La callada historia de un cuencano ‘Héroe de Israel’

Manuel Antonio Muñoz Borrero, en enero de 1930 recibía el nombramiento de cónsul general de Estocolmo. Parecía asegurada una larga y brillante carrera. La callada historia de un cuencano ‘Héroe de Israel’ (1891-1976) 


Muñoz Borrero forma parte del Museo del Holocausto como agradecimiento. Cortesía

Su matrimonio con Carmen Van Arken, en 1919,  había naufragado y Manuel Antonio resolvió vivir solitario en el más lejano país del Báltico, pues su esposa no compartía su entusiasmo por la circunspecta Estocolmo, de idioma extranjero y falta del ambiente familiar y festivo que rodeaba su vida en Bogotá y Quito.

El cónsul Muñoz Borrero se acostumbró a vivir en ese lugar extraño pero bello y permaneció allí 30 años consecutivos.


Además del idioma castellano nativo, en el colegio aprendió latín y, desde su juventud, hablaba el francés, conocía el inglés y más elementalmente el alemán. En Estocolmo tuvo tiempo en medio de sus relaciones oficiales de aprender concienzudamente el sueco.

Como representante consultar del Ecuador en los países del Báltico, amplió con diligencia y buen resultado el comercio del cacao –si bien había pasado ya la mejor época de su exportación– y comenzó a buscar mercado para productos tropicales.

Cuando por fin empezaron a surgir halagüeños resultados para la exportación del Ecuador, se torcieron los sucesos políticos en Quito. En 1935 arreció la pugna del Presidente José María Velasco Ibarra con algunos partidos políticos y el Congreso Nacional, pugna zanjada transitoriamente gracias al beneplácito militar al asumir el ministro de gobierno Antoncio Pons las funciones de Encargado del Poder Ejecutivo.

El Gobierno canceló el nombramiento de Manuel Antonio Muñoz, diplomático de larga y excelente carrera, supuestamente por su ideología derechista, aunque no perteneciese al partido conservador.

Algunas gestiones consiguieron un nuevo nombramiento, incompleto y disminuido: fue designado  simplemente cónsul honorario sin sueldo y con la mera posibilidad de percibir como remuneración una parte de las tasas consulares que se aplicaron a los trámites de su despacho.


El problema judío

Manuel Antonio siguió  porfiando de todas formas en su empeño consular; sin embargo, en septiembre de 1939 la situación de Europa cambió radicalmente cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y las importaciones y exportaciones ecuatorianas disminuyeron  de forma drástica ante la arremetida alemana a Holanda y Dinamarca, países incluidos en su jurisdicción consular.

El reino de Suecia  continuaba libre, pero su vida se llenó de zozobra y dificultades económicas, casi aislado, sujeto a continuas amenazas y convertido en tablero de mortal ajedrez político que jugaban los nazis con sus adversarios occidentales.

Enfrentados a la política racial dictada por el nazismo en las reuniones masivas de Nü-remberg, líderes y asociaciones judías en algún momento descubrieron que la única posibilidad de salvar la vida de los judíos consistía en obtener pasaportes de países neutrales  que encubriesen la verdadera identidad de los israelitas.

Como exclusivamente podían emitir tales documentos los consulados acreditados en países neutrales -Suiza, Portugar y Suecia-, el consulado ecuatoriano de Estocolmo tenía la facultad de hacerlo.

Esos pasaportes, o las promesas para emitirlos que expedían algunos cónsules, no abrían sino eventualmente las puertas de la emigración a  Latinoamérica, pero, de alguna manera, constituían una relativa garantía para los judíos o, cuando menos, una posibilidad de eludir el internamiento en los terribles campos de Auschwitz  o Dachau y esperar, en caso de ser apresados su confinamiento en otros lugares menos duros.


Tal esperanza, lejos de contrariar la fría decisión nazi, encubría el propósito hitleriano de mantener unos 30.000 “rehenes” para canjearlos con ciudadanos alemanes detenidos en los países latinoamericanos.

Desde julio de ese año, el campo de Bergen-Belsen alojaba como “lugar de tránisto” a los rehenes judíos con pasaportes latinoamericanos, y trataban de mantenerlos en “condiciones aceptables” para su eventual canje.

El consulado ecuatoriano  emitió estos pasaportes para judíos, convirtiéndoles en ciudadanos del Ecuador gracias a la firma y los sellos de Manuel Antonio. Él jamás habló de esa ocupación suya, humanitaria, subrepticia y hasta ilegal. Solamente después de la guerra, los investigadores se han encargado de aquilatar su acción.

Pero, poco a poco, aparecieron múltiples y dramáticas historias personales en los documentos de la época. No obstante, antes las sospechas que levantó y una denuncia, en enero de 1942, el presidente de Ecuador Carlos Alberto Arroyo del Río dictó un decreto para cancelar al cónsul ecuatoriano. El Gobierno ecuatoriano presentó además formales y reiterados pedidos al Ministerio de Relaciones Exteriores de Suecia para que indagase las acciones de Muñoz Borrero. Por suerte, la investigación no trajo consecuencias ya sea por casual omisión burocrátca o por la deliberada actitud de los funcionarios que conocían las acciones, y simpatizaban con ellas.

Ocultando su condición de exconsul, siguió expidiendo pasaportes cuanto menos hasta finales de 1843 o hasta más tarde todavía. Vigilado por la Gestapo vivió en zozobra esperando lo peor. Ciertos cálculos estiman que expidió más de 1.200 pasaportes que ayudaron a sobrevivir a unos 800 judíos.


En 1964 retornó a Cuenca, trataba de insertarse poco a poco, asistiendo a reuniones familiares y a grupos culturales. Escribía  artículos sobre temas internacionales en el semanario El Tiempo y otros periódicos, sin mencionar jamás sus actividades de cónsul. Su exmujer enviudó (en 1963) de un adinerado arquitecto, después de un tiempo apropiado pidió a su Manuel Antonio reiniciar su vida matrimonial, en 1966 se reunieron. Murió, entre los suyos, en 1976.

Héroe del holocausto

Muchas de las familias a las que apoyó siguieron su rastro hasta dar con quién era, y, luego de un largo proceso, el Tribunal Supremo de Justicia de Israel resolvió, el 6 de marzo de  2011, declarar ‘Justo en las Naciones’ a Manuel Antonio Muñoz Borrero. Se plantó un árbol en su memoria  y su nombre se inscribió en el Museo del Holocausto de Jerusalén para recordarlo con un nombre permanente ‘yad vashem’ que nunca será olvidado. (F)

Gerardo Martínez Espinosa, fragmento de su obra: ‘Pasaporte a la vida’

 

 

Fuente: ElTiempo.ec

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