Ming* es un cristiano chino que arriesga su vida para compartir su fe con otros en su país. Donde vive, la persecución de los cristianos es algo común: cualquier actividad considerada sospechosa debe ser denunciada al gobierno y a un inmenso control social.
Sin embargo, según Portas Abertas, nada impide que los jóvenes se dediquen de lleno a la difusión de la Palabra de Dios con todo el corazón.
Ming carga las pesadas cajas que contienen Biblias en su automóvil, plenamente consciente de que enfrentará arresto y posible sentencia si lo atrapan con este envío.
Con cautela, levanta su teléfono y escribe el mensaje “Me voy al viejo lugar”, que está en lenguaje codificado.
En esta región de China, tanto los teléfonos como las redes sociales están estrictamente monitoreados y controlados. Luego Ming apaga el teléfono y retira la tarjeta SIM. Primero, mira a su alrededor y se asegura de no identificar a nadie en el callejón aislado, a excepción de las cámaras de vigilancia que están muy presentes en China, incluso en las zonas más oscuras.
Si bien las autoridades pueden considerarlo un infractor y su cargamento ilegal, lo que transporta Ming está lejos de ser peligroso. Las cajas sólo contienen Biblias.
Expulsado de casa
Aunque el contrabando implica una gran cantidad de tensión y estrés, Ming es plenamente consciente de que enfrentará oposición debido a su fe.
El hecho de que se haya convertido al cristianismo durante sus años de estudiante es absolutamente inaceptable en su casa.
“Le dije a mi padre que me había hecho cristiano y esperaba que lo aceptara, pero no lo hizo. En lugar de eso, me denunció a la policía”, dice Ming.
Ante esta situación, Ming se vio obligado a abandonar su ciudad natal y trasladarse a una ciudad del sur de China, donde tuvo que reiniciar su vida completamente alejado de su familia, cuenta Portas Abertas.
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