Qatar y la crisis del Golfo

El pasado lunes, la Agencia de Prensa Saudí anunció que Arabia Saudita rompía relaciones diplomáticas y consulares con Qatar para “proteger su seguridad nacional de los peligros del terrorismo y extremismo”. La Agencia de Prensa Saudí especificó en un segundo comunicado que Riad rompía las relaciones con Doha por su supuesto apoyo a grupos como el Estado Islámico, Al Qaeda y los Hermanos Musulmanes. El comunicado mencionaba además el supuesto apoyo qatarí a grupos terroristas respaldados por Irán en territorio saudí y a los rebeldes huzis en el Yemen, contra los que combaten los saudíes.

Se anunció también que se abría un plazo de catorce días para que los ciudadanos saudíes abandonasen Qatar y los qataríes Arabia Saudí. El reino ha cerrado sus fronteras -por tierra, mar y aire- con el emirarto, lo que implica el cierre de su espacio aéreo a aviones procedentes de o con destino Qatar. Esto obligará a grandes rodeos a todo el tráfico aéreo que comunica este país con el resto del mundo. Las únicas fronteras terrestres de Qatar son las que comparte con Arabia Saudí. El conjunto de medidas es en definitiva un bloqueo saudí en toda regla, y en Qatar la población ha reaccionado acudiendo en masa a los supermercados para acumular comida.

La maniobra saudí fue secundada por EgiptoEmiratosBaréin, el Gobierno internacionalmente reconocido del Yemen, Maldivas y Mauricio. No se trata de la primera crisis diplomática entre Qatar y el bloque de petromonarquías liderado por Arabia Saudí. Ya en 2014 tuvo lugar una crisis con motivaciones parecidas que supuso la retirada de embajadores de marzo a noviembre.

La medida de fuerza de Riad y sus aliados ha pillado a más de uno por sorpresa. Y con razón. En todos estos años, los medios de comunicación de Rusia e Irán, junto con sus órganos de propaganda, han insistido en que las petromonarquías árabes han trabajado siempre juntas en pos de los mismos intereses geopolíticos, por ejemplo apoyando en Siria a los grupos yihadistas en alianza con Estados Unidos, Turquía e Israel. Esa narrativa insistía en que la oposición al régimen de Bashar al Asad era toda ella de carácter yihadista y compartía objetivos con el Estado Islámico. El objetivo era claro: presentar a Asad como la alternativa razonable y desligitimar a los aliados geopolíticos de Occidente en la región.

Así, por ejemplo, según la agencia de noticias rusa Sputnik, un ataque ruso con misiles de crucero en Siria en septiembre de 2016 destruyó un “centro de operaciones de la inteligencia occidental”. La noticia citaba entre otros a Global Research. Allí habrían muerto treinta “oficiales extranjeros” de EEUU, Reino Unido, Israel, Arabia Saudí, Turquía y Qatar. Meses más tarde, en diciembre, el canal público iraní HispanTV informó, citando entre otros a Voltairenet, que el Ejército sirio había capturado en un búnker de Alepo a catorce militares de EEUU, Reino Unido, Francia, Alemania, Israel, Arabia Saudí, Turquía, Marruecos y Qatar.

Esa idea de tantos países con agendas internacionales diferentes, cuando no directamente opuestas, trabajando revueltos en búnkeres y bases secretas sirias estaba más cercana a las teorías conspirativas de los Protocolos de los Sabios de Sión que a la realidad. Pero ha influido en la visión de las petromonarquías del Consejo de Cooperación del Golfo como un bloque unido con una política común.

