Una gran victoria del Estado de Derecho en Israel

La Autoridad Palestina, la alternativa moderada a Hamás, se ha significado por jalear el terrorismo contra Israel. Tuvimos un reciente ejemplo el pasado 9 de octubre, cuando, como reportó Camera, “un terrorista palestino denominado Musabh Abu Sbeih asesinó a dos israelíes, una abuela de 60 años, Levana Malihim, y un oficial de policía de 30, Yosef Kirma, en un frenético tiroteo en Jerusalén”. Sbeih, que hirió a otras cinco personas antes de ser abatido por la Policía, fue saludado por Fatah, partido principal en la Autoridad Palestina, como un “mártir”. Poco antes la propia Fatah publicó una viñeta “en la que se mostraba una mano blandiendo un fusil en lo alto del Domo de la Roca” y en la que había “un charco de sangre con dos cascos con la estrella de David que simbolizaban a dos israelíes asesinados”.

Es esta mentalidad, y no, como el secretario de Estado Kerry y la ONU parecen imaginar, los asentamientos israelíes en la Margen Occidental lo que impide que se alcance la paz entre israelíes y palestinos. Por supuesto, también los israelíes son en ocasiones culpables de brutalidad contra los palestinos. La diferencia es que Israel es un país donde rige el Estado de Derecho y quienes cometen violaciones contra los derechos humanos de los palestinos, del tipo que resultan inevitables en todas las batallas contra el terrorismo, tienen todas las papeletas para ser juzgados y condenados.

El último caso es el del sargento Elor Azaria, un médico del Ejército israelí que fue grabado disparando en la cabeza a un asaltante palestino que yacía inerte en el suelo tras haber apuñalado y herido a un soldado israelí en la ciudad de Hebrón, en la Margen Occidental. Algunos israelíes de extrema derecha –incluido el actual ministro de Defensa, Avigdor Lieberman– han ensalzado a Azaria como una víctima cuyas acciones son excusables en la guerra contra el terrorismo. El alto mando de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) adoptó una posición muy diferente ante este tremendo quebrantamiento de las leyes de guerra. Azaria fue juzgado por un tribunal militar, y ahora ha sido condenado por homicidio.

El tribunal machacó las contradictorias alegaciones de la defensa de Azaria, que adujo que el hombre al que disparó el sargento, Abed al Fatah al Sharif, “parecía representar una amenaza porque aún se movía” y a la vez que “testigos médicos aseguraron que ya estaba muerto cuando el sargento Azaria le disparó en la cabeza”.

Los americanos saben por experiencia propia lo difícil que es proceder contra soldados descarriados por crímenes perpetrados en el transcurso de un conflicto. Piénsese en la Matanza de My Lai (1968), en la que soldados de una división norteamericana asesinaron a cientos de civiles vietnamitas. El único condenado por ese terrible crimen fue el teniente William Calley, un jefe de pelotón. Aunque fue declarado culpable de 22 asesinatos, sólo cumplió tres años y medio de arresto domiciliario, gracias a la errada lenidad del presidente Nixon.

Nunca es fácil y menos aún popular procesar a soldados. Las IDF entienden que este tipo de disciplina es esencial para mantener la moral alta y el honor limpio ante adversarios que violan las más elementales leyes de la guerra, por no hablar de los principios humanos. Israel puede ir con la cabeza bien alta por condenar al sargento Azaria incluso si el resto del mundo no le concede el menor crédito por ello.

Actualización: el primer ministro Netanyahu no merece el menor crédito por pedir al presidente Rivlin que perdone a Azaria. Eso no sólo sería un golpe injustificable a la imagen pública de Israel; más importante aún: sería un insulto a todos los soldados de las IDF que, ante las peores provocaciones, cumplen con los más elevados niveles de profesionalidad y ética.

© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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