Avnery era necesario

Los obituarios de Uri Avnery repiten el mismo apodo: “El guerrero de la paz”. Avnery luchó incansablemente por la paz y la reconciliación entre israelíes y palestinos, traspasando límites inimaginados, es cierto. Pero fue mucho más que el activista de referencia en Israel; su trayectoria, más allá de sus opiniones políticas y de las controversias que protagonizó, es apasionante. Y su figura, muy polémica y odiada, necesaria para una democracia como la israelí. Murió el pasado día 20, a la edad de 94 años.

Uri Avnery ha sido un personaje de referencia en la vida pública de Israel desde los años 50. Era coetáneo de la generación de gigantes que fundó el Estado y su azote en muchas ocasiones, desde su periódico Haolam Hasé (“Este mundo”). También guardaba amistad con muchos de ellos, como Ariel Sharón. En la derecha encontraba respeto: Gideon Saar fue uno de los ponentes en el homenaje que le rindió la Biblioteca Nacional.

Nacido en Alemania en 1923 como Helmut Ostermann, su familia huyó de Alemania seis meses después de que Hitler ascendiera al poder. A su llegada, con diez años, Avnery recuerda que “Yafa era en todos los sentidos lo opuesto a Alemania: ruidosa, humana, olía a especias exóticas… Me encantó”. Comenzó entonces a conformar esa identidad semítica y mesoriental que siempre promocionó como solución al conflicto.

Militante del Irgún en su adolescencia –lo abandonó, de acuerdo con sus propias palabras, porque estaba en desacuerdo con sus métodos violentos–, fue herido en la Guerra de la Independencia en dos ocasiones. El indómito periodista que llevaba dentro no tardó en manifestarse. Desde el frente de guerra escribía crónicas para Haaretz, que luego se convertirían en su primer libro, En los campos de los filisteos. Posteriormente adquiere, junto a Shalom Cohen, Haolam Hasé, una revista de arte en la ruina, y la convierte en un semanario irreverente y disruptor, conocido por sus reportajes de investigación sobre la corrupción política y su marcado amarillismo. El lema de Haolam Hasé era “Sin miedo, sin sesgo”. En palabras del reputado periodista Dan Margalit, “Avnery revolucionó el periodismo en Israel”. Greer Fay Cashman destaca en el Jerusalem Post: “Casi todos los periodistas que trabajaron para él, tarde o temprano se convirtieron en estrellas en otro lado”.

Desde su posición de periodista famoso, daría el salto a la política con una formación que bautizó con el nombre de su magazine. Desde 1965 hasta 1981 entró y salió del Parlamento y dejó sus experiencias en el libro 1 contra 119: Uri Avnery en la Knéset. Durante ese tiempo no cesó en sus críticas al establishment del Mapai (el partido de los gigantes), apoyó un ataque preventivo contra Egipto, fue el primero en proponer la solución de dos Estados para el conflicto con los palestinos e insistió en la platónica y loca idea de la Región Semítica, una suerte de alianza o confederación entre Israel, Jordania, Palestina, Siria e Iraq.

Su activismo por la paz a cualquier precio le llevó a ser el primer israelí en entrevistar a Yaser Arafat, durante el asedio de Beirut de 1982. Su madre le desheredó por ello, fue calificado de traidor y recibió amenazas de muerte. En 2003, junto a su mujer Rachel, sirvió como escudo humano en la Mukata para evitar que el Ejército israelí disparara contra Arafat. Sin embargo, no sólo estableció lazos con la OLP; su militancia radical le llevó más lejos: en 1994 fue invitado por Hamás con motivo de la liberación de presos palestinos posibilitada por los Acuerdos de Oslo. En 2007, su organización pacifista, Gush Shalom, distribuyó pegatinas con la leyenda “Talk to Hamas”. Su complacencia ante los que organizaban atentados suicidas en autobuses y cafeterías erosionó aún más su figura a ojos de la mayoría de los israelíes.

Entre sus últimas polémicas destaca la generada por llamar a Ahed Tamimi la “Juana de Arco” palestina. En esta ocasión, la miopía y absurdidad de encerrar a una adolescente ocho meses por abofetear a un soldado ayudó mucho a convertirla en un icono, especialmente en Occidente.

Avnery dio la batalla y escribió hasta sus últimos días. En su última columna en Haaretz, dejó su esperada crítica sobre la Ley Básica de Israel como Estado-nación del Pueblo Judío, e insistió en superar de una vez por todas la mentalidad errante de los judíos y adoptar un pensamiento post-Diáspora, en el que ser israelí significara algo más que ser judío, lo que no deja de ser la construcción de un judío nuevo que promulgaban los primeros sionistas. Avnery creía que los israelíes tenían mucho más que ver y hacer con sus vecinos jordanos, sirios y libaneses que con los judíos de Brooklyn, y que ese era el estadio siguiente del proyecto sionista. Afortunadamente, Israel sigue siendo una democracia de corte occidental que no absorbe la calamitosa tradición política de sus vecinos.

Avnery, acertado o no, era honesto y consecuente, y, sobre todo, era un personaje necesario en cualquier democracia, un disidente que cuestionaba el consenso general.

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Fuente: El Medio

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