Declaración del presidente Trump sobre Jerusalén

Cuando asumí el cargo, prometí observar los desafíos mundiales con los ojos bien abiertos y una manera de pensar muy fresca. No podemos resolver nuestros problemas insistiendo en las mismas concepciones fallidas y repitiendo las fracasadas estrategias del pasado. Los viejos desafíos requieren nuevos enfoques.

Mi anuncio de hoy marca el inicio de un nuevo enfoque del conflicto entre Israel y los palestinos.

En 1995, el Congreso adoptó la Ley de la Embajada de Jerusalén, en la que urgía al Gobierno a trasladar la embajada norteamericana a Jerusalén y –muy importantemente– a reconocer que esta ciudad es la capital de Israel. Esa ley obtuvo en el Congreso un abrumador respaldo bipartidista, y fue ratificada de manera unánime en el Senado hace sólo seis meses.

Aun así, durante 20 años, cada uno de los presidentes norteamericanos precedentes ha hecho uso de la dispensa legal, negándose a trasladar la embajada de EEUU a Jerusalén o a reconocer a Jerusalén como la capital de Israel.

Los presidentes hicieron uso de esas dispensas bajo la creencia de que demorando el reconocimiento de Jerusalén harían avanzar la causa de la paz. Algunos dicen que les faltó coraje, pero procedieron como mejor supieron en función de su comprensión de los hechos. Sea como fuere, el bagaje es el que es. Tras más de dos décadas de dispensas, no estamos más cerca de un acuerdo duradero de paz entre Israel y los palestinos. Sería estúpido asumir que repetir la misma fórmula produciría ahora un resultado distinto o mejor.

Así pues, he determinado que ha llegado la hora de reconocer oficialmente a Jerusalén como la capital de Israel.

Aunque presidentes precedentes hicieron de esta una gran campaña electoral, no cumplieron. Hoy, yo sí cumplo.

Entiendo que este curso de acción redundará en el interés de los Estados Unidos de América y de la búsqueda de la paz entre Israel y los palestinos. Este es un muy esperado paso para hacer avanzar el proceso de paz y trabajar en pro de un acuerdo duradero.

Israel es una nación soberana con el mismo derecho que tienen las demás naciones soberanas a determinar cuál es su capital. Reconocer esto es una condición necesaria para alcanzar la paz.

Hace 70 años que los Estados Unidos, bajo el presidente Truman, reconocieron el Estado de Israel. Desde entonces, Israel tiene su capital en la ciudad de Jerusalén, la capital ancestral del pueblo judío. Hoy, Jerusalén es la sede del moderno Gobierno israelí. Es la sede del Parlamento Israelí, la Knéset, así como de la Corte Suprema israelí. En Jerusalén se encuentran la residencia oficial del primer ministro y del presidente de Israel. Y las sedes principales de numerosos ministerios israelíes.

Durante décadas, presidentes, secretarios de Estado y mandos militares norteamericanos se han reunido con sus contrapartes israelíes en Jerusalén, como hice yo mismo a principios de este año.

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Jerusalén es el corazón no sólo de tres grandes religiones, sino de una de las más exitosas democracias del mundo. En las últimas siete décadas, el pueblo israelí ha construido un país donde judíos, musulmanes y cristianos, y gentes de otras fes, son libres de vivir y rezar de acuerdo con su conciencia y sus creencias.

Jerusalén es hoy, y debe seguir siendo, un lugar donde los judíos oran ante el Muro Occidental, los cristianos recorren la Vía Dolorosa y los musulmanes rezan en la mezquita de Al Aqsa.

Sin embargo, durante todos estos años, los presidentes de EEUU han declinado reconocer oficialmente a Jerusalén como la capital de Israel. De hecho, hemos declinado reconocer capital israelí alguna.

Pero hoy, finalmente hemos reconocido lo obvio: que Jerusalén es la capital de Israel. Es nada más y nada menos que el reconocimiento de la realidad. Es además lo correcto. Es algo que se tenía que hacer.

