Mea Shearim, el barrio de las cien puertas en Jerusalén

Mea Shearim es uno de los pocos lugares de Jerusalén donde las calles se cortan totalmente al tráfico rodado los shabat y no se permite ninguna violación de las leyes judías en su interpretación más estricta. 


Judíos ultraortodoxos pasean cerca de un muro en el barrio de Mea Shearim en Jerusalén, Israel. Atef Safadi EFE/EPA

Según Ofir Barak, “La comunidad judía ultraortodoxa de Mea Shearim es una sociedad religiosa más cerrada que otras muchas. Está luchando constantemente contra la revolución digital porque creen que eso los alejará de la religión”, asegura este fotógrafo que ha dedicado dos años a retratar las calles de ese barrio.

“Mientras estuve en Mea Shearim, de día o de noche, solo vestía ropa negra y hasta me dejé crecer una larga barba”, asegura Barak quien realizó este gesto “para integrarse en la zona”, donde los varones llevan traje negro y sombrero de ala o peculiares vestimentas con batines y medias de hace dos siglos.

Las mujeres deben llevar falda o vestido y cubrir todo su cuerpo, excepto las manos, el cuello y la cara. Algunas se tapan el cabello con un tocado y otras lo hacen con pelucas que ocultan el cabello original.

Barak fue testigo día a día de un año difícil en el barrio: 2015, cuando se firmó el primer borrador de ley que obligaba a las comunidades jaredíes (literalmente, temerosas de Dios) a cumplir con el servicio militar, obligatorio para hombres y mujeres en todo Israel, y al que estas se oponen férreamente.

La norma motivó decenas de manifestaciones violentas en las que estos mostraban su rechazo.

Los varones ultraortodoxos dedican su día a día al estudio de la Torá (Pentateuco), muy pocos trabajan y viven en buena medida de las subvenciones que reciben por número de hijos, lo que genera malestar entre la población laica, que exige que contribuyan y aporten a la sociedad.

“A pesar de que históricamente la fundación de Mea Shearim en el siglo XIX, fue askenazí, hay una mezcla de orígenes”, explica Tamar El Or, profesora de Antropología de la Universidad Hebrea de Jerusalén.

En sus calles se habla mayoritariamente yidish, el dialecto vernáculo originado en Centroeuropa en el siglo IX, y no hebreo, la lengua de la erudición o semítica, que recuperó Israel tras su fundación en 1948.

El Or asegura que, aunque “todos comparten las mismas raíces y la mayoría de sus residentes son hasídicos, una corriente dentro de los jaredí, existen muchas diferencias. Cada uno tiene su propia comunidad. Vienen de Hungría, Rusia, Polonia y Rumania, entre otros lugares”.

Benjamin Brown, profesor y experto en Ortodoxia Judía en la misma universidad, asegura que la corriente que impera en Mea Shearim sigue la rama hasídica, cuyo padre fundador y primer líder fue el rabino ucraniano Israel Baal Shem Tov (1700-1760), aunque la fecha de su nacimiento, e incluso su misma existencia, son un misterio en algunos círculos religiosos.

Se le conoció como el “Amo del Buen Nombre” y quiso introducir modelos de vida nuevos para revitalizar la comunidad judía en Europa Oriental. Además, fue un curandero que “alivió a los enfermos a través de la Torá”, según coinciden los que escribieron sobre él.

En uno de esos textos, se dice que las últimas palabras que pronunció, y que su hijo pudo escuchar, fueron: “No temáis a nadie más que a Dios”, de donde los jaredíes recibieron el nombre de temerosos de Dios.

“Después de él, tomó el relevo su hijo y así hasta nuestros días, en que muchos de los rabinos descienden de él”, explica la joven Maty Shlomo, pálida y de ojos azules por su origen húngaro y eslovaco, que trabaja en una tienda de libros bíblicos del barrio ultraortodoxo.

GRAN VARIEDAD DE TENDENCIAS

Como reniegan de todo avance tecnológico, usan pasquines para informarse: carteles colgados en las paredes de las calles y renovados a diario que hacen la función de periódicos.

En algunos, denuncian al estado de Israel y lo tachan de sionista y colonizador. “Los judíos no son sionistas”, se lee sobre una bandera palestina, “Israel ocupa la Tierra Santa”, objeta otro, colgado por los grupos antisionistas, minoritarios entre los ultraortodoxos, pero muy llamativos.

