La revuelta populista llega a Irak

La revuelta populista mundial que está desarbolando a los políticos convencionales en Estados Unidos, Europa e incluso Filipinas ha llegado a Irak. La mayoría de los occidentales que aún siguen la política iraquí asumieron que Dawa, el partido del actual primer ministro, Haider al Abadi, ganaría fácilmente las elecciones legislativas, pero no. Dawa quedó tercero. Sairún, el partido del incendiario clérigo Muqtada al Sader, fue el más votado.

Recordarán a Muqtada al Sader. Es el tipo que organizó la insurgencia chií proiraní contra Estados Unidos, el Gobierno de Bagdad y los civiles suníes entre 2003 y 2008. Hoy es una persona muy distinta. Sigue alzando el puño, pero contra las élites corruptas y sus antiguos patronos iraníes. “Si se mantienen los [funcionarios] corruptos y las cuotas, caerá todo el Gobierno, sin excepciones”, advirtió. Dicho de otro modo: hay que drenar la ciénaga.

Es la versión iraquí del demagogo populista: fundamentalista, antisistema y xenófobo. Defensor de la clase trabajadora y enemigo declarado del ideario liberal occidental, en sus listas va incluso Muntadar al Zaidi, el pintoresco periodista famoso por lanzar un zapato al presidente George W. Bush en una rueda de prensa en Bagdad en 2008.

Por supuesto, Sader no habría llegado a ningún sitio de no ser por los occidentales a los que desprecia. Después de todo, fueron los americanos los que acabaron con el régimen baazista de Sadam Husein y establecieron el régimen electoral que lo ha encumbrado. Tampoco habría llegado a ningún sitio sin Irán. Sus antiguos aliados y vecinos de la República Islámica armaron a su milicia, el Ejército del Mahdí, y le proporcionaron refugio cuando los americanos fueron a por él.

Ahora que Estados Unidos está (casi) fuera de Irak y que Irán lleva una década enredando en la política iraquí, con desastrosas consecuencias, Sader se ha vuelto tan antiiraní como antiamericano. No le gusta que su Gobierno sea una marioneta de una capital extranjera, ya sea Washington o Teherán.

No hay por qué extrañarse. Entre la mayoría chií de Irak son muchos los que sienten una afinidad natural con la aún más numerosa mayoría chií de Irán, pero las tensiones entre los árabes y los persas han sido una característica de la geopolítica de Oriente Medio desde tiempo inmemorial, y la tensión nacionalista entre Irán e Irak ha estado presente a lo largo de la aún breve historia de Irak como Estado-nación moderno. Los chiíes iraquíes y los chiíes iraníes son aliados naturales, pero, al mismo tiempo, los iraquíes árabes y los iraníes persas son enemigos igualmente naturales.

Sader es exasperantemente reaccionario y no poco peligroso. También es complicado. Es un chií sectario cuya milicia hizo brutal limpieza de suníes en Bagdad y sus inmediaciones, pero también es lo que hoy pasa por un nacionalista iraquí que rechaza toda violencia intrairaquí y se opone a toda influencia extranjera. “No permitiremos que los iraquíes sean carne de cañón para las guerras de otros, ni que se les utilice en guerras por delegación fuera de Irak”, afirma el saderista Yuma Bahadily, en referencia a la guerra civil siria.

Sader ha forjado una alianza con los comunistas, cóctel espeluznante para cualquier occidental de mentalidad liberal, pero por desgracia hay pocos demócratas jeffersonianos en la antigua Mesopotamia. Sí hay, no obstante, algunos reformistas y tecnócratas laicos, y también se han aliado con los saderistas. Teherán lo sabe y no le gusta. “No permitiremos que los liberales y los comunistas gobiernen en Irak”, dice Alí Akbar Velayati, destacado asesor del líder iraní, el ayatolá Jamenei.

A muy pocos estadounidenses les agradaría vivir bajo un Gobierno dirigido por saderistas. Aun así, su desenganche de Irán no es nada desdeñable. Los occidentales y los árabes se han lamentado de la creciente influencia de Irán en Irak tras el derrocamiento de Sadam, en parte debida al propio Ejército del Madhí de Sader; sin embargo, nadie está resistiéndose a la influencia iraní en Irak con tanto éxito como él. Los partidos suníes se resisten a ella como siempre, pero los suníes son una pequeña minoría. Casi toda la influencia iraní llega a través de los chiíes. Sólo ellos pueden hacer frente a Teherán porque, para empezar, son los únicos que pueden abrirle el paso. Con el movimiento de Sader en la batalla, Irán se enfrenta al más formidable obstáculo en Bagdad desde que Sadam saltaba de palacio en palacio.

Sader no será el próximo primer ministro de Irak. Su lista obtuvo la mayoría de los votos, pero él no se presentaba a las elecciones. Podría ser el próximo poder en la sombra, por decirlo así, pero ni siquiera eso es seguro. Aunque su partido obtuvo más escaños que los demás, no logró la mayoría. Es posible que el resto se una en una coalición contra él. Nadie lo sabe todavía.

Sea lo que sea lo que acabe pasando, el mensaje principal aquí debería ser éste: Irak ni siquiera está en la misma zona horaria que democracias liberales altamente funcionales como Nueva Zelanda y Francia, pero podemos analizar el resultado y averiguar el resultado definitivo de estas cuartas elecciones consecutivas como si lo fuese.

© Versión original (en inglés): World Affairs
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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