Es por esto que, en consistencia con la Ley de la Embajada de Jerusalén, he ordenado al Departamento de Estado que empiece a preparar el traslado de la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén. Comenzará de inmediato el proceso de contratar a los arquitectos, ingenieros y diseñadores, para que la nueva embajada, cuando esté terminada, sea un espléndido tributo a la paz.

Al hacer estos anuncios quiero también dejar algo meridianamente claro: esta decisión no pretende, en ningún modo, reflejar un abandono de nuestro firme compromiso con el facilitamiento de un acuerdo de paz duradero. Queremos un acuerdo que sea un gran trato para los israelíes y para los palestinos. No hemos tomado una posición sobre ninguno de los asuntos de estatus final, incluido el de la demarcación concreta de la soberanía israelí en Jerusalén o el de las fronteras en disputa. Estas son cuestiones para las partes implicadas.

Los Estados Unidos permanecen formalmente comprometidos con la contribución a facilitar un acuerdo aceptable para ambas partes. Trataré de hacer todo lo que esté en mi mano para ayudar a forjar dicho acuerdo. Sin duda, Jerusalén es uno de los asuntos más sensibles de esas conversaciones. Los Estados Unidos respaldarían una solución de dos Estados si estuvieran de acuerdo en ello las dos partes.

Mientras, llamo a las partes a mantener el statu quo en los lugares sagrados de Jerusalén, incluido el Monte del Templo, también conocido como Haram al Sharif.

Por encima de todo, nuestra mayor esperanza es la paz, el anhelo universal que anida en cada alma. Con la acción de hoy, reafirmo el compromiso de mi Administración con un futuro de paz y seguridad para la región.

Por supuesto, este anuncio provocará desacuerdos y disensos. Pero confiamos en que, en última instancia, si trabajamos sobre esos desacuerdos, llegaremos a la paz y a un lugar de mayor entendimiento y cooperación.

Esta ciudad sagrada convoca lo mejor de la humanidad, elevando nuestra mirada a lo posible y no retrotrayéndonos y sumiéndonos en las viejas querellas, que se han convertido en completamente predecibles. La paz nunca está fuera del alcance de quienes quieren alcanzarla.

Hoy, llamamos a la calma, a la moderación, a que las voces de la tolerancia prevalezcan sobre las del odio. Nuestros hijos heredarán nuestro amor, no nuestros conflictos.

Repito el mensaje que lancé en la histórica y extraordinaria cumbre celebrada en Arabia Saudí a principios de año: Oriente Medio es una región rica en cultura, espíritu e historia. Su gente es brillante, orgullosa, y diversa, vibrante y fuerte. Pero el increíble futuro le queda lejos por culpa de las matanzas, la ignorancia y el terror.

El vicepresidente Pence viajará a la región en los próximos días a fin de reafirmar nuestro compromiso para con nuestros socios en Oriente Medio en pro de la derrota del radicalismo que amenaza las esperanzas y los sueños de las futuras generaciones.

Ha llegado la hora de que muchos de los que desean la paz se quiten de en medio a los extremistas. Ha llegado la hora de que las naciones civilizadas, y sus pueblos, respondan a los desacuerdos con el debate razonable, no con la violencia.

Ha llegado la hora de que en todo Oriente Medio voces jóvenes y moderadas reclamen para sí un futuro hermoso y brillante.

Hoy, reconduzcámonos a un camino de mutuo entendimiento y respeto. Repensemos las viejas asunciones y abramos a lo posible nuestros corazones y nuestras mentes. Finalmente, llamo a los líderes de la región, políticos y religiosos, israelíes y palestinos, judíos, cristianos y musulmanes, a unirse a nosotros en la noble empresa por una paz duradera.

Gracias. Dios les bendiga. Dios bendiga a Israel. Dios bendiga a los palestinos. Y Dios bendiga a los Estados Unidos. Muchas gracias. Gracias.

Pinche aquí para leer el original en inglés.

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Fuente: El Medio

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