La farsa interminable del proceso de paz

A menos que EEUU esté dispuesto a hacer de tripas corazón y plantar cara por fin a Mahmud Abás y la Autoridad Palestina, la misión de los representantes estadounidenses para la región, Jared Kushner y Jason Greenblatt, para reiniciar el proceso de paz en nombre del presidente Donald Trump podría acabar siendo muy contraproducente.

Abás está llegando al final de su reinado. El brutal y corrupto dictador está empeñado en que su legado sea el de un luchador por la paz sitiado, comprometido con la reversión de la Nakba [la “destrucción” que, dicen los palestinos, supuso la creación de Israel] y cuyo objetivo último es la restauración de la hegemonía árabe desde el Jordán hasta el Mediterráneo. Su manera de conseguirlo precisa del desmembramiento del Estado judío por fases, mediante el terrorismo y la presión internacional.

Hasta ahora, sencillamente ha ignorado las peticiones y demandas de Trump. La incitación y las llamadas a la “resistencia” a través de los medios de comunicación y las exhortaciones de los imanes a los palestinos para que maten israelíes y se conviertan en shahids (mártires) han alcanzado cotas inéditas. El propio Abás espoleó la histeria religiosa basada en la denuncia falsa de que los judíos se estaban apoderando de la mezquita de Al Aqsa y profanándola, lo que desencadenó las últimas revueltas y fomentó más ataques terroristas. A los niños se les lava el cerebro para que consideren a los judíos seres infrahumanos que descienden de los monos y los cerdos, propaganda que recuerda y replica con frecuencia a la empleada por los nazis.

La AP y sus líderes siguen honrando a asesinos múltiples como luchadores por la libertad, dando sus nombres a mezquitas, plazas públicas, colegios y otras instituciones para conmemorar sus crímenes.

A pesar de las demandas personales de Trump, Abás ha prometido que jamás cerrará el Fondo Nacional Palestino, que proporciona generosas pensiones y recompensas económicas a los terroristas encarcelados o abatidos y a sus familias; la cantidad es proporcional al éxito de los actos terroristas perpetrados. Los asesinos encarcelados encabezan la lista, con pagos mensuales de 11.000 shékels (más de 3.000 dólares), a los que añaden otros 25.000 dólares si son puestos en libertad. Este año, el Fondo ha repartido 345 millones de dólares, la mitad de los 693 millones que la AP recibe en ayuda exterior. Por lo tanto, EEUU y los países europeos han contribuido en la práctica a proporcionar fondos que incentivan a los palestinos a asesinar israelíes.

El Congreso de EEUU ha aprobado ahora un conjunto de leyes para deducir una parte equivalente a la de esos fondos de la ayuda procurada a los palestinos. Los europeos no han tomado medida alguna, aunque Alemania, el Reino Unido y Noruega están revisando las cosas.

Abás ha respondido prometiendo que mantendrá los pagos, que él describe como “prestaciones sociales”, y en las últimas semanas incluso los ha aumentado.

Su reciente anuncio de que los acuerdos con Israel en materia de seguridad se habían terminado nunca se ejecutó realmente. La realidad es que el régimen de Abás se vería perjudicado si anulara tal coordinación, mediante la cual la Policía constriñe el enorme descontento popular con su régimen. Aunque los acuerdos de seguridad redujeron la presión sobre las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF), la parte que más tiene que perder si se anularan sería la corrupta AP, que probablemente colapsaría o caería en manos de Hamás.

Abás ha acusado a EEUU de parcialidad y, por tanto, de no estar cualificado para actuar de intermediario.

Por su parte, los israelíes consideran que, con el desbarajuste de la Administración Trump, han surgido mensajes contradictorios en relación con el proceso de paz. Trump reafirma una y otra vez que está del lado de Israel, pero aún tiene que cumplir su promesa de trasladar la embajada de EEUU a Jerusalén. La embajadora de EEUU ante la ONU, Nikki Haley, ha sido excepcionalmente franca; pero la reciente cascada de declaraciones del secretario de Estado, Rex Tillerson, y los comunicados de su departamento, sin embargo, son sumamente desconcertantes y recuerdan ominosamente a la era Obama.

