Una idea capital

El presidente Trump acabó el 6 de diciembre con toda esperanza de paz en Oriente Medio, dio imprudentemente alas al terrorismo y arruinó las relaciones estadounidenses con todos los países árabes.

O eso pensaría uno al leer las reacciones a su decisión de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel. El ministro de Exteriores sueco tachó la decisión de “catastrófica”. Para no quedarse atrás, el veterano negociador palestino Saeb Erekat dijo que trasladar la embajada de EEUU a Jerusalén provocaría el “caos, la anarquía y el extremismo”. Con eso no bastaba, así que añadió: “El presidente Trump ha destruido cualquier posibilidad de [una solución de] dos Estados” y “El presidente Trump ha cometido esta noche el mayor error de su vida”.

La iniciativa que ha dado pie a tanta hipérbole fue el anunció de que Jerusalén es la capital de Israel y de que Estados Unidos acabará construyendo una embajada allí. Trump hizo ese anuncio de acuerdo con la Ley de la Embajada en Jerusalén, de 1995, aprobada en el Congreso con un abrumador apoyo de ambos partidos. Los demócratas no podían, lógicamente, comerse sus votos, pero sí morderles los bordes. Al habla Nancy Pelosi: “Jerusalén es la capital eterna de la patria judía. Pero, a falta de una resolución negociada entre Israel y los palestinos, trasladar la embajada de EEUU a Jerusalén ahora podría encender innecesariamente las protestas, alimentar las tensiones y hacer más difícil que se alcance una paz duradera”. Es decir: yo estaba a favor, pero ahora que Donald Trump está a favor, pues no lo estoy.

En la comunidad judía estadounidense todo esto tenía un apoyo muy extendido, pero el líder del movimiento reformista, el rabino Rick Jacobs, consolidó la idea de que éste no es más que una filial del Partido Demócrata al decir: “Aunque compartimos la creencia del presidente de que se debería trasladar la embajada de EEUU –en el momento adecuado– de Tel Aviv a Jerusalén, no podemos apoyar su decisión de empezar a preparar ese traslado sin un plan integral para un proceso de paz”. Para él, el “momento adecuado” será, al parecer, con la llegada del Mesías.

¿Por qué toda esta exageración? Después de todo, es un hecho que Jerusalén es la capital de Israel y que siempre lo ha sido desde que terminó la Guerra de Independencia, en 1949. Cuando un presidente estadounidense o un secretario de Estado van a visitar al primer ministro israelí o a hablar ante la Knéset, acuden a Jerusalén. En 2016, Barack Obama fue al cementerio del Monte Herzl de Jerusalén a hacer el panegírico de Simón Peres. La Casa Blanca difundió la transcripción con este encabezado: “Palabras del presidente Barack Obama en el funeral por el expresidente israelí Simón Peres, Monte Herzl, Jerusalén, Israel”. Nueve horas después, difundió una versión corregida donde “Israel” aparecía tachado; así: “Jerusalén, Israel”. Esta estupidez planteaba una pregunta: ¿en qué país pensaban Obama y su Casa Blanca que se estaba enterrando a Peres?

Ese incidente absurdo ayuda a explicar por qué Trump dio tal paso. Fue un triunfo del sentido común y también de la Historia. Tras casi setenta años, hace mucho que Estados Unidos debería haber reconocido lo obvio: como cualquier país, Israel tiene una capital, y es inaceptable que Israel sea el único país sobre la Tierra al que se niega el derecho a elegir su capital. Negarse a reconocer a Jerusalén como la capital de Israel es parte de la campaña, tan vieja como el propio Israel, de negación de la legitimidad del Estado judío.

¿Cómo se explica, entonces, esta absurda sobrerreacción? Para alguien como Pelosi, hay una regla muy simple: nunca reconozcas a Donald Trump ningún mérito. Punto. Para los europeos, el odio a Trump se mezcla con su viejo prejuicio antiisraelí, especialmente en el caso de los ministros de Exteriores. Las muy truculentas proclamas de lamento y las copiosas lágrimas de cocodrilo sobre una posible violencia futura denotan su evidente esperanza de que haya muchos disturbios, sólo para demostrar que Trump se equivoca. Para los regímenes árabes, temerosos siempre de la opinión pública, que siempre va a favor de los palestinos y se basa muchas veces en el simple odio a los judíos, el camino que parecía más fácil y seguro era condenar la decisión de Trump.

Habrá mucha violencia si los dirigentes árabes quieren que la haya, y muy poca si quieren detenerla. Reparemos, sin ir más lejos, en la Autoridad Palestina. Se le debería responsabilizar por la violencia en Jerusalén y la Margen Occidental, porque su sobreactuación y sus deliberadas tergiversaciones sobre lo que Trump ha hecho la alimentarán. Cuando la AP cierra los colegios, como hizo al día siguiente de las palabras de Trump, para que los alumnos puedan participar en las revueltas, está fomentando la violencia. Ya hemos visto este juego antes, con Yaser Arafat y, hace poco, en julio, cuando dos policías israelíes que se encontraban en las inmediaciones del Monte del Templo fueron asesinados a tiros e Israel instaló detectores de metal para impedir la entrada de armas en el recinto. Los palestinos podrían haber dicho: “Vale, hay detectores de metal por toda La Meca, y por la misma razón: el terrorismo; así que, ¿cuál es el problema?”. En lugar de eso, el partido gobernante, Fatah, pidió “días de rabia”, y los tuvo.

¿Cuál ha de ser la respuesta adecuada de Estados Unidos? ¿Plegarse a las amenazas de violencia o hacer lo que hizo el presidente Trump y avanzar? Después de todo, si se percibe que las amenazas y los actos de violencia pueden cambiar las decisiones políticas de EEUU, habrá más violencia. Si, en cambio, no consiguen nada, habrá menos.

Aunque, sin lugar a dudas, Trump quiere avanzar hacia la paz, soy escéptico. La OLP no ha estado dispuesta a negociar de verdad en toda una década, si es que alguna vez lo ha estado, incluso en esos años aparentemente dorados, con Clinton, Bush y Obama, cuando Estados Unidos no había dicho que Jerusalén es la capital de Israel. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, cancelará, estoy seguro, su reunión con Mike Pence, programada para la próxima visita del vicepresidente Israel. La cancelación de esa reunión no es una crisis. La ausencia de conversaciones de paz no es una crisis (o, si lo es, los ocho años de Obama fueron años de interminables crisis israelo-palestinas, como ustedes prefieran). Las negociaciones volverán a empezar cuando los palestinos decidan que les interesa sentarse a la mesa, al margen de que Estados Unidos construya una embajada en Jerusalén o no.

Ha habido otra respuesta a la decisión de Trump digna de considerar, aunque es silenciosa e invisible. Es la reacción de los líderes de todo el mundo, que ahora se tomarán más en serio las promesas de Trump. Todos estaban seguros de que no podía hablar en serio cuando dijo que trasladaría la embajada a Jerusalén, de que era otra promesa electoral, pero resulta que iba en serio. Así que la próxima vez que haga una promesa o una amenaza, ¿no creen que Xi, Putin y Jamenei se lo pensarán dos veces antes de ignorarla? Sería lo lógico.

© Versión original (en inglés): The Weekly Standard
© Versión en español: Revista El Medio
 

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Fuente: El Medio

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