A propósito de la independencia del Kurdistán iraquí

El mes que viene, el 25 de septiembre, el Gobierno Regional del Kurdistán (GRK) celebrará un referéndum vinculante sobre la separación, o no, de Irak. Lo más seguro es que el sí salga adelante. Hace más de una década, los kurdos celebraron un referéndum no vinculante donde el 99,8% de los votos fueron a favor de la secesión.

Nadie sabe qué va a pasar. Irak es el tipo de lugar donde puede pasar cualquier cosa, y al final pasa.

La secesión kurda podría ser tan tranquila como la secesión escocesa del Reino Unido o la quebequesa de Canadá, si es que se produjeran. Podría desarrollarse como la secesión de Kosovo de Serbia, que algunos países reconocen y otros no, mientras se deja a los serbios cocerse en su propia salsa de forma más o menos apacible.

Este es un asunto muy serio, no obstante, porque Irak no es Gran Bretaña ni es Canadá. Y hay un punto de ignición latente, así que los que vayan a viajar a la región harían bien en mantenerse alejados por un tiempo.

Poco después de que el ISIS invadiera Irak desde Siria, en 2014, el GRK se anexionó de facto la provincia de Kirkuk, rica en petróleo. Los kurdos constituían la mayoría de la población, que también contaba con relevantes minorías árabes y turcomanas, antes de que el programa de arabización de Sadam Husein de los años 90 creara temporal y artificialmente una mayoría árabe. Los kurdos han estado volviendo a la ciudad en masa, mientras que muchos árabes, la mayoría de ellos sin ningún vínculo con la región antes de que Sadam los pusiera allí, se marchan. Nadie sabe en realidad cómo es ahora su demografía.

Es un polvorín, al margen de cuál sea ahora la composición del censo. Parte de los árabes que siguen viviendo allí pueden organizar una rebelión, inmediatamente o más adelante. Si lo hacen, podrían practicar el deporte regional de maniobrar para conseguir el respaldo económico e incluso militar de países vecinos.

Por otro lado, los árabes han ido poniendo rumbo al norte, al Kurdistán, en los últimos años porque es una región pacífica, tranquila y civilizada. Es la única parte de Irak que, a pesar de la corrupción del Gobierno local y su incapacidad para honrar las normas democráticas que dice defender, funciona notablemente bien.

He estado en el Kurdistán iraquí varias veces. Es más seguro que Kansas. Mi única queja de verdad es que se vuelve un poco aburrido al cabo de un tiempo. Si vienes de Bagdad o Mosul, es prácticamente Suiza.

Ahora bien, Kirkuk es –o al menos lo era hace poco– otra historia. Las tres provincias kurdas nucleares –Dohuk, Erbil y Suleimaniya– no han vivido conflictos armados desde el derrocamiento de Sadam Husein; Kirkuk sí. Fui allí hace diez años desde Suleimaniya y sólo estuve dispuesto a hacerlo bajo la protección armada de los policías kurdos. Si hubiese ido yo solo, como hice más al norte, me habría expuesto a que me dispararan, secuestraran o mataran en un atentado con coche bomba. Me habrían podido disparar o matar con un coche bomba yendo con la Policía, pero al menos el secuestro quedaba (casi) descartado. El mismo hecho de que Kirkuk fuese una zona bélica y las provincias kurdas del norte no sugiere que los kurdos podrían estar engullendo más de lo que pueden digerir.

Pero Kirkuk tiene petróleo, y las provincias del norte no, así que por supuesto los kurdos la quieren. Bagdad, naturalmente, quiere quedársela por la misma razón. ¿Irá a la guerra por Kirkuk el Gobierno central de Irak? Probablemente no. Sadam Husein perdió su propia guerra contra los kurdos y tenía a su disposición unas fuerzas mucho más formidables de las que tiene ahora Bagdad. Aun así, es más probable que una guerra entre Londres y Edimburgo, o entre Ottawa y Montreal.

La mayor amenaza para un Kurdistán iraquí independiente no proviene de Bagdad, sino de Turquía. Los turcos vienen librando una campaña de contrainsurgencia de baja intensidad contra los separatistas armados del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) desde la década de 1970 –han muerto decenas de miles de personas–, y tienen un miedo terrible a que un Estado kurdo libre e independiente en cualquier parte del mundo refuerce y ayude a sus enemigos internos.

Aunque ya no es probable que Turquía invada el Kurdistán iraquí por principio si éste declara la independencia –preocupación que sí surgió poco después del derrocamiento de Sadam Husein–, Ankara está insistiendo en que le disgusta enormemente que el Gobierno Regional del Kurdistán incluya a Kirkuk en su referéndum. “Lo que de verdad nos preocupaba”, dijo un portavoz del presidente de Turquía el pasado mes de junio, “era que los líderes kurdos quisieran incluir Kirkuk en este proceso, pese a que según la Constitución de Irak Kirkuk es una ciudad iraquí y no está dentro de las fronteras kurdas (…) Si se hiciese algún intento de forzar la inclusión de Kirkuk en la pregunta del referéndum, habrá problemas en Kirkuk y sus alrededores”.

Es fácil comprender los temores de Turquía. El marxista-leninista PKK es, sin ninguna duda, una organización terrorista. Aun así, las naciones tienen derecho a existir aunque no le venga bien a Turquía, sobre todo si se tiene en cuenta que los kurdos de Irak no son terroristas.

Lejos de ser terroristas, los kurdos son los únicos aliados fiables de Estados Unidos en todo Irak. Son tan proamericanos como los texanos, son los únicos que no nos dispararon durante y después el derrocamiento de Sadam; y fueron, durante algún tiempo en todo caso, los únicos dispuestos a enfrentarse al ISIS directamente y capaces de vencerlo. No se alinearon con las milicias respaldadas por Irán, como sí hace el Gobierno de Bagdad, y desde luego no están en el bando de Hezbolá y el Kremlin, como el Gobierno sirio. Son tan alérgicos al islamismo político como los americanos. Lo consideran, con cierta justificación, una exportación extranjera del mundo árabe.

La Administración Trump se opone a la apuesta del Kurdistán por la independencia. Según la Casa Blanca, podría ser “significativamente desestabilizadora”. Tal vez. Pero es un poco fuerte que los americanos, precisamente ellos, den la espalda a un pueblo que quiere separarse de un país que lo asfixió bajo un régimen totalitario, libró una campaña de exterminio genocida contra él y después convulsionó en un caos sangriento durante más de una década. Nosotros, los americanos, organizamos una revolución por nuestra propia independencia contra un Gobierno mucho más liberal e ilustrado que el de Irak. Y defendemos al menos la idea de que haya un Estado palestino junto al Estado israelí, la única democracia funcional en toda la región, a pesar de que los palestinos han organizado una campaña terrorista tras otra por su propia independencia, mientras que los kurdos de Irak jamás han hecho algo parecido.

Un Kurdistán iraquí independiente tiene muchas más opciones de ser estable con el respaldo estadounidense que sin él, pero los kurdos van a seguir adelante de todos modos. Como dijo Frank Costello, el personaje que interpreta Jack Nicholson en la mordaz película de Martin Scorsese Infiltrados: “Nadie te lo da. Tienes que cogerlo”.

© Versión original (en inglés): World Affairs 
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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