Francia, al borde del colapso (1)

Francia está en estado de ebullición. Los migrantes que llegan de África y Oriente Medio siembran el desorden y la inseguridad en muchas ciudades. El enorme arrabal conocido popularmente como “la jungla de Calais” acaba de ser desmantelado, pero se crean otros nuevos cada día. En el este de París, las calles se han cubierto de láminas onduladas, hules y tablones abigarrados. La violencia es el pan de cada día. El número de no-go zones del país, oficialmente definidas como “áreas urbanas sensibles”, es ya de 572 y sigue creciendo, y los policías que se acercan a ellas suelen sufrir las consecuencias. Recientemente un coche policial fue objeto de una emboscada e incendiado, y a los agentes que iban a bordo no se les dejaba abandonarlo. En caso de ser atacados, en vez de contraatacar, los agentes deben huir, según les dicen sus superiores. Muchos policías, indignados por tener que comportarse como cobardes, han organizado manifestaciones. No se han producido atentados desde el asesinato de un sacerdote en Saint-Etienne-du-Rouvray, el pasado 26 de julio, pero los servicios de inteligencia ven cómo los yihadistas han regresado de Oriente Medio y están listos para actuar, y que los disturbios pueden estallar en cualquier parte, en cualquier momento, con cualquier pretexto.

Aunque se ve sobrepasado por la situación doméstica, el Gobierno francés sigue interviniendo en los asuntos internacionales: la del Estado palestino sigue siendo su causa favorita, e Israel su chivo expiatorio preferido.

La primavera pasada, a pesar de las terribles circunstancias que atravesaban tanto Francia como los territorios palestinos, el ministro galo de Exteriores, Jean-Marc Ayrault, declaró de todas formas que era “urgente” relanzar el “proceso de paz” y crear un Estado palestino. Francia organizó a tal fin una conferencia internacional, que se celebró en París el 3 de junio. Ni Israel ni los palestinos fueron invitados. La conferencia fue un fiasco. Concluyó con una anodina declaración sobre la “imperiosa necesidad” de “avanzar”.

París no se detuvo ahí y decidió organizar una nueva conferencia en el inminente diciembre. Esta vez, con Israel y los palestinos. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, declinó la invitación advirtiendo que Israel no necesita intermediarios. Los líderes palestinos aceptaron. Saeb Erekat, portavoz de la Autoridad Palestina (AP), felicitó a Francia y añadió que –como era de esperar– la AP había “sugerido” la idea a los franceses.

Ahora Donald Trump es el presidente electo de EEUU, y es probable que Newt Gingrich desempeñe una función clave en su Administración. Gingrich dijo hace unos años que no existía un “pueblo palestino”, y la semana pasada añadió que los asentamientos no eran en modo alguno un obstáculo para la paz. Por lo tanto, parece que la conferencia de diciembre podría ser otro fracaso.

No obstante, los diplomáticos franceses están trabajando con las autoridades palestinas en una resolución de la ONU para reconocer un Estado palestino dentro de las “fronteras de 1967” (las líneas de armisticio de 1949), pero sin ningún tratado de paz. Supuestamente están esperando que el presidente saliente de EEUU, Barack Obama, no utilice el poder de veto estadounidense en el Consejo de Seguridad y permita así que se apruebe la resolución. No es en absoluto seguro que Barack Obama quiera terminar su presidencia con un gesto tan abiertamente subversivo. Es casi seguro que Francia volverá a fracasar. Otra vez.

Durante muchos años, Francia ha parecido construir toda su política exterior alineándose con la Organización de Cooperación Islámica (OCI): 56 países islámicos más los palestinos. Es posible que, en un primer momento, fantaseara con desplazar a Estados Unidos como potencia mundial, con acceso a energía barata, acuerdos comerciales con Estados islámicos ricos en petróleo y la esperanza de no sufrir terrorismo doméstico alguno. En esas cuatro cosas también ha cosechado fiascos. Asimismo, es evidente que tiene problemas más urgentes que resolver.

Francia insiste porque está intentando desesperadamente contener unos problemas que seguramente no se pueden resolver.

En los años cincuenta, Francia era diferente a como es ahora. Era amiga de Israel. La causa palestina no existía. La guerra en Argelia se intensificaba y una gran mayoría de políticos franceses ni siquiera estrechaban la mano a terroristas no arrepentidos.

Todo cambió con el fin de ese conflicto. Charles de Gaulle entregó Argelia a un movimiento terrorista llamado Frente de Liberación Nacional. Después procedió a elaborar una reorientación estratégica de su política exterior y dio a conocer lo que denominó “política árabe de Francia”.

Francia firmó acuerdos comerciales y militares con varias dictaduras árabes. Para seducir a sus nuevos amigos, se aprestó a adoptar una política antiisraelí. Cuando, en la década de 1970, los palestinos inventaron el terrorismo aéreo y asesinaron a los atletas israelíes en las Olimpiadas de Múnich de 1972, la de los palestinos se convirtió de repente en una causa sagrada y en una útil herramienta para cobrar ventaja negociadora en el mundo árabe. Abrazando la causa, Francia se volvió rígidamente propalestina.

Los palestinos empezaron a utilizar el terrorismo internacional, y Francia optó por aceptarlo mientras no se viera afectada. Al mismo tiempo, recibió una inmigración masiva del mundo árabe-musulmán, obviamente parte del afán musulmán de expandir el islam. Las cifras de la población musulmana han crecido desde entonces, sin que se haya producido una asimilación.

Francia no se dio cuenta entonces, pero se metió en una trampa, y ahora la trampa se está cerrando.

© Versión original (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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