Sentada cerca de Shlomo está su compañera Faigui Avraham, que cubre su cabello con una peluca desde que se casó: “Cuando ves en las noticias las protestas de los jaredíes en Jerusalén, la gente piensa que eso somos todos, pero no se dan cuenta de que dentro de ese gran grupo hay muchísimos más y no todos pensamos igual”, asegura Avraham.

Su abuelo llegó a este lugar después del Shoá (palabra hebrea para referirse al Holocausto), pero su familia es originaria de Hungría.

“Yo tampoco quise ir al Ejército y de hecho no fui, pero sí reconozco a Israel como un Estado”, defiende ella, que tiene cinco hijos, la mitad del número considerado ‘normal’ en estas calles.

“Todos somos jaredíes, pero no pensamos igual, algunos no quieren saber nada de Israel ni del sionismo, para ellos es una herejía que haya un estado israelí que no haya sido proclamado por el Mesías”, continúa Avraham.

“Hablamos distinto, vestimos distinto y vivimos de otra manera”, sentencia a su lado, tras el mostrador, Shlomo, que lleva el pelo cubierto con un sombrero además de una peluca.

“Ella es ‘bels’ y yo soy ‘letaim’”, nombres que definen su corriente jaredí, “pero están los vishnis, los gu, bobob… Cada corriente jaredí recibe el nombre de la localidad de donde viene, y cada uno tiene su propio rabino”, aclara.

La mayor parte de los vecinos de Mea Shearim son askenazíes, descendientes de inmigrantes de Europa del Este, apenas hay mizrajís (provenientes de Medio Oriente y del norte de África) y los pocos conversos se adhieren a la corriente sefardí, “mucho más relajada y más amigable que las demás”, opinan.

“Nosotras sabemos a qué corriente pertenece cada uno con solo mirar su ropa. Los sombreros, aunque parezcan todos negros, son específicos de un grupo, si por ejemplo llevan la chaqueta abierta o cerrada, o si los calcetines son negros o blancos, definen una rama distinta dentro de la misma comunidad jaredí”, dice Shlomo.

LOS CASAMENTEROS

“Hasta la manera de comprometerse cambia de una rama a otra”, continúa Avraham, “muchos matrimonios son acordados entre las familias sin que la futura pareja se conozca y sin opción de negarse, en otras familias los jóvenes se conocen y en otras, tienen libertad para decidir por ellos mismos”, especifica.

Como si se tratara de un gran secreto, agrega: “Existe lo que se llaman ‘shadján’, casamenteros, que si creen que dos personas pueden encajar, presentan a las dos familias” y si culmina en matrimonio, recibe hasta mil dólares de cada familia.

“Cuanto más mayor es la pareja, más se paga”, revela ella, que reconoce haber ejercido de shadján con su marido para una pareja que acaba de tener su cuarto hijo.

Ella tuvo la oportunidad de conocer a su esposo y de elegir si le quería o no, y Shlomo se reunió con su marido solo una vez antes del enlace, su padre se encargó de saber cómo era el chico. “Preguntó a los amigos, a los familiares, al rabino, a toda la gente que le rodeaba”, así es como funciona, sentencia orgullosa.

Dentro de estos matices que tiene el barrio, donde los asuntos se resuelven entre los miembros de la comunidad y donde las leyes religiosas son las que gobiernan, Barak, el fotógrafo, confiesa que durante su trabajo allí capturó a menudo lo que denomina la “tristeza del lugar” un sitio donde, asegura, “se oprime a la mujer, hay pobreza y una muy mala educación”.

Sus residentes no lo ven así. Mea Shearim es uno de los pocos lugares de Jerusalén donde las calles se cortan totalmente al tráfico rodado los shabat y no se permite ninguna violación de las leyes judías en su interpretación más estricta.

Así, sus habitantes lo perciben como uno de los pocos reductos donde pueden vivir realmente como Dios ordenó a sus fieles.

Un judío ultraortodoxo caminando por las calles de Mea Shearim.

Un judío ultraortodoxo caminando por las calles de Mea Shearim. Cristina Villota Marroquin EFE

Fuente: ElNuevoHerald

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Fuente: Unidos x Israel

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