Pakistán: ¿vida o muerte para la ‘blasfema’ cristiana?

El pasado día 9, el Tribunal Supremo de Pakistán escuchó la apelación final de una mujer cristiana que llevaba casi una década en el corredor de la muerte acusada de haber insultado a Mahoma, el profeta del islam. El destino de la mujer está ya sellado: “Han llegado a una decisión, pero aún es reservada”, informó Mehwish Bhati, director de la Asociación Cristiana Británico-Pakistaní, desde el juzgado.

Asiya Norín –más conocida como Asia Bibi– es una mujer casada de 47 años, madre de cinco hijos, que fue acusada de violar la infame legislación paquistaní contra la blasfemia hace casi una década.

Según su autobiografía, Blasphemy: A Memoir: Sentenced to a Death Over a Cup of Water [vers. española: ¡Sacadme de aquí!], el 14 de junio de 2009 Asia Bibi fue a recoger bayas a un campo. Aunque estaba acostumbrada a ser marginada por las otras recolectoras por su fe cristiana, las cosas llegaron a un punto crítico cuando, en aquel sofocante día de verano, bebió agua de un pozo comunal.

“¡No bebas de ese agua, es haram [prohibido]!”, le gritó una mujer, que después se volvió a las otras recolectoras y dijo: “Escuchad todas: esta cristiana ha ensuciado el agua del pozo al beber de nuestra taza y meterla varias veces. ¡Ahora el agua está contaminada y no podemos beber! ¡Por su culpa!”. (Esto no es raro en el mundo musulmán: en este vídeo, un clérigo egipcio expresa su gran repulsión hacia los cristianos y dice que no podría beber de una taza que hubiese sido tocada por un cristiano).

La discusión fue a mayores y las mujeres empezaron a pedir que Bibi se convirtiera al islam para salvarse. Entonces, ella replicó: “¿Qué hizo vuestro profeta Mahoma para salvar a la Humanidad?”.

He aquí un resumen de lo que pasó a continuación:

Bibi dijo que las mujeres empezaron a gritar, a escupirla y a agredirla. Aterrorizada, se fue corriendo a casa. Menos de una semana después, había ido a recoger fruta a otro campo cuando se enfrentó a ella una turba encabezada por esa mujer que le había gritado inicialmente.

La multitud la rodeó y golpeó, y la llevó de vuelta a la aldea clamando: “¡Muerte! ¡Muerte a la cristiana!”.

El imán del lugar dijo: “Me han dicho que has insultado a nuestro profeta. Ya sabes qué le pasa a quien ataca al santo profeta Mahoma. Sólo te puedes redimir mediante la conversión o la muerte”.

Ella protestó: “No he hecho nada. Por favor, se lo ruego, no he hecho nada malo”.

Cubierta de sangre, llevaron a Bibi a la comisaría, donde la Policía la interrogó y preparó un informe. Después la metieron en un furgón policial y se la llevaron directamente a la cárcel.

Y ahí sigue desde entonces.

Pese a la incoherencia de los testimonios recogidos, a finales de 2010 un tribunal punyabí la condenó a la horca ante una multitud vociferante. Desde entonces, “he estado encerrada, esposada, encadenada, desterrada del mundo y queriendo morir”, dice Bibi en sus memorias clandestinas.

No sé cuánto me queda de vida. Cada vez que se abre la puerta de la celda, el corazón se me acelera. Mi vida está en las manos de Dios y no sé qué me va a suceder. Es una existencia brutal, cruel.

Evidentemente, también sufren su marido y sus cinco hijos. “La quiero mucho y echo de menos que esté aquí. No puedo dormir por las noches, porque la echo de menos”, explicó una vez Ashiq Masih:

Echo de menos su sonrisa; echo de menos todo de ella. Ella es mi alma gemela. No puedo verla en la cárcel. Se me rompe el corazón. La vida ha sido una no existencia sin ella… Mis hijos lloran por su madre, están destrozados. Pero, siempre que puedo, trato de darles esperanza.

Todo esto por hacer una pregunta retórica,”“¿Qué hizo vuestro profeta Mahoma para salvar a la Humanidad?”, que no han dejado de preguntarse los no musulmanes desde hace siglos. Así, a finales de la década de 1390 el emperador romano Manuel II Paleólogo respondió a un grupo de sabios musulmanes dispuestos a convertirle al islam diciéndoles:

Mostradme qué novedades trajo Mahoma, y sólo encontraréis cosas malvadas e inhumanas, como su orden de extender por la espada la fe que predicaba.

Unos 600 años después, en 2006, cuando el papa Benedicto citó de pasada esta afirmación, hubo disturbios anticristianos en el mundo musulmán; se quemaron iglesias y una monja italiana que había dedicado su vida a atender a los enfermos y necesitados de Somalia fue asesinada en dicho país.

