Rafsanyaní no era ningún 'moderado'

¿Dónde está, oh, muerte, tu aguijón? Alí Akbar Hashemí Rafsanyaní, ciertamente, no lo encontró en la prensa tradicional.

El expresidente iraní murió de un ataque al corazón a principios de este mes. Tenía 82 años. The New York Times lo definió como “una voz influyente contra los partidarios de la línea dura” y “una de las principales voces que pedían un acercamiento a Occidente”. Los Angeles Times dijo que había sido “uno de los aliados más poderosos de los moderados de Teherán”. La National Public Radio lo elogió como una “destacada voz a favor de la reforma”. La sección de noticias de The Wall Street Journal coincidía en que era “una voz destacada entre los políticos moderados”.

¿En qué se basaban? El ayatolá Rafsanyaní era un revolucionario, uno de los fundadores de un Estado en el cual todo el poder lo ejerce una élite religiosa cuya interpretación del islam chií es completamente belicosa; un Estado que ha asesinado, torturado y perseguido a miles de opositores políticos, y también a los considerados blasfemos, apóstatas y herejes.

Hay más. Mi colega Benham ben Taleblu, analista senior en la Foundation for Defense of Democracies (FDD), escribe que, cuando Rafsanyaní era presidente, en los años 90,

los equipos de asesinos (…) de Irán campaban a sus anchas en Europa, eliminando artistas, activistas pro derechos humanos y disidentes políticos. Bajo su mandato, Irán se estableció en América Latina, [y] trabajó con Hezbolá en los atentados contra la embajada israelí en Argentina en 1992 y contra un centro cultural judío en la capital del mismo país en 1994, en los que murieron más de 100 personas.

En otras palabras: Rafsanyaní fue fundador y comandante del terrorismo iraní, o de lo que el presidente Obama prefirió denominar “extremismo violento”. ¿Tenemos ahora que creer que hay extremistas violentos moderados?

La mala costumbre de rebajar la definición de extremismo se remonta a 1979, cuando la revolución islámica de Irán engendró las versiones modernas del yihadismo. Su líder fue Ruholá Jomeini, que no ocultaba sus nada moderados puntos de vista. Además, se podían ver en un libro que había escrito: Gobierno islámico. Pero la mayoría de los diplomáticos y periodistas occidentales prefirieron mirar para otro lado.

Andrew Young, embajador en la ONU del presidente Jimmy Carter, afirmó que el ayatolá Jomeini era “un santo”. William Sullivan, embajador de EEUU en Teherán, lo comparó con Mahatma Gandhi. La revista Time predijo que Irán se convertiría pronto en “una democracia parlamentaria”. En las páginas de The New York Times, el profesor de Princeton Richard Falk aseguró a los estadounidenses que el equipo de asesores más cercano a Jomeini se componía uniformemente de “personas moderadas y progresistas con una notable trayectoria de defensa de los derechos humanos, y que se resistieron a la opresión y promovieron la justicia social”.

Los iraníes progresistas e izquierdistas también sucumbieron al autoengaño. Pero, como recordó el editorialista del Wall Street Journal hace unos días, no fue sino el ayatolá Rafsanyaní quien los desengañó.

“Hasta que no colocamos a los nuestros –le dijo Rafsanyaní a uno de esos progresistas en 1981–, estuvimos dispuestos a tolerar [a otros] caballeros en escena”. Después de eso, escribe Ahmari,

el régimen no toleró ninguna facción que no siguiese “la línea del imán”: Jomeini. A continuación vino una década de purgas, violaciones en las cárceles y ejecuciones.

Ahmari señala que, en 1996, con Rafsanyaní como presidente, 

agentes iraníes atentaron contra las Torres Jobar de Arabia Saudí, matando a 19 oficiales estadounidenses. Y en 2001 Rafsanyaní amenazó: “Si un día el mundo islámico dispone de armas como las que ahora posee Israel, la estrategia de los imperialistas llegará a un punto muerto, porque el uso de una sola bomba nuclear en Israel destruirá todo.

Podemos suponer que eso era lo que Rafsanyaní tenía en mente cuando se convirtió en “la fuerza motriz tras el desarrollo del programa nuclear de la República Islámica”, por utilizar las palabras de Ray Takeyh, del Council on Foreign Relations, y Reuel Marc Gerecht, exespecialista sobre Irán en el Directorio de Operaciones de la CIA y ahora investigador senior en la FDD. Añaden que “jamás contempló la reforma política”. Al contrario, durante su presidencia “la corrupción se volvió endémica”. Rafsanyaní, hijo de un cultivador de pistachos, acabó haciéndose fabulosamente rico. En cuanto a su apertura a Europa, era mero tacticismo. Veía la tecnología y la inversión europeas como

requisitos fundamentales para la hegemonía iraní sobre Oriente Medio. Para cumplir ese sueño, Rafsanyaní no tuvo problemas en cerrar acuerdos con petroleras estadounidenses.

Para ser claros: no estoy diciendo que no haya iraníes moderados. Al contrario: en 2009, cientos de miles de iraníes salieron a las calles para protestar contra la dictadura clerical. El presidente Obama, aparentemente convencido de que los moderados del régimen estaban ansiosos por un acercamiento a Estados Unidos –o al menos a él mismo–, no dio su apoyo a lo que se acabó conociendo como el Movimiento Verde.

Otro moderado es Ahmad Montazeri, que el mes pasado fue sentenciado por un tribunal revolucionario a 21 años de cárcel. Su delito: hacer públicas unas cintas de 1988 donde su padre, el gran ayatolá Hosein Alí Montazeri, uno de los fundadores de la República islámica, denunciaba la deriva represiva del régimen y llamaba al ayatolá Jomeini “sanguinario, bárbaro y criminal”.

Al día siguiente de la muerte de Rafsanyaní, el portavoz del Departamento de Estado de EEUU, John Kirby, dijo que había sido una “figura destacada” y expresó sus “condolencias a su familia y seres queridos”. Un periodista le preguntó si le parecía apropiado, teniendo en cuenta la trayectoria del teócrata. “No vamos a entrar a debatir la historia”, respondió Kirby.

Sospecho que esto revela una de las fallas del proceso de elaboración de políticas de la Administración Obama. Cuando se trata de Irán y del filo chií de la sangrienta espada yihadista, el presidente Obama y sus asesores –junto a demasiados periodistas de la élite– se han negado a cuestionar el tranquilizador cuento de un régimen en el que los moderados luchan contra los de la línea dura. Un debate informado sobre la historia de las dos últimas generaciones podría haber dado como resultado unas políticas más inteligentes.

© Versión original (en inglés): Foundation for Defense of Democracies (FDD)
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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