Judaísmo: 5778 Años De Tradición Y Resiliencia

La Antigüedad ha sido por demás pródiga en procesos civilizatorios que tras arribar al cenit de su magnificencia, se diluirían hasta desaparecer o verse reducidos cultural y territorialmente a una mínima expresión testimonial. 


Por Lic. Psic. Jorge Schneidermann

Tal fue el caso de colosales imperios como el egipcio y el romano -trágicamente asociados a la historia judía- cuya caída hacia los siglos I A.C Y VI D.C respectivamente, evidenciaría las deletéreas consecuencias sobrevinientes a la priorización de personalismos e intereses dinásticos por encima del bien común.

Para el pueblo judío, haber recorrido la espiral de los tiempos y arribar a nuestros días en activa presencia y vigencia, no ha sido mera contingencia ni producto del azar.

Imbuido del brío libertario de los Macabeos en su lucha ante el opresor seléucida, así como del indomeñable espíritu de los defensores de Massada y de los seguidores de Bar Kojva frente al romano invasor, tras cada caída, su consigna ha sido invariablemente levantarse, aprender de los errores, re-crearse, aceptar los cambios como constante axial del devenir histórico, y a la sazón, adaptarse y arremeter cuantas veces fuese necesario contra los retos que propone cada nuevo tramo de la travesía humana.

Ahora bien, ¿de qué manera se expresa la resiliencia en la impronta identitaria del pueblo judío?

Este concepto, originado en el ámbito de las ciencias naturales y luego extendido hacia diversas áreas del espectro disciplinar, refiere a la capacidad propia de ciertos materiales (aleaciones, maderas, fibras), de retornar indemnes a su condición original luego de su sometimiento a maniobras deformantes o estrés. La misma también es constatable en ciertos ecosistemas asolados por desastres naturales u otras perturbaciones.

Trasladada a la circunstancia humana, la resiliencia se manifiesta en la aptitud y actitud de aquellos individuos y colectivos que expuestos a situaciones extremadamente adversas -y ante las cuales se les presupone vulnerables- suelen sobreponerse y emerger de las mismