Negación del holocausto, otro crimen contra el pueblo judío

El 16 de octubre, la alemana Ursula Haverbeck fue condenada a seis meses de prisión por negar el holocausto judío y la existencia de cámaras de gas en el campo de exterminio de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial. 


Aunque resulte inadmisible, no es la primera vez que la mujer de 88 años, esposa del dirigente nazi Werner Georg Haverbeck, es condenada por incitar al odio racial y asegurar que “no fueron asesinados ni millones ni cientos de miles de personas” por los germanos en esa y otras instalaciones de ese tipo.

De hecho, en este noviembre será analizado en corte un recurso presentado por ella para evitar el cumplimiento de otras penas por difamación y afirmaciones como que no existían campos de aniquilación hitlerianos, “sino de trabajo, creados para apoyar la industria de la defensa y donde se cuidaba la salud de los presos”.

En septiembre, el exdiputado belga Laurent Louis fue sentenciado a visitar cinco centros donde se llevó a cabo el genocidio y a escribir un texto sobre su experiencia en ellos por restarle importancia a ese suceso en su blog personal.

Cuatro meses antes, fue detenido en Hungría el alemán Horst Mahler, perseguido por incumplir su condena de unos 10 años por delitos similares.

Lamentablemente, estos son solo algunos casos de individuos que todavía hoy apoyan el extremismo, el racismo, la persecución y asesinato de sus semejantes.

Como ahora, el 11 de enero de 2000, el Tribunal Supremo de Londres, Reino Unido, acogió la primera sesión de un juicio insólito, en el que no se analizó la culpabilidad de los militares nazis, sino la veracidad de ese triste capítulo de la historia.

Durante varias semanas, el juez Charles Gray escuchó las falsedades defendidas por el británico David Irving, quien llegó, incluso, a cuestionar la autenticidad del diario de Ana Frank y a rechazar la responsabilidad de Adolfo Hitler en la matanza de alrededor de seis millones de personas.
Irving, conocido por su postura racista y antisemita, había acusado a la historiadora y profesora estadounidense Deborah Lipstadt de difamarlo en uno de sus libros, donde lo culpó por falsificar y distorsionar documentos.

La judía de 53 años se vio obligada a demostrar que sus apreciaciones sobre el británico no eran falsas, mediante la presentación de pruebas sobre la manipulación de los hechos realizadas por él en sus textos y los intentos por ocultar o disminuir la gravedad de la exterminación en masa de ciudadanos inocentes.

Más que una simple querella entre investigadores, el juicio se convirtió en escenario de confrontación entre quienes negaban y defendían la memoria histórica.   Pese a parecer inconcebible, a mediados del siglo XX, a la par de los intentos germanos por desaparecer cualquier rastro físico del horrible crimen, surgió una tendencia a negar los hechos y el dolor sufrido por millones de familias.

Los partidarios de esconder los asesinatos defendieron falsas teorías como la inexistencia de intentos organizados por los nazis para matar a los judíos y de una orden expresa de Hitler con ese propósito; el registro de una cifra mucho menor de fallecidos; y la supuesta ausencia de cámaras de gas y otras instalaciones construidas para exterminar a los prisioneros del régimen.

No obstante, existen pruebas irrefutables de los horrores cometidos por el Tercer Reich, de las cuales la más contundente es el testimonio de los sobrevivientes a las persecuciones, torturas y atrocidades de los campos de concentración.

El 11 abril de 2000, luego de tres meses de audiencias, el juez Gray emitió un veredicto de más de 300 páginas en el que consideró a Irving culpable de distorsionar y manipular la evidencia histórica mediante mecanismos como la traducción incorrecta de documentos o, incluso, la omisión de algunos de ellos.

Asimismo, afirmó que se trata de “un antisemita y un racista, vinculado a extremistas de derecha que promueven el neonazismo”.

Irving no solo vio destruida su reputación como investigador, sino que debió declararse en bancarrota al no poder pagar los más de tres millones de dólares exigidos por la justicia.
Además, países como Nueva Zelanda, Alemania, Italia y Canadá le prohibieron la entrada a su territorio y en 2005 fue arrestado en Austria, donde reconoció haber trivializado, minimizado y negado el holocausto.

En 2005, la Organización de Naciones Unidas (ONU) aprobó la celebración cada 27 de enero del Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto y emitió varias resoluciones en las que condena la negación de ese suceso.

Dicho organismo asegura que soslayar lo ocurrido es “equivalente a aprobar el genocidio en todas sus formas” y condena cualquier manifestación de intolerancia, acoso o violencia contra personas o comunidades por su origen étnico o creencias religiosas.

Ese crimen, que tuvo como resultado que un tercio del pueblo judío e innumerables miembros de otras minorías murieran asesinados, será siempre una advertencia para todo el mundo de los peligros del odio, el fanatismo, el racismo y los prejuicios, advierte uno de los textos publicados.

Por su parte, el secretario general de la ONU, António Guterres, llamó el 27 de enero de este año a no olvidar los errores del pasado ni guardar silencio o permanecer indiferente ante el sufrimiento humano.

“Por desgracia, y en contra de nuestra voluntad, el antisemitismo sigue proliferando. También vemos un aumento muy preocupante del extremismo, la xenofobia, el racismo y el odio dirigido contra los musulmanes. La irracionalidad y la intolerancia están de regreso”, advirtió.

En 2007, la Unión Europea aprobó normativas que catalogan la negación del exterminio judío como un delito, castigado con prisión, y naciones como Bélgica, Austria, Francia, España, Suiza y Alemania, lo tratan como una transgresión grave.

Sin embargo, dichas acciones llegaron un poco tarde y no eliminaron del todo los intentos por distorsionar lo ocurrido en aquellos años y restarle importancia a la pérdida de millones de vidas.
Pese a ser necesarias, esas directrices no pueden tampoco pagar la deuda eterna con las víctimas de los más crueles métodos de aniquilación.

De hecho, resulta preocupante que la negación del exterminio judío continúe hoy siendo parte de la ideología de grupos de ultraderecha que se desarrollan en varios Estados del llamado viejo continente.

En 2015, la cifra de actos violentos motivados por ideas extremistas aumentó en Alemania un 30 por ciento, lo que se traduce en el registro de más de 900 agresiones, muchas de ellas contra refugiados y solicitantes de asilo.

Ataques similares se registraron en Reino Unido, Polonia, Hungría y otros países europeos, sobre todo, durante los peores momentos de la crisis migratoria, cuando el rechazo a los extranjeros fue promovido incluso por varios gobiernos.

Unido a esto, crecen los temores por el ascenso del ultranacionalismo europeo, reflejado en casos como la llegada de una organización de ese tipo al parlamento germano por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.

Creada en 2013, la Alternativa para Alemania cuenta en sus filas con varios partidarios del nazismo y reacios a aceptar lo terrible y criminal del holocausto judío, por lo que su posible participación en la toma de decisiones a nivel nacional resulta preocupante.

En este escenario, analistas y defensores de los derechos humanos invitan a mirar a atrás, a un pasado no tan lejano, para evitar que se repitan los crímenes del siglo XX e impedir que continúen los del XXI.

 

 

Fuente: Panorama.ve

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