Obama, erre que erre

Debemos a John Podhoretz la definición perfecta de la política exterior de Obama: la suya es la Doctrina de la Infrarreación. El presidente Obama se ha pasado ocho años infrarreaccionando ante varias amenazas; y aleccionando con santurronería a los críticos sobre por qué su enfoque es el correcto y ellos son estúpidos por sugerir una alternativa. Si hubiera admitido alguna vez algún error de importancia, se habría librado de mí. Por lo que difícilmente iba a sorprenderme el hecho de que siguiera en su línea en la conferencia de prensa de final de año, que dio la semana pasada.

Obama fue claro al denunciar “el salvaje asalto del régimen sirio y sus aliados rusos e iraníes a la ciudad de Alepo”, que acertadamente dijo constituía “una estrategia deliberada de rodear, asediar y hambrear a civiles inocentes”. (¡Ojalá el presidente electo hubiera dicho lo mismo!). Pero cuando le preguntaron si se siente responsable por permitir que prosiga ese horror, Obama enseguida volvió a su predilecto argumento del hombre de paja: que habría sido imposible aliviar el sufrimiento en Siria sin una invasión como la de Irak [en 2003]. Dijo que de todas formas poco se podría haber hecho

desplegando grandes contingentes de tropas norteamericanas no invitadas, sin ningún mandato internacional, sin suficiente apoyo del Congreso, en un momento en que aún teníamos tropas en Afganistán y en Irak y llevábamos una década de guerra, con un gasto de billones de dólares.

La parte relativa al “mandato internacional” es particularmente fascinante en términos nefastos, y desde luego algo que no ha generado el menor problema a rusos e iraníes, que han intervenido exitosa y despiadadamente para reforzar al régimen de Bashar al Asad. Es mucho lo que podría haber hecho EEUU para procurar el fin de la guerra civil siria sin enviar vastos contingentes de tropas. Obama, de hecho, está manejando un enfoque de huella ligera en la guerra contra el ISIS en Irak y la propia Siria, despachando unos cuantos miles de asesores para que adiestren y asistan a las fuerzas locales y empleando el poderío aéreo norteamericano sin arriesgar la vida de un vasto número de tropas de tierra. Un enfoque así para Siria fue sugerido ya en 2011-2012, mucho antes de que la intervención rusa hiciera más arriesgada la americana. Pero Obama se negó a autorizar una intervención limitada de esas características y en su lugar se quedó de brazos cruzados mientras Asad y los suyos cometían los peores crímenes de guerra.

Obama fue igual de petulante y confiado al comentar su infrarreacción ante el hackeo ruso del Comité Nacional Demócrata (CND) y de varios demócratas prominentes, lo que constituyó nada menos que un ataque a nuestra democracia. Se felicitó por haberlo gestionado con un perfil bajo que no contribuiría a “esta atmósfera hiperpartidista”, y por salvaguardar la integridad del proceso electoral, aunque no hay evidencia en firme (al menos no se ha publicado ninguna) que sugiera que los rusos tenían la capacidad o el deseo de manipular las urnas. Obama se atribuyó el mérito de haber evitado un ciberasalto mucho más grave gracias a un duro intercambio que mantuvo con Putin en septiembre:

Pensé que la mejor manera de asegurar que no ocurriera era hablar directamente con él y decirle que lo dejara, que si no habría graves consecuencias. Y de hecho no hubo más manipulaciones del proceso electoral.

En realidad, parece probable que la razón de que no hubiera más hackeos desde septiembre fue que el CND por fin reforzó sus ciberdefensas. Aun así, las  filtraciones de todos los mails hurtados previamente por la inteligencia rusa continuaron a lo largo de toda la campaña, como parte de lo que la comunidad de inteligencia ha concluido que fue un intento de influir en los comicios en beneficio de Donald Trump. Es dudoso que la intervención rusa fuera decisiva, pero entonces el asalto al cuartel general del CND en Watergate no fue decisivo en el resultado de las elecciones de 1972, tampoco, y aun así sigue siendo un crimen y una afrenta.

La abúlica respuesta de la Administración a esa amenaza fue bien expuesta por el New York Times, que informó de que el FBI supo del hackeo contra el CND en septiembre de 2015 pero optó por responder con una llamada telefónica de uno de sus agentes a un técnico informático de rango inferior y no hizo el menor esfuerzo por alertar a los jerarcas del CND. Como refirió el NYT,

el enfoque de perfil bajo del FBI permitió que los hackers rusos se movieran con total libertad por las redes del comité durante cerca de siete meses, antes de que la dirigencia del CND fuera alertada del ataque y contratara ciberexpertos para proteger sus sistemas. Mientras, los hackers pusieron el foco fuera del CND, empezando por el jefe de campaña de la señora Clinton, John D. Podesta, cuya cuenta privada fue hackeada meses después.

Esta es la mera definición de infrarreacción, y sigue hasta el día de hoy porque no hay pruebas de que Obama haya tomado represalias por el intento ruso de interferir en los comicios norteamericanos. Ese error no hace más que alentar a los rusos a interferir en otras elecciones, especialmente en Europa. Pero no trate de decírselo a Obama. Porque entonces le sermoneará diciéndole que no podemos empezar la III Guerra Mundial por un puñado de emails.

© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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