En qué falló la Primavera Árabe

Eyal Zisser, de la Universidad de Tel Aviv, hace un análisis del fenómeno que ha transformado el mundo árabe y esgrime las razones que cree subyacen a su fracaso; y pide a los israelíes que no dejen de extraer las lecciones oportunas.

En el mundo árabe, muy poca gente –si es que lo ha hecho alguien– se ha preocupado en conmemorar el séptimo aniversario del inicio de la Primavera Árabe (…)

Parece que, si tuviera la opción, la mayoría de la gente borraría estos siete horrorosos años de los libros de Historia y volvería al punto de partida. En vez de ser un catalizador para la prosperidad y la libertad, la Primavera Árabe no llevó más que destrucción y devastación e hizo retroceder al mundo árabe muchos años, con cientos de miles de muertos y millones de heridos.

El caos y el derramamiento de sangre son el testamento de los fallos de aquellos que permitieron que sus creencias, sueños e ideas dictaran sus interpretaciones sobre los acontecimientos en curso en el mundo árabe. Muy pocos predijeron el terremoto que sacudió el mundo árabe, pero muchos se apresuraron a adoptar la interpretación (…) de la Administración Trump: la Primavera Árabe se parecía a la Revolución Americana [y conduciría a] un futuro progresista, próspero y democrático.

(…)

Es importante advertir que la sociedad palestina forma parte del tapiz mesoriental. Aunque muchos de nosotros quisiéramos asumir que la realidad de los palestinos es diferente de la de las sociedades del entorno, el fenómeno es el mismo.

Efraim Inbar, del Begin-Sadat Center for Strategic Studies (BESA), escribe sobre la israelofobia del autócrata turco y de cómo habría de gestionar este problema Jerusalén.

(…) Erdogan ha adquirido (…) un poder político inédito, y sin temor alguno pugna por hacer realidad sus preferencias personales en la política turca nacional e internacional.

El trato que da Erdogan al Estado judío se explica por su mala opinión de los judíos en general. Erdogan tiene su historial de declaraciones antisemitas (…), que derivan tanto de su formación islamista como de la atmósfera antijudía de los círculos islamistas turcos. En dichos círculos son muchos los que creen que el fundador de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Ataturk, era secretamente judío. Piensan que los judíos fueron un agente central en el proceso de secularización Turquía en tiempos de Erdogan, proceso que consideran destructivo. Así pues, los judíos son los más implacables enemigos y sabotean la identidad musulmana de Turquía.

Erdogan, político astuto, es consciente de que sus posiciones antisemitas le hacen ganar méritos que se transforman en votos en época electoral. Las encuestas de la última década muestran que la mitad de los turcos no quieren tener a un judío por vecino y creen que los judíos no son leales al Estado. En Turquía el antisemitismo ha dejado de ser políticamente incorrecto.

Otro factor importante en las malas relaciones [entre Ankara y Jerusalén] es el deseo turco de ejercer influencia en Oriente Medio y en todo el mundo musulmán. (…) El deseo de convertirse en un líder regional y global demanda que Turquía rebaje el perfil de sus relaciones con Israel.

(…)

Aun así, Turquía mantiene relaciones diplomáticos y financieras –excelentes, en este caso– con Israel, que tiene a su vez gran interés en tener vínculos con un Estado musulmán tan importante como Turquía. Pero aunque Israel no puede dejar de lado los ataques de Erdogan, su respuesta ha de distinguir entre la sociedad turca y su popular pero problemático líder.

En Al Arabiya, el escritor Abdulá ben Biyad al Otaibi hace un encendido elogio del monarca saudí cuando se cumplen tres años de su acceso al trono.

El reino saudí (…) celebra los tres años de gobierno del rey Salman. En estos tres años, el mundo ha conocido una nueva Arabia Saudí; una Arabia Saudí decisiva y determinante (…) El mundo observa cómo Arabia Saudí asume su papel ordinario de Estado regional destacado y actor internacional influyente.

(…)

(…) ¡el éxito de Arabia Saudí ya no es un mero deseo sino una realidad tangible! Todo lo que tienen que hacer los investigadores es consultar los datos publicados por las organizaciones internacionales más destacadas y comprobarlo por sí mismos. Los números no mienten y los hechos son los hechos.

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Fuente: El Medio

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