Y ahora, ¿caerá Mosul en manos de Irán?

Luego de nueve meses de guerra brutal, el Ejército iraquí ha librado a Mosul del ISIS. La ciudad, la segunda mayor de Irak, está prácticamente destruida.

La carnicería se ha cobrado 30.000 vidas y aún no ha terminado. Otras 600.000 personas, en torno a un tercio de la población de la ciudad, se encuentran desplazadas. Tres cuartas partes de los edificios de Mosul están en ruinas, dos tercios de la red eléctrica están hechos trizas, y la mayoría de lo que queda del sistema hídrico está minada. El monto de la reconstrucción será de decenas de miles de millones de dólares, que Irak no tiene.

Y ahora viene lo peor.

Cualquiera que tenga formación y armas puede matar terroristas, pero es mucho más difícil reconstruir una ciudad que reducirla a escombros. Aún más complicado en un lugar tan fragmentado en líneas sectarias como Irak es generar la suficiente confianza y buena voluntad para que casi nadie piense en coger el rifle y vuelva a ponerse a disparar contra sus vecinos.

No es una empresa imposible, pero si las conductas pasadas predicen las futuras, lo que ha sucedido en la patria chica de Sadam Husein en los últimos dos años no es promisorio. Los combatientes del ISIS conquistaron Tikrit, 140 kilómetros al noroeste de Bagdad y hogar de unas 160.000 personas, en junio de 2014. Al mero día siguiente empezaron a implantar su régimen de terror ejecutando a más de 1.500 reclutas de la Fuerza Aérea Iraquí y enterrándolos en fosas comunes. Grabaron todo en vídeo y lo subieron a internet. El Ejército iraquí no consiguió recuperar la ciudad hasta marzo del año siguiente, y sólo gracias a la ayuda de las milicias chiíes respaldadas por Irán.

La gran mayoría de la población de Tikrit era árabe suní. Pocos se alegraban de ver a los peones de Irán exhibir sus armas. Y según un artículo publicado recientemente por Ghazwán Hasán al Yiburi en el magacín iraquí Niqash, muchos de los milicianos chiíes que expulsaron al ISIS de la ciudad se quedaron y alteraron la demografía local.

Por primera vez hay mezquitas chiíes en la ciudad. En las paredes se ven eslóganes y pintadas chiíes. Ahora, en las calles puedes escuchar música marcial religiosa chií. “Penetramos orgullosamente en Tikrit y Al Oyah y pronto llegaremos a Faluya”, dice una de esas canciones. Muchos de los suníes del lugar tienen miedo.

Tienen sus razones. Aunque los árabes suníes son una abrumadora mayoría en Tikrit, los chiíes son la abrumadora mayoría en Irak. Los árabes suníes son apenas el 15% de la población del país, poco más de lo que representan los negros en el total de la población de EEUU. Y desde la caída del régimen baazista del suní Sadam Husein, los chiíes iraquíes, gracias a su peso demográfico, han controlado el Gobierno en Bagdad.

El anterior primer ministro, Nuri al Maliki, gobernó el país como un señor de la guerra chií enfeudado a Irán y usó el poder del Estado para vengarse de la minoría suní. Si no hubiera sido así, el ISIS no habría encontrado apoyo local ni para conquistar un vecindario. Los árabes suníes no dieron la bienvenida o toleraron al ISIS por una ferviente demanda de totalitarismo religioso. La gran mayoría despreció y combatió al ISIS cuando utilizaba su nombre anterior, Al Qaeda en Irak. Numerosos miembros de la minoría árabe suní respaldaron al ISIS porque vieron en los hombres de negro de Abubaker al Bagdadi la única línea de defensa contra un régimen sectario represivo asentado en Bagdad que contaba con el apoyo y el dinero de Teherán.

Así que sí, numerosos suníes de Tikrit están alarmados por sus nuevos vecinos chiíes. De alguna manera, son como los americanos blancos de principios y mediados del siglo XX incómodos con sus nuevos vecinos negros; pero, con razón o no, también ven a sus nuevos vecinos chiíes como lo harían los americanos negros con unos tipos del Ku Klux Klan.

Ahora bien, son demasiados los iraquíes de ambas confesiones que no son lo suficientemente liberales y tolerantes como para vivir junto a gente a la que odian y llevan combatiendo desde hace más de 1.000 años; especialmente desde las operaciones de limpieza sectaria que se han llevado a cabo en Bagdad tras la demolición del régimen de Sadam Husein.

Irán no es un Estado-nación orgánico. No habría siquiera existido en su forma actual si no hubiera sido artificialmente creado por los imperialistas europeos a principios del siglo XX. Idealmente, podría dividirse en tres Estados distintos, uno suní, uno chií y otro kurdo, que podrían convivir pacíficamente si cada uno de los grupos étnico-religiosos fuera soberano en sus propios dominios. Sin embargo, dividir Irak en tres sólo podría conseguirse con otra guerra terrible en la que se efectuaran vastas operaciones de limpieza étnica.

No lo descarten. En la vecina Siria se practica la limpieza étnica desde hace años. Los Gobiernos sirio e iraní han desplazado a la fuerza a vastas cantidades de suníes desde Damasco y su entorno para crear lo que algunos denominan una “media luna chií” que se extienda desde la capital iraní a la frontera sirio-libanesa y pase por Bagdad, la propia Damasco y Beirut. Ahora que Mosul está medio vacía y Bagdad –sin duda con la asistencia de Teherán– se dispone a reconstruirla, los caudillos chiíes de la región tienen una gran oportunidad de añadir otra ciudad importante a su collar de perlas. Se les podría haber aconsejado que dejaran a los suníes solos y que tomaran su propio camino durante un par de décadas. Sin embargo, ahora están haciendo justo lo contrario.

© Versión original (en inglés): The Tower
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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