellas las relativas al marcado de la ropa, previas a la estrella amarilla de David que los judíos eran obligados a llevar durante el Tercer Reich de Hitler, o que las iglesias y sinagogas no pudieran ser financiadas, reparadas, reconstruidas o tener más prominencia que las mezquitas, o que no hubiera llamadas a la oración judía o cristiana.

Más aún: la ocupación y transformación de tierras de religiones anteriores –Persia, Turquía, Grecia, todo el norte de África y buena parte de la Europa Oriental– se desarrolló muy rápidamente durante las imparables conquistas islámicas. En Jerusalén se erigieron dos recintos en el Monte del Templo (lo que ha dado pie a las peticiones de reconocimiento en la Unesco): la mezquita de Al Aqsa (Masyid al Aqsa, “la mezquita más lejana”, aunque nadie tiene la menor idea de cuál pudo ser su ubicación; muy posiblemente en Arabia) y el Qubat al Sajra, o Domo de la Roca, construido en el lugar donde supuestamente Abraham ofreció el sacrificio ya no de Isaac sino de Ismael, el progenitor de los árabes. Los dos se construyeron en el primer siglo del islam.

No es preciso enumerar aquí todas las iglesias convertidas en mezquitas durante los siglos siguientes. Las más destacables son las de Santa Sofía en Constantinopla, Eregli, Nicaea y Trebisonda, remodeladas como mezquitas tras la conquista otomana de 1453.

Hoy, el Estado Islámico ha destruido o convertido iglesias, santuarios y otros monumentos (también lugares musulmanes) en Irak y Siria.

Una devastación similar tuvo lugar bajo los distintos regímenes islámicos en la India, donde unos 2.000 templos hindúes fueron destruidos para dejar espacio a mezquitas y otras construcciones musulmanas.

Este extraordinario nivel de fanatismo no es exclusivo del islam (sólo hay que pensar en Oliver Cromwell y sus puritanos en Inglaterra), pero ha sido mucho más extenso y se ha mantenido durante muchos más siglos.

Es un puritanismo totalitario. La resolución de hoy contra la fe judía debe situarse en este contexto.

Tanto la Meca como la Medina del primer y el segundo siglo de la fe islámica han sido destrozadas no por el Estado Islámico u otra organización radical, sino por el régimen  wahabí  saudí. En las últimas dos décadas, varios lugares históricos importantes, todos relacionados con la vida del profeta Mahoma y de algún tiempo después, han sido destruidos o desfigurados hasta el punto de que ninguna de las dos ciudades es reconocible, salvo por la Kaaba y la Gran Mezquita en La Meca y la Mezquita del Profeta en Medina. Y las dos principales mezquitas son en su mayor parte ampliaciones modernas.

La Unesco ha puesto lugares judíos con nombres musulmanes en manos de los musulmanes, en el corazón de la capital de Israel, para tratar de destruir lentamente al Estado judío. La Unesco no está engañando a nadie.

Puede que no pase mucho tiempo hasta que los lugares sagrados y las iglesias cristianas de Jerusalén, Belén y Nazaret también sean entregados en bandeja para apaciguar a las fuerzas del islam, por miedo a lo que puedan hacer no sólo en Oriente Medio, también en Europa y Norteamérica, felices de que alguien por fin intente eliminar a esos incómodos judíos. Lo más sensato que pueden hacer todos los países judeocristianos es salir de la ONU, o al menos dejar de financiarla, antes de que sea demasiado tarde para ellos también.

© Versión original (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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