Tillerson informó al Senado de que los palestinos estaban avanzando positivamente en el proceso de paz y se habían comprometido a terminar con la financiación del martirio, lo cual se desmintió rápidamente. En julio, el Departamento de Estado hizo público un informe en el que se encomiaba a Abás por haber gestionado “de manera significativa” el problema de la incitación. El informe también decía que el terrorismo palestino lo provocaban “la falta de esperanzas de conseguir la estadidad palestina, la construcción israelí en los asentamientos de la Margen Occidental, la violencia de los colonos contra los palestinos en la Margen Occidental, la percepción de que el Gobierno israelí está alterando el statu quo del Monte del Templo y las tácticas de las IDF que los palestinos consideran excesivamente agresivas”. Dichas observaciones son equiparables a las realizadas hace dos años, en el auge de la campaña diplomática contra Israel del entonces presidente Barack Obama.

Esto no se debería interpretar como una señal de que EEUU ha abandonado a Israel. Simplemente refleja las divisiones internas en su Administración, que probablemente no habrían salido a la luz si Trump no se hubiese distraído por el caos en otras áreas. Por fortuna, Tillerson ha sido en buena parte excluido de la implicación directa en las negociaciones de paz y Trump ha autorizado ahora a Kushner y Greenblatt a reiniciar el proceso de paz.

Para complicar más las cosas, tanto los palestinos como los israelíes están enredados en líos domésticos. Abás, el hipócrita canalla de lengua viperina, gobierna como un dictador y ha creado una cultura de la muerte. Sin embargo, ha envejecido y su pueblo es consciente de que le queda poco tiempo. Nunca ha estado dispuesto a hacer la menor concesión significativa a unos israelíes desesperados por separarse de los palestinos, y es improbable que dé ningún paso en esa dirección. Al contrario, ha estado reforzando activamente las relaciones con los iraníes y los turcos, que ahora le apoyan a él y también a Hamás. Pero la población está impaciente y ya están compitiendo los que aspiran a sustituirlo.

Los israelíes también se están enfrentando a varios problemas domésticos, con la interminable campaña de demonización del primer ministro, Benjamín Netanyahu, al que se acusa de corrupción. Afortunadamente, es improbable que se enfrente a grandes presiones políticas relacionadas con el proceso de paz, porque la oposición se convertiría en un hazmerreír si intentara presionarlo para que hiciese concesiones a la AP.

En este contexto –y dejando a un lado los problemas de Hamás en Gaza–, es imposible concebir que los representantes de Trump logren algún progreso. Kushner incluso ha admitido hace poco que teme que en estos momentos no haya una salida realista al punto muerto en que se encuentran las negociaciones.

La pregunta es cómo responderán los representantes estadounidenses cuando, como es probable, Abás les dé el visto bueno. ¿Se volverán a implicar en la farsa de un proceso de paz que no obliga a Abás a asumir sus responsabilidades? ¿O harán a Trump darse cuenta de que es hora de declarar abiertamente que hay que dejar de proteger a los líderes palestinos y pedir al mundo que cese de proporcionales el poder para seguir con la incitación y el terrorismo contra Israel?

Deberían preparar un borrador de programa económico, que Israel sin duda apoyaría, centrado en la construcción de instituciones y la creación de infraestructuras que mejoren el nivel de vida de los palestinos, pocos de los cuales se han beneficiado de las enormes cantidades de ayuda exterior que sus corruptos líderes han desviado a sus cuentas bancarias. Deberían también animar a los países árabes moderados a que presionen para que los palestinos tengan unos nuevos líderes que estén dispuestos a hacer la paz con Israel.

Sin embargo, si decidiesen ocultar la realidad y seguir persiguiendo la paz, el efecto será contraproducente e Israel se verá obligado, como ha ocurrido hasta la fecha, a velar por sus propios intereses.

© Versión original (en inglés): The Algemeiner
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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