Israel del día a la noche

Cada amanecer, en Jerusalén, se despiertan milenios de historia. Cuando se pone el sol, en Tel Aviv, la vida, intensa, va de fiesta junto al Mediterráneo. Dos vistazos, a través de los oficios de sus gentes, a estos lugares separados por 66 kilómetros. 


Unas cien personas caminan por la plaza de la Iglesia del Santo Sepulcro, en el barrio cristiano de Jerusalén. Son las 12:14 y el sol aviva el verano. La entrada izquierda —la derecha está tapiada con ladrillos— la custodia un hombre elegante de baja estatura, de pelo casi blanco, bigote, camisa azul claro, pantalón y zapatos negros. Ágil, verifica que todo esté en orden. Sus ojos no se detienen: se juega el honor de una herencia que carga, a sus espaldas, el peso de los siglos.

El hombre saca la billetera del bolsillo y extrae una tarjeta con su nombre y su cargo: Wajeeh Nuseibeh, custodio de las puertas de la Iglesia del Santo Sepulcro, uno de los lugares más sagrados del cristianismo.

Luego, Wajeeh, musulmán, de 68 años, hace una pausa, se sienta en un banco de madera y repasa la historia de su estirpe. Su familia llegó a la ciudad con la conquista del islam en el siglo VII. Poco después, según su versión, se echaron a jugar las cartas de su destino.

Adeeb Joudeh tiene dos copias de la llave de la Iglesia del Santo Sepulcro.Foto: Adeeb Joudeh
Adeeb Joudeh tiene dos copias de la llave de la Iglesia del Santo Sepulcro.
Foto: Adeeb Joudeh

Omar —califa entre 634 y 644— designó a uno de sus antepasados como custodio del templo. El cargo se transmitió, de generación en generación, hasta las Cruzadas, en el siglo XI. Luego, cuando el sultán Saladino reconquistó Jerusalén para el islam, en 1187, le encargó a otro ancestro de Wajeeh cobrar impuestos a los peregrinos —medida abolida en 1831—, además de abrir y cerrar las puertas de la Iglesia. Ahora, Wajeeh las abre a las 4 de la mañana y las cierra a las 9 de la noche.

Su misión se complementa con la de Adeeb Joudeh, también musulmán; guarda de la llave del templo, forjada en 1149, de unos 30 centímetros, 250 gramos y tan negra como la noche. Saladino, en consecuencia con el veredicto de sus consejeros, les confió el cuidado de las llaves a los ancestros de Adeeb, una familia noble, para impedir que el templo volviera a caer en manos de los cruzados. A partir de ese año, 1187, la tarea se ha delegado de padres a hijos. Siendo nobles, no podían ellos mismos abrir y cerrar, así que alguien más debía hacerlo.

La iglesia es mi segundo hogar. Allí aún veo a mi papá, a mi abuelo… todos mis ancestros están ahí —cuenta Adeeb.

La tumba de Jesucristo en la Iglesia del Santo Sepulcro. El edículo fue erigido en 1810.Foto: iStock
La tumba de Jesucristo en la Iglesia del Santo Sepulcro. El edículo fue erigido en 1810.
Foto: iStock

Por algo se dice que las paredes de piedra de Jerusalén tienen oídos y corazón. El día en la Ciudad Vieja camina al ritmo de los oficios que traspasan generaciones y mantienen vigente el espíritu de sus abuelos. El honor familiar jamás se oxida. De igual manera el sastre, el pintor, el orfebre, el panadero, el escriba, con movimientos lentos de sus manos, le dan forma a herencias que no dejan de latir.

Camino de la Iglesia del Santo Sepulcro, en un mercado del barrio árabe —bullicioso, repleto de ropa, frutas, verduras, especias y gente de afán— se encuentra la panadería de Abu Samir, fundada en 1875. Le piden un mutabak, plato tradicional árabe. Sigue las instrucciones de su abuelo: se lava las manos, limpia la mesa y saca la masa. La extiende con las yemas de sus dedos, lentamente, mientras arquea sus cejas. Luego, pasa el rodillo, toma la masa con sus manos y le da siete vueltas, extendiéndola al máximo. En ese momento, la dobla, arma una especie de tortilla que rellena con queso y adereza con almíbar y polvo de pistacho.

En el lado opuesto, metros después del Santo Sepulcro, en el barrio judío, el escriba Jamie Shear estudia caligrafía hebrea y la Torah, libro sagrado. A diferencia del panadero y los guardas de la Iglesia del Santo Sepulcro, a él lo llevó a su taller la búsqueda de un maestro. Nacido en Canadá y radicado en Jerusalén desde su juventud, se reclina sobre la mesa, toma el lápiz con sumo cuidado y diseña, lento, una letra sobre el pergamino. Escribe un rollo de la Torah. Su trabajo debe ser perfecto: cualquier error lo obligará a empezar de cero y cada rollo implica año y medio de dedicación.

A unas siete calles está el Muro de las Lamentaciones, único vestigio del Segundo Templo de Jerusalén, sagrado para los judíos y destruido por los romanos en el 70 d. C. Y bordeando las murallas de la Ciudad Vieja —erigidas en el siglo XVI—, en el barrio armenio, Hagop Antreassian agarra un pequeño pincel con su mano derecha y pinta, de rojo, el pétalo de una rosa. Se inspira en antiguos motivos de los manuscritos y la arquitectura armenios en su taller de cerámica, oficio que aprendió de su abuelo para elaborar y decorar floreros, ceniceros o placas.

Hagop Antreassian pinta un vaso al estilo armenio. Fundó su taller en 1980. Foto: Sergio Molina.
Hagop Antreassian pinta un vaso al estilo armenio. Fundó su taller en 1980. Foto: Sergio Molina.

Mientras Abu Samir, el panadero, da vueltas a la masa del mutabak, Jamie Shear pule su trazo sobre el pergamino y Hagop unta de rojo su pincel, Wajeeh Nuseibeh termina de contar una historia de 14 siglos en cuestión de dos minutos y 52 segundos… Jerusalén crea su propia versión del tiempo: pasado y presente se diluyen en un suspiro.

Jamie Shear exhibe un rollo de la Torah ya finalizado. Se demoró año y medio en hacerlo y lo escribió con una pluma de pavo. Foto: Sergio Molina.
Jamie Shear exhibe un rollo de la Torah ya finalizado. Se demoró año y medio en hacerlo y lo escribió con una pluma de pavo. Foto: Sergio Molina.

Son las 12:19. Wajeeh se pone de pie y se sobresalta. Se mueve, veloz, y observa. Sus ojos no se detienen. Las cuestiones de honor son para toda la vida.

La denominada carretera número 1 conduce, en unos 45 minutos, de Jerusalén a Tel Aviv. Almendros, cipreses, granados y viñedos acompañan la llegada a la ciudad, fundada en 1909. El sol cae sobre el Mediterráneo. Liko, barman, de 27 años, se alista para ser el alma de una fiesta. Es el camino que eligió hace cinco años, cuando tomó la decisión más importante de su vida.

El concepto de la discoteca The Bordel, donde trabaja Liko, se centra en shows de circo. Foto: cortesía Bordel.
Ciclovía junto al mar Mediterráneo en Tel Aviv. Foto: 123RF

Nació en Bat Yam, a siete kilómetros de Tel Aviv. Allí se dedicaba a la herrería, que aprendió de su padre. Sin embargo, un día vendió sus herramientas y cerró su taller. Renunció a su destino. Lo hizo luego de trabajar unos días en un bar, por un favor que le pidió un amigo. La vida nocturna de Tel Aviv lo cautivó: inmediatamente, hizo el curso de barman. Incluso, a diferencia de muchos jóvenes de su edad que trabajan en los bares para pagar sus estudios, suspendió, meses después, la carrera de Ingeniería Mecánica. Por ahora no quiere saber nada del hierro o de los números. La noche aún es infinita para él.

A la 1:48 de la madrugada, momento central del espectáculo en la discoteca The Bordel y para el cual Liko entrena por las tardes, él se sube a la barra, se agarra de un trapecio, se impulsa hacia atrás, trepa las piernas y, suspendido boca abajo, se balancea y hasta sirve cerveza. Suena una de sus canciones favoritas, Ein Makom Acher, de la banda de rock israelí Mashina, cuya letra se refiere a quien vive, al máximo, el presente y deja todas sus preocupaciones atrás.

La noche palpita, con intensidad, cada segundo.

A pocos pasos, el bulevar Rothschild conecta el barrio fundacional de Tel Aviv, el Neve Tzedek, con la plaza del teatro nacional. La calle bulle entre visitantes extranjeros, israelíes que andan en plan de viernes —la semana laboral termina el jueves— y residentes que pasean sus perros y andan en bicicleta. La arquitectura, sin la historia y la piedra de las fachadas de Jerusalén, combina art déco, eclecticismo rampante y Bauhaus, escuela surgida en Alemania que aplicó sus principios —prohibidos por los nazis—, principalmente en Tel Aviv.

El distrito de Jaffa tiene cerca de 4.000 años de historia. A partir de allí se fundó y creció Tel Aviv. Foto: iStock.
El concepto de la discoteca The Bordel, donde trabaja Liko, se centra en shows de circo. Foto: cortesía Bordel.

En Tailor Made, un exclusivo bar sin anuncios parapetado en el fondo del jardín interior de un restaurante en el sector de Allenby, Liran, de 32 años, evoca su niñez. La casa fue una corte durante el mandato británico (1923-1948). Allí vivió el sastre Stefan Braun, uno de los personajes más famosos de la moda israelí. Sus abrigos de piel llegaron a ser usados por celebridades como Elizabeth Taylor, Sophia Loren o Marlene Dietrich. El restaurante heredó, por un tiempo, el nombre del sastre, pero Liran, que iba allí desde niño con su familia, lo compró con cinco socios más en 2012 y lo rebautizó.

Entre las 2:30 y las 5 de la mañana llegará la hora de Said, de 37 años, y sus Sambusaks, empanadas de queso, papa o tahini (pasta hecha a partir de semillas de sésamo) cuya receta ha sobrevivido en absoluto secreto por seis generaciones. Su panadería, Abulafia, fue fundada en 1879 por el abuelo de su abuelo en Jaffa, ciudad antigua a partir de la cual surgió Tel Aviv.

—Fuimos de los primeros lugares que comenzaron a funcionar 24/7. Por algo se dice que Tel Aviv nunca para —indica, orgulloso.

En los alrededores de Rothschild —o en cualquier punto de la ciudad—, Idan prepara pitas, un pan tradicional, durante toda la noche. Su puesto, Panda Pita, funciona bajo el formato pop-up: se instala en diferentes sitios por temporadas. Pero suele tener un puesto fijo en el mercado popular de Carmel cuando llega la mañana. Allí atenderá a quienes resistan más y terminen su fiesta hacia las 10 u 11 del sábado. Una preparación, en especial, lo transporta a sus raíces: la pita con ceviches y especias tunecinas.

—Me acuerda de mi padre, cuando íbamos a pescar y luego preparábamos una sopa. Fue el inicio de todo — dice, con algo de nostalgia.

La noche palpita con más intensidad. Mientras Liran evoca su infancia, Said supervisa la preparación de empanadas árabes e Idan hace más pitas, Liko vuelve a la carga. Salta de nuevo a la barra, se sienta sobre la base del trapecio y canta, gesticulando. Se arquea, flexiona sus piernas hacia el tronco, las manda abajo y se engancha, con su brazo izquierdo, de la cuerda del trapecio. En esa posición, ‘corre’ en el aire. Grita, con todo su empeño, los últimos fragmentos de Ein Makom Acher.

Es la 1:53 de la mañana. Afuera, el bulevar Rothschild no da tregua.

Israel del día a la nocheEl distrito de Jaffa tiene cerca de 4.000 años de historia. A partir de allí se fundó y creció Tel Aviv. Foto: iStock.
Fuente: AviancaRevista


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