Arabia Saudí y la sospecha sospechosa

En algún momento posterior a uno de los sangrientos atentados yihadistas sucedidos en Francia y Bélgica en los últimos dos años, me llamó la atención una cosa. Empecé a encontrar una y otra vez artículos de opinión en español que cargaban la culpa última de lo que acababa de suceder sobre Arabia Saudí. Venían a decir unos y otros que Europa había sido insensata permitiendo que Riad financiara mezquitas en suelo europeo y promoviera la visión conservadora y rigorista del islam que es oficial en ese país. La fanatización de los jóvenes musulmanes bajo el influjo saudí habría creado una generación de yihadistas europeos. Según la ley de las consecuencias imprevistas, las buenas relaciones de Europa con Arabia Saudí habrían conducido a la ola de yihadismo que padecemos.

Arabia Saudí es un país donde se pisotea la dignidad humana. Y la intervención militar saudí en Yemen (véase ”Yemen y los límites del poder saudí”) convierte a su Gobierno en responsable de las calamidades que está padeciendo la población local. Así que, de todas las acusaciones posibles contra Riad, esta es peculiar y discutible, cuanto menos.

Curiosamente, todos los artículos mencionaban específicamente la corriente oficial del islam en el Reino, el wahabismo, como responsable del envenenamiento ideológico de los jóvenes yihadistas europeos, pero no recuerdo que ningún autor mencionara específicamente a algún clérigo saudí, ningún libro, fetua o discurso procedente de Arabia Saudita que legitimara el uso de la violencia contra las sociedades de acogida. Y es que la historia del yihadismo actual transcurre por países e implica a personajes ajenos a Arabia Saudí.

Podemos señalar sin dudar a los Hermanos Musulmanes de Egipto como el origen ideológico del islamismo moderno, y a figuras como Sayid Qutb como padres intelectuales del salafismo-yihadista. Qutb popularizó la idea de que la vida bajo regímenes seculares como el del presidente Gamal Abdel Naser era comparable a la Era de Ignorancia (Yahiliyah) de la Arabia previa al islam. Por tanto, era no sólo era lícito sino uno deber rebelarse contra el poder terrenal, deponerlo e instaurar la ley islámica.

No debemos olvidar tampoco el pensamiento del pakistaní Abul Ala Maududi y al movimiento deobandi. Y es que, si bien siempre hablamos de Oriente Medio como el centro del mundo musulmán, los pensadores y corrientes islamistas de Pakistán y Afganistán dejaron su impronta en los voluntarios árabes que acudieron a la yihad afgana y en los refugiados afganos que huyeron a Pakistán en los años 80, y que luego –en los años 90– crearon el movimiento talibán (véase “Los mitos de la yihad afgana”).

Precisamente la guerra de Afganistán fue escenario de una novedad en el pensamiento islamista. El palestino Abdulá Yusuf Azam, considerado padre de la yihad global, lanzó una fetua, titulada “La defensa de las tierras musulmanas, la primera obligación después de la fe”, en la que establecía la obligatoriedad para los musulmanes de acudir a luchar –o ayudar en lo posible– a una yihad defensiva. Azam se formó en varios países árabes y fue mentor de Osama ben Laden, si bien uno y otro tomaron rumbos diferentes tras caer el saudí bajo la influencia del egipcio Aymán al Zawahiri.

Azam defendía la yihad dentro de unos límites éticos y en los límites de las tierras musulmanas, como guerra defensiva. Al Zawahiri había pasado por las cárceles egipcias. La suya era en cambio una visión alimentada por la rabia de la venganza, de quien sentía la urgencia de purgar la vergüenza de haber sucumbido a la tortura y delatado a miembros de la Yihad Islámica Egipcia. Azam fue asesinado en un misterioso atentado en Pakistán, y la historia de Ben Laden discurrió por los cauces que ya conocemos.

Poco después de los acontecimientos del 11-S, Al Zawahiri publicó por entregas el libro Caballeros bajo el estandarte del Profeta. Haciendo evaluación de la lucha de las fuerzas yihadistas contra los regímenes árabes, reconocía su fracaso y apuntaba como causa al miedo de la población a enfrentarse a unos gobernantes fuertes e implacables. La estrategia que proponía era atacar al enemigo lejano y vulnerable, Occidente, que sostenía a los regímenes árabes. Otros dos textos fundamentales del canon yihadista, La gestión de la barbarie, del egipcio Abu Yihad al Masri, y Llamada a la resistencia islámica global, del sirio nacionalizado español Abu Musab al Suri, nos sitúan también en una pista que nos lleva lejos de Arabia Saudita.

Evidentemente, el dinero saudí y la propagación de las ideas ultraconservadoras que ese país promueve en Europa son un problema que afecta a la convivencia y dan pie a un debate necesario. Pero todo lo que sabemos sobre la radicalización yihadista de los jóvenes que han cometido los atentados de estos últimos años tiene mucho más que ver con las redes sociales y el contacto con yihadistas en la cárcel que con las grandes mezquitas e instituciones financiadas por Riad.

Así que es muy curioso que varios autores diferentes hayan llegado todos de pronto a la misma conclusión sobre la culpabilidad última de Arabia Saudí. Podríamos imaginar la situación como la de un profesor de matemáticas que, corrigiendo un examen, se encuentra que la mitad de la clase ha dado la misma respuesta errónea a un problema. La lección de las crisis de Ucrania y Siria es que, cuando circulan memes por internet que deslegitiman las opciones geopolíticas de Occidente, el hilo conduce siempre a una oficina en Moscú o Teherán.

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Fuente: El Medio

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