Turquía, en estado de crisis permanente

Soner Cagaptay, miembro del Washington Institute y autor de uno de los libros más esperados sobre Recep Tayyip Erdogan (The New Sultan: Erdogan and the Crisis of Modern Turkey), aborda en este artículo los esfuerzos del presidente turco para acabar con el legado de Kemal Ataturk. Sin embargo, escribe Cagaptay, la evolución de la sociedad turca es un gran inconveniente para las aspiraciones tiránicas del islamista y, en consecuencia, una fuente constante de conflictos que mantienen a Turquía en permanente estado de crisis.

(…) Erdogan tiene un problema: mientras Ataturk llegó al poder como un general del Ejército, [él] gobierna por mandato democrático. La Turquía de Ataturk era rural y solo el 10 por ciento de sus habitantes estaba alfabetizado (…), y era la parte más educada de la población la que apoyaba su proyecto político. La Turquía de Erdogan es en un 80 por ciento urbana, con casi el 100 por cien de la población (…) alfabetizada, y muchos turcos de alto nivel educativo se oponen a su política.

Más importante aún: mientras la mitad del país adora a Erdogan, la otra mitad lo aborrece. (…)

He aquí la crisis permanente en que la agenda de Erdogan ha sumido a Turquía. A medida que Erdogan avanza para convertirse en un presidente (…) ejecutivo, la mitad del país jamás apoyará su proyecto. Aún más preocupante en esta crisis es el hecho de que el país está desgarrado, con el odio mutuo entre los pro y los anti Erdogan encubriendo su miedo a ataques terroristas del Estado Islámico o el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).

Cada nuevo ataque del PKK y el Estado Islámico agrandan la brecha en la sociedad turca. Cuando ataca el PKK, el bloque progubernamental culpa a la oposición; cuando ataca el Estado Islámico, la oposición culpa al Gobierno.

Es lo que defiende en The National Review Ray Takeyh, que aconseja al presidente electo que tome ejemplo de su célebre correligionario a la hora de revisar el acuerdo nuclear con Irán

La República Islámica no nunca fue un típico Estado totalitario, ya que sus procesos electorales y demás instituciones electas proporcionan a la sociedad al menos una impresión de representación democrática. El elemento republicano del régimen procura una pátina de legitimidad, [pero con la represión violenta de la oposición democrática] en 2009 esa legitimidad se desvaneció. El régimen clerical persiste, pero un Estado que depende de un aparato de terror no puede sofocar indefinidamente las fuerzas del cambio.

La tarea de Trump es similar a la que Ronald Reagan afrontó al combatir a la Unión Soviética: no solo renegociar un mejor acuerdo de control armamentístico, sino elaborar una política integral que socave los ya tambaleantes cimientos del régimen. A este respecto, no hay nada tan poderoso como el púlpito presidencial.

Hacer retroceder a Irán en Oriente Medio [debería estar también] en el orden del día de Washington, y reducir las fronteras imperiales de la República Islámica debería ser una prioridad para la Administración Trump. (…) Los Estados del Golfo, liderados por Arabia Saudí, ya están inmersos en una amplia rivalidad regional con Irán. (…) Washington no solo debe apoyar esos esfuerzos, sino presionar a los Estados árabes para que se embarquen en un serio intento de reducir sus lazos comerciales y diplomáticos con Teherán.

Así califica el columnista del Washington Post Charles Krauthammer la abstención de EEUU en la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre los denominados “asentamientos” israelíes. Obama, que cuando hablaba para las organizaciones de judíos estadounidenses proclamaba su voluntad de estar siempre con Israel, se despide del cargo, sentencia Krauthammer, de la manera más vergonzosa.

Un israelí que viva o trabaje en la Ciudad Vieja de Jerusalén se convierte en un paria internacional, un potencial proscrito. Por no hablar de los soldados de Israel. Un asistente del líder palestino Mahmud Abás dijo que esperan “llevar ante [el Tribunal Penal Internacional de] La Haya a cada piloto, agente y soldado” israelí.

Además, la resolución socava los cimientos mismos de la política mesoriental de EEUU del último medio siglo. ¿En qué se va a convertir el “tierras por paz” si los territorios que Israel tiene que intercambiar por la paz se declaran, por adelantado, tierra palestina que Israel no puede reclamar?

(…)

La Administración [estadounidense] aduce una suerte de inocencia pasiva sobre el texto de la resolución, como si le hubiera llegado en el último momento. Debemos creer, por tanto, que los patrocinadores visibles –Nueva Zelanda, Senegal, Malasia y una Venezuela que ni siquiera puede proporcionar a su propio pueblo papel higiénico, no digamos ya alimentos– han estado durante meses trabajando muy duro en los detalles de la política de viviendas judías en Jerusalén Este.

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Fuente: El Medio

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