Una iglesia en Tel Aviv: el boom del cristianismo en Tierra Santa (1)

Es miércoles por la noche en el corazón del sur de Tel Aviv, una zona repleta de agencias para transferir dinero, lavanderías y establecimientos de comida étnica que abastecen a los trabajadores migrantes y solicitantes de asilo que la habitan. A pocas manzanas de la desbordante Estación Central de Autobuses, unos coloridos carteles anuncian el próximo concierto del cantante etíope Mamila Lukas. Por la calle se oyen diferentes lenguas asiáticas y africanas. Y en el interior de un anodino edificio blanco un numeroso grupo de filipinos ha podido refugiarse del ajetreo y reunirse para dedicar una hora a la oración.

No hay ninguna señal en el edificio, y se confunde con facilidad entre los complejos de apartamentos que lo rodean. Pero se trata de un lugar que en los últimos dos años se ha convertido en hogar y fuente de energía para miles de migrantes procedentes no sólo de Filipinas, también de Eritrea, Etiopía, la India y Sri Lanka. Es el Centro Pastoral de Nuestra Señora del Valor, capilla católica romana y centro comunitario que abrió sus puertas en 2014 y que sirve de escaparate para el muy ignorado auge del cristianismo en Israel.

Esta noche tiene lugar la novena semanal a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, una serie de oraciones para pedir la intercesión de la Virgen María especialmente popular entre los católicos filipinos, seguida de una misa en tagalo, su lengua nativa. “Oh, querida Madre, así como nos preocupamos por nuestros propios problemas, no permitas que nos olvidemos de las necesidades del prójimo”, dice la oración. “Tú que siempre amas tanto a los demás, ayúdanos a obrar igual”.

La mayor parte de la congregación que recita estas palabras esta noche se compone de mujeres que han dejado atrás a sus familias para trabajar en Israel; mujeres que envían casi todo el dinero a sus hijos, a sus esposos y a otros parientes a los que pasan varios años sin ver. La separación de la familia, así como el hecho de vivir en una cultura extranjera en condiciones laborales a menudo muy exigentes, resulta difícil para muchos, y eso es lo que les trae aquí esta noche.

“Les da mucha esperanza y fe venir aquí”, me dijo el reverendo Michael Grospe, el sacerdote filipino que dirige Nuestra Señora del Valor, tras la misa nocturna del miércoles. También es una manera de combatir la soledad, ya que los fieles saben que los parientes que dejaron en Filipinas –donde el 82% de la población es católica– están diciendo las mismas oraciones. “Pueden conectar con sus familias mediante estas plegarias”, dice Grospe. “Así que, para ellos, ésta es un hogar lejos de su hogar”. Además de los servicios de oración y de más de una decena de misas a la semana en diferentes lenguas, el centro ofrece atención de día, catequesis y actividades extraescolares para los hijos de los trabajadores extranjeros, así como un pequeño lugar de convalecencia para los migrantes que caen enfermos.

Pero Nuestra Señora del Valor no sólo tiene importancia para las vidas de estos migrantes. Su auge también es un importante acontecimiento para la Iglesia Católica, y subraya cómo, por primera vez en casi un siglo, el Patriarcado Latino ha expandido su patrimonio y su presencia en Tierra Santa. Hasta hace poco, la Iglesia Católica estaba estancada demográficamente aquí. Muchos templos de todo el país cayeron en desuso, ya que un gran número de cristianos –que sólo en Jerusalén llegaron a representar el 19% de la población– emigró a otros países. Hoy, los cristianos árabes suponen sólo el 2% de la población israelí. Pero en los últimos años el número de cristianos ha experimentado un acusado aumento debido a la llegada de migrantes extranjeros. Muchas iglesias antiguas, además de las construidas a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando varias confesiones europeas incrementaron su presencia en Tierra Santa, vuelven a ser utilizadas tras décadas de escasa o nula actividad. Y con el fin de atender a los migrantes en zonas sin iglesias, como Tel Aviv, se están creando nuevos lugares de culto.

“Es una especie de ironía que aquí la mayoría de los cristianos sean migrantes”, dice Grospe. De hecho, entre los católicos hay una proporción de tres migrantes por cada nativo, según el Centro para las Relaciones Judeo-Cristianas de Jerusalén, que cifra en unos 50.000 los trabajadores migrantes católicos presentes en Israel, por sólo unos 25.000 nativos. Fueron estas elevadas cifras las que llevaron al Patriarcado Latino a comprar y desarrollar Nuestra Señora del Valor, la primera iglesia católica de Tel Aviv.

Los trabajadores migrantes, que proceden principalmente de países africanos y asiáticos, empezaron a llegar en grandes cifras a finales de los años 90, cuando los cambios de política como reacción al aumento del terrorismo palestino redujeron el número de trabajadores de la Margen Occidental y Gaza, según Hotline for Refugees and Migrants, organización no gubernamental que trabaja para proteger los derechos de los trabajadores migrantes y luchar contra el tráfico de personas en Israel. Hoy, informa Hotline, hay unos 70.000 trabajadores extranjeros autorizados en el país y otros 15.000 sin visado. La mayoría trabaja en el sector de la construcción o como cuidadores internos para israelíes enfermos, ancianos o discapacitados. Además, hay aproximadamente 43.000 solicitantes de asilo, principalmente de origen sudanés y eritreo, que han llegado a Israel en los últimos años a través de la Península del Sinaí (Egipto), según el Ministerio del Interior.

El sistema de inmigración de Israel se basa en la Ley del Retorno, que sólo concede la ciudadanía automáticamente a judíos y descendientes próximos de judíos, así como a parientes de ciudadanos que cumplan una serie de requisitos; de modo que la afluencia de trabajadores y solicitantes de asilo de origen extranjero y no judío ha supuesto un problema para los legisladores. Pero, a pesar de los frecuentes cambios de actitud del Gobierno hacia los migrantes, que han ido desde los programas de amnistía temporal a las deportaciones masivas, aquellos han aflorado como un elemento permanente de Tel Aviv, la pujante capital comercial y cultural de Israel. A lo largo de las tres últimas décadas, la llegada de estos migrantes ha transformado el sur de Tel Aviv, convirtiéndolo en una área étnicamente diversa donde los hijos de los trabajadores y refugiados de Filipinas, Eritrea y Sudán juegan y estudian juntos en hebreo. Aunque los titulares de la prensa israelí sí suelen hacerse eco de los debates sobre el estatus legal de estos niños y la llegada de los migrantes en general, el tranquilo desarrollo de las comunidades religiosas que les sirven de sostén pasa casi siempre inadvertido.

“La gente no es consciente de ello”, dice Hana Bendcowsky, directora de actividades en el Centro para las Relaciones Judeo-Cristianas de Jerusalén. “Para los israelíes, los filipinos son los que cuidan de sus abuelas. No ven más allá de ahí. No los ven como una comunidad cristiana”. Pero para muchos de estos migrantes las congregaciones religiosas y el culto son una parte esencial de sus vidas en Israel.

© Versión original (en inglés): The Tower
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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