En Pakistán, esa suerte de justicia popular no es sino una de las maneras de vengar el honor de Mahoma. Según la sección 295-C de su Código Penal,

quien mediante la palabra, hablada o escrita, o la representación visible, o mediante cualquier imputación, sugerencia o insinuación, directa o indirecta, ensucie el sagrado nombre del santo profeta Mahoma (la paz sea con él), será castigado con la muerte o el encarcelamiento de por vida, y también se expondrá a una multa.

Como los no musulmanes –en particular los cristianos, que por definición rechazan la profecía de Mahoma– son más propensos a ser sospechosos de blasfemia, y como la palabra de un cristiano no es válida frente a la de un musulmán, las acusaciones de blasfemia de musulmanes contra cristianos son comunes y suelen dar lugar a penas de cárcel, palizas e incluso el asesinato de cristianos (como cuando, en 2014, 1.200 musulmanes quemaron viva a una pareja cristiana por, supuestamente, haber afrentado al islam).

En otras palabras, la historia de Asia Bibi es la tétrica punta del iceberg. Parece que en Pakistán no pasa un mes –a veces ni una semana– sin que unos musulmanes acusen a unos cristianos de insultar a Mahoma, a menudo para ajustar cuentas personales (aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí y aquí) o apropiarse de tierras (aquí, aquí, aquí y aquí). A estas acusaciones les siguen los habituales disturbios, con quemas de iglesias, palizas y expulsiones de cristianos y, al final, el arresto y encarcelamiento de los presuntos blasfemos.

Aunque el caso de Bibi ha provocado indignación en la comunidad internacional, los llamamientos en pro de su liberación han caído en saco roto. Y no tanto porque las autoridades del país estén decididas a ejecutarla –seguramente un infiel no merezca la crítica y el desprecio del mundo– como porque excusarla para salvar la cara ante el mundo les haría perderla ante muchos de sus correligionarios. De ahí que se produzcan protestas y disturbios cada vez que se habla en serio de perdonar a Bibi. Como el marido de ésta, Ashuq Masih, obrero de la construcción, explicó una vez:

Los maulanas [clérigos] quieren su muerte. Han anunciado una recompensa (…) para cualquiera que la mate. Han declarado incluso que si el tribunal la absuelve se asegurarán de que se cumpla la sentencia de muerte.

Las autoridades que muestran solidaridad o se ponen del lado de estos blasfemos también son puestas en la diana. Dos destacados defensores de Asia Bibi, el gobernador Salman Tasir y el ministro de Asuntos de las Minorías, Shabaz Bhati, fueron asesinados en 2011. Tasir fue disparado 27 veces por Mumtaz Qadri, su propio guardaespaldas. Tras el asesinato, más de 500 clérigos musulmanes expresaron su apoyo a Qadri y lo cubrieron de pétalos de rosa.

Esta es seguramente la razón por la que las autoridades siguen retrasando la emisión de un veredicto definitivo: para dar tiempo a que Bibi muera de forma natural en la cárcel, de la misma manera en que otros cristianos han fallecido en extrañas circunstancias. En vez de aplacar al mundo pero enojar a los islamistas poniéndola en libertad, o aplacar a los islamistas pero horrorizar al mundo ejecutándola, la Justicia paquistaní ha abandonado a Bibi en la trampa mortal de la cárcel, donde las estrecheces, los malos tratos y las enfermedades no atendidas deberían haberla matado ya, como a tantos otros.

Pero, para su irritación, Bibi es “psicológica, física y espiritualmente fuerte”, afirmó su marido hace unos días. “Como tiene una fe muy fuerte, está preparada y dispuesta a morir por Cristo. Nunca se convertirá al islam”.

***

En sus memorias, Bibi se pregunta si “ser cristiana en Pakistán es no sólo un error, o un baldón, sino un verdadero crimen”. Su pregunta está a punto de ser respondida por el Tribunal Supremo.

“En todo Pakistán, incluso en muchas partes del mundo, la expectación (…) por el destino final de Asia Bibi parece estar en su ápice”, ha declarado Leighton Medley, de la Asociación Cristiana Británico-Pakistaní. “Aquí en Pakistán, la sensación es que, una vez más, se han trazado unas líneas de batalla (…) entre los que apoyan el odio y la intolerancia y los que luchan por la paz y la justicia”. Cristianos de todo el mundo rezan y ayunan, mientras extremistas musulmanes llaman en las redes sociales a provocar disturbios en caso de que la blasfema escape de la muerte. En cualquier caso, “habrá protestas por ambos lados y es seguro que habrá problemas”, añade Medley.

Es realmente un Día D para Asia, esta es la cuenta atrás y pronto sabremos si los extremistas ganan o pierden. Y si habrá paz y justicia en Pakistán o sólo más odio, discriminación e intolerancia.

© Versión original (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio

 

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Fuente: El Medio

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