Afganistán y sus vecinos

Siete meses después de asumir el cargo, el presidente Donald Trump anunció por fin cómo prevé su Administración librar la guerra más prolongada de la historia estadounidense. “Mi primer instinto fue retirarme… y a mí históricamente me ha gustado seguir mis instintos”, dijo Trump a la nación en un discurso emitido en horario de máxima audiencia y en el que resumió su estrategia para Afganistán. Pero después de estudiar la situación –y de semanas de vacilaciones ante las brutales disputas internas en se equipo a propósito del tema– acabó entendiendo por qué la retirada no era sensata: “El 11-S, el peor atentado de nuestra historia, fue planeado y dirigido desde Afganistán porque ese país estaba regido por un Gobierno que dio comodidades y refugio a los terroristas”.

El camino que ha elegido difiere poco del statu quo; con una excepción: el presidente señaló a uno de los vecinos de Afganistán por dar protección a los que están desestabilizando ese país. “Hemos estado pagando a Pakistán miles y miles de millones de dólares, mientras acogía a los mismos terroristas que estamos combatiendo”, apuntó Trump. “Ninguna alianza puede sobrevivir al hecho de que un país dé refugio a militantes y terroristas que tienen como objetivo a funcionarios y oficiales norteamericanos”. Era un reproche directo a su predecesor, Barack Obama, que declaró en su discurso sobre la estrategia para Afganistán: “Estamos comprometidos con una alianza con Pakistán construida sobre la base de los intereses, el respeto y la confianza mutuos”. Obama no mencionó al vecino y rival de Pakistán, pero Trump sí. Trabajar más con la India, dijo, es “una parte crucial de la estrategia [norteamericana] para el sur de Asia”.

Trump reconoce correctamente que, para cambiar las cosas en Afganistán, Estados Unidos debe cambiar su estrategia general para toda la región. Pero sólo mencionó a los países al este y al sur de Afganistán. No dijo una palabra sobre su vecino occidental inmediato, que disfruta provocando el caos en ese país y más allá: Irán.

Trump señaló que “Pakistán da a menudo refugio a agentes del caos, la violencia y el terrorismo”. La República Islámica lo hace también, y mucho más. Irán ve que ahí mata dos pájaros de un tiro. En un Afganistán permanentemente desestabilizado le resulta más fácil ejercer su influencia, y a través de los talibanes puede ayudar a atacar lo que denomina “el Gran Satán”: Estados Unidos. En un largo reportaje publicado en su edición del 6 de agosto, “Iran Flexes in Afghanistan As U. S. Presence Wanes” (“Irán demuestra su fuerza en Afganistán a medida que disminuye la presencia de Estados Unidos”), The New York Times detallaba cómo Teherán contribuye a la causa terrorista. Algunos comandos terroristas viven en Irán, cruzan de un lado a otro la frontera, y en Irán se recluta y entrena a nuevos combatientes. Irán también ayuda a los terroristas de forma directa: combustible, armas, dinero. Como funcionarios afganos relataron al NYT,

Irán está decidido a socavar al Gobierno afgano y a sus fuerzas de seguridad, así como la misión de Estados Unidos, y a mantener su poder de influencia sobre Afganistán haciéndolo débil y dependiente.

Los detalles que narraba el NYT eran muy sorprendentes, pero sus conclusiones no supusieron revelación alguna. “En los últimos meses, varios comandantes estadounidenses han advertido de los niveles crecientes de asistencia, y quizá de apoyo material, que reciben los talibanes de Rusia e Irán”, observaba el Congressional Research Service en un informe fechado el 22 de agosto. Thomas Joscelyn, colaborador de The Weekly Standard, analizó el año pasado varios documentos, también los archivos del Departamento de Estado, del Tesoro y de un tribunal de distrito de Washington, y su conclusión fue que “Irán ha apoyado a la insurgencia talibán desde finales de 2001”.

Algunos escépticos persisten en afirmar que Irán, un Estado chií, no se alinearía con una organización fundamentalista suní. Los que estudian de forma superficial Oriente Medio y su entorno piensan que todas las alianzas y enemistades son de tipo sectario. Pero no todas las batallas regionales tienen que ver el conflicto entre suníes y chiíes (sólo hay que pensar en la trifulca diplomática entre Qatar y una serie de países del Golfo). ¿A quién podría sorprender que un Gobierno que encarcela y tortura a disidentes, alienta los ataques con ácido contra las mujeres que van sin velo y prohíbe las redes sociales esté encantado de respaldar a una organización que cuando estuvo en el poder ilegalizó la música y el cine, impidió el acceso de las niñas a la educación y proporcionó un refugio seguro a los terroristas que planificaban atentados contra Estados Unidos?

Se ha reportado que a la Administración Trump le queda poco para acabar de revisar la política de Estados Unidos respecto a Irán. El presidente ha dicho claramente que quiere anular el Plan de Acción Conjunto y Completo firmado por su predecesor, pero cedió dos veces a las presiones de sus asesores y lo recertificó. Aquí, el autor de El arte de la negociación debería seguir sus instintos. El acuerdo nuclear está procurando a la República Islámica más recursos, que está utilizando para financiar el terrorismo en Afganistán y otros lugares. Irán recibió 1.700 millones de dólares de Estados Unidos a través del acuerdo. “Nada de ese dinero llegó al pueblo iraní”, me dijo hace poco Farzad Madadzadeh, un disidente de 32 años que huyó de Irán hace menos de dos años. Madadzhadeh nombró enseguida a algunas de las personas y organizaciones que se habían beneficiado de esa generosidad: el dictador sirio Bashar al Asad, Hezbolá, los huzis del Yemen. Y seguirá lloviéndole dinero estadounidense al país que el Departamento de Estado de EEUU considera “el principal patrocinador estatal el terrorismo”. Boeing ha firmado dos acuerdos para suministrar aviones a Irán, uno por 16.000 millones de dólares y el otro por 3.000 millones. Al posibilitar esos contratos, el PACC da a Irán la capacidad de hacer más daño a las fuerzas e intereses de EEUU en Afganistán.

¿Desautorizará Trump en última instancia a sus visires? Uno de ellos debilitó al presidente justo momentos antes de su discurso sobre Afganistán. Trump dijo ahí que quizás algún día “sea posible lograr un acuerdo político que incluya elementos talibanes”. Era una declaración extraña, que contradecía su declaración de que “corresponde al pueblo de Afganistán ser el dueño de su futuro, gobernar su sociedad y alcanzar una paz duradera”. ¿El pueblo afgano quiere ser gobernado por fundamentalistas asesinos que masacracron a civiles y reprimieron brutalmente a las mujeres antes de ser sustituidos por el primer Gobierno electo de la historia de ese país? No es eso lo que han indicado en las urnas. Y es que además un portavoz talibán declaró en su día: “Las elecciones generales son incompatibles con la sharia y por lo tanto las rechazamos”.

El secretario de Estado, Rex Tillerson, ha reconocido que él y el presidente “tienen diferencias” respecto al acuerdo nuclear con Irán. Y no sólo ahí, parece. Tillerson hizo público un comunicado la noche del discurso de Trump en el que afirmaba que los talibanes tienen una vía a la “legitimidad política”. “Estamos dispuestos a apoyar las negociaciones de paz entre el Gobierno afgano y los talibanes sin condiciones previas”, dijo, y también que Pakistán “puede ser un socio importante en nuestros objetivos comunes de paz y estabilidad para la región”. El secretario de Estado está mucho más dispuesto que su jefe a llegar a acuerdos con terroristas y quienes les apoyan. Esperemos que este sea un ámbito en el que el presidente esté dispuesto a recobrar su autoridad.

© Versión original (en inglés): The Weekly Standard
© Versión en español: Revista El Medio

La entrada Afganistán y sus vecinos aparece primero en Revista El Medio.

Fuente: El Medio

Share Button

Otras Noticias