Turquía y Pakistán: cuando las elecciones socavan la democracia

Hace no tanto, parecía que la libertad y la democracia se abrían camino en el mundo, con Turquía y Pakistán, dos países de mayoría musulmana de gran importancia estratégica, en lugares prominentes de la marcha. Ha resultado ser una ilusión, como han dejado paradójicamente claro las elecciones que se han celebrado recientemente en ambos.

En Turquía, las urnas dieron al presidente Recep Tayyip Erdogan los poderes que ha perseguido durante tanto tiempo. Así, ahora es el jefe del Estado y del Gobierno, de las Fuerzas Armadas y de la Judicatura. Desde hace ya, además censura a los medios, da instrucciones a las compañías privadas y llena las cárceles de enemigos y disidentes.

Ladrillo a ladrillo, Erdogan está desmontando el legado de Mustafa Kemal Atatürk, quien fundara la República de Turquía en 1923, tras el colapso del Imperio Otomano, y cuyo objetivo era la creación de un Estado-nación moderno y laico.

Pese a la pertenencia de Turquía a la OTAN, Erdogan cada vez se alinea más con los autócratas antiamericanos, en especial con el presidente de Rusia, Vladímir Putin, y con los gobernantes de la República Islámica de Irán, a quienes ha ayudado a evadir las sanciones que pesan sobre su régimen.

Añadiendo el insulto a la injuria, Erdogan ha tomado como rehén a un ciudadano norteamericano. Andrew Brunson, pastor de una pequeña iglesia cristiana, ha sido acusado de “cristianización”, de “usar creencias religiosas y diferencias confesionales para dividir y separar al pueblo turco”.

Lo que parece que quiere el presidente turco es intercambiar al pastor Brunson por Mohamed Fethullah Gülen, un rival político que vive exiliado en EEUU. El hecho de que Gülen aparentemente no haya quebrantado la legalidad es sólo una razón por la que las autoridades americanas tendrían harto complicado proceder al intercambio.

En cuanto a Pakistán, fue fundado en 1947 como patria independiente para los millones de musulmanes de la India que no estaban dispuestos a vivir como una minoría en una nación de mayoría hindú. El fundador de Pakistán, Muhamad Alí Yinah, concibió un sistema que garantizara los derechos civiles y humanos a todos los ciudadanos, incluidos hindúes, sijs, cristianos, ahmadíes y demás miembros de confesiones minoritarias.

“El islam y su idealismo nos han enseñado la democracia”, dijo Yinah en un discurso radiofónico en 1948. “Nos ha enseñado la igualdad entre los hombres, la justicia y el juego limpio para todo el mundo”.

Su sueño no se cumplió. Pakistán ha estado durante buena parte de su breve historia bajo gobierno militar. En los años 80, el general Zia ul Haq empezó un proceso de islamización que, con el tiempo, se fue haciendo cada vez más oscurantista e intolerante.

En el último decenio, los civiles han estado en el poder, y en 2013 se produjo una transición pacífica en el mismo. Pero elementos del Ejército y los servicios de inteligencia han seguido moviendo los hilos entre bambalinas.

Farahnaz Ispahani, exlegisladora pakistaní que hoy en día trabaja para el Woodrow Wilson Center for International Scholars de Washington, no es la única que piensa que las elecciones de la semana pasada se vieron marcadas negativamente por “la censura de los medios, las inhabilitaciones arbitrarias de candidatos relevantes, la manipulación de los partidos por parte de los servicios de inteligencia y la prevalencia de los terroristas”.

Los vencedores de los comicios fueron la exestrella del críquet Imran Jan, de 65 años, y el partido que éste fundó en 1996, Pakistan Tehrik e Insaf (PTI). Ispahani dice que el señor Jan es “el equivalente pakistaní del turco Erdogan”. “Se ha ganado la confianza de los militares”, añade, sin felicitarlo.

Según Sadandand Dhume, del American Enterprise Institute, la cosmovisión de Jan “mezcla los clichés más cansinos de la izquierda con absurdas ficciones islamistas”. Jan “defiende posiciones fundamentalistas, empezando por una cruel ley antiblasfemia que hace a las minorías religiosas vulnerables a linchamientos del populacho”. El gran proyecto económico de Jan, “convertir Pakistán en un Estado del Bienestar islámico”, es un “cuento de hadas”, añade Dhume, dada la debilidad de la economía nacional tras generaciones de mala gestión y corrupción.

Durante la campaña, Jan proclamó:

Pakistán debe desprenderse de la influencia americana y salirse de la ‘guerra contra el terrorismo’ para así crear prosperidad y alcanzar la paz regional.

En realidad, Pakistán lleva mucho tiempo siendo un actor ambivalente en esa guerra. Por un lado, permite el uso de su territorio para labores de suministro de nuestras tropas en Afganistán. Por el otro, como ha referido mi colega en la Fundación para la Defensa de las Democracias (FDD) Bill Roggio, “ha aceptado miles de millones de dólares norteamericanos y empleado esos fondos para procurar refugio a los talibanes y a otros grupos yihadistas”. “Pakistán es directamente responsable de que miles de soldados americanos y de países aliados hayan muerto o resultado heridos”.

Recuerden que Osama ben Laden estuvo oculto en Pakistán hasta que las fuerzas especiales norteamericanas se presentaron sin avisar en Abotabad. Lo de que ninguna autoridad pakistaní sabía que estaba ahí –Abotabad es una localidad con guarnición militar no muy lejos de la capital del país, Islamabad– es ridículo.

Dhume ha informado también de que “un firmante de la declaración de yihad de Ben Laden ‘contra los judíos y los cruzados’ (1998) se unió al partido Tehrik e Insaf de Jan”.

En resumen: las elecciones celebradas en Turquía y Pakistán han reforzado, no la democracia, sino el autoritarismo y el islamismo. En ambos países, la libertad no está ganando terreno, sino perdiéndolo. Ambos países tienen líderes que no pueden ser considerados aliados de EEUU frente a quienes pueden ser tenidos por enemigos comunes.

No estoy cargando contra las elecciones. Estoy diciendo que las elecciones por sí solas no necesariamente impulsan la democracia liberal, o siquiera una gobernanza decente. En países donde no se han desarrollado instituciones y hábitos democráticos, los votantes están dispuestos a elegir líderes desdeñosos para con la libertad religiosa y de prensa y los derechos de las minorías. Y no habrá una mayoría de votantes que descalifiquen a los políticos que bendigan el terrorismo cuando sirva a sus propósitos.

He aquí un grave dilema para los políticos de Washington, aun más acuciante para los millones de turcos y pakistaníes que aspiran a la democracia y a la prosperidad, y que ahora han de asumir que sus países no van a lograr ni la una ni la otra en el corto plazo.

© Versión original (en inglés): Foundation for Defense of Democracies (FDD)
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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