El hecho es que las petromonarquías han mantenido desde los comienzos de la Primavera Árabe agendas exteriores mucho más activas pero no necesariamente compatibles. Que Obama dejara caer el régimen de Mubarak fue una llamada a la acción. Las reglas habían cambiado y ante la aparición de un nuevo orden internacional en el Gran Oriente Medio, las petromonarquías decidieron que la mejor manera de prever el desarrollo de los acontecimientos era influir en su desarrollo. Así, Emiratos y Qatar se unieron a la coalición internacional creada por la OTAN para establecer una zona de exclusión aérea sobre Libia. Eso no fue obstáculo para que los aviones de Qatar aterrizaran en Bengasi con ayuda militar y despegaran con rebeldes heridos o dispuestos a realizar cursos de entrenamiento. Cuando cayó Trípoli, allí estaban las fuerzas especiales de ambos países.

Desde entonces, Qatar y Emiratos han mantenido una política muy activa e intervencionista en el Gran Oriente Medio. Emiratos envió sus fuerzas especiales y sus helicópteros Apache a Afganistán. Entrenó a la policía marítima de Puntlandia para luchar contra la piratería en aguas de Somalia. Y apoyó a una de las facciones en la actual fase de la guerra civil libia (v. “La emergencia de Emiratos”). Pero nunca actuó alejándose de los intereses de Arabia Saudí, de la que fue su principal aliado en el Yemen.

Qatar en cambio ha ido por libre, colocándose en el bando opuesto del apoyado por Arabia Saudí y sus aliados aquí y allá. Doha respaldó al Gobierno de los Hermanos Musulmanes de Egipto, mientras que Riad fue el valedor del del general Al Sisi. En Siria, el reino armó a grupos rebeldes del Ejército Sirio Libre y a una amplia variedad de fuerzas islamistas. El emirato hizo lo propio con grupos islamistas, pero además apoyó a la franquicia local de Al Qaeda, de ahí su papel clave como intermediario en la liberación de occidentales secuestrados, como fue el caso de los tres periodistas españoles liberados en 2016. Y también tuvo un rol fundamental en la negociación a tres bandas para la liberación de ciudadanos qataríes secuestrados por una milicia chií en Irak, que llevó a Qatar a pagar grandes sumas de dinero y a intermediar en la liberación de prisioneros chiíes en manos de un grupo yihadista sirio.

Arabia Saudí y Emiratos han tratado de acercarse discretamente a Israel, mientras Qatar ha financiado a Hamás en Gaza e ido de la mano de Turquía. La relación Qatar-Turquía es además relevante por el sostén económico que procura el primero al segundo, que, por su parte, abrió en 2016 su primera base militar en la región del Golfo Pérsico en suelo qatarí. La alianza bilateral ha sido efectiva también en Libia, donde Doha y Ankara se ubican en el bando opuesto al de Emiratos y Egipto.

Qatar ha acogido a disidentes de otras petromonarquías y les ha concedido la nacionalidad para que dispongan de pasaporte. Además, el canal de televisión qatarí Al Yazira ha mostrado una visión crítica de los países vecinos. A pesar de los sucesivos desencuentros, parece ser que la actual crisis diplomática se disparó tras la publicación de un discurso del emir de Qatar en el que hablaba de las “buenas” relaciones con Israel y de “fuertes” relaciones con Irán, “un poder islámico regional que no puede ser ignorado”. Las autoridades qataríes atribuyeron el contenido del discurso a la manipulación de unos hackers.

Qatar se trata del principal productor de gas natural licuado del mundo (y el principal proveedor de Japón). Alberga además la mayor base militar de Estados Unidos en la región, desde la que se apoya el esfuerzo de guerra en Irak y Afganistán. Así que podría contar con inesperados apoyos para desbloquear la situación con Arabia Saudí y sus aliados. A su vez, el régimen de Irán ha declarado su apoyo al diálogo como vía para la resolución de la crisis y ha mostrado su voluntad de sustituir a los proveedores saudíes de alimentos de Qatar. Por tanto, el resultado de la crisis podría reforzar el papel de actores como Estados Unidos en la región o llevar a Qatar definitivamente hacia el bando de Irán.

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Fuente: El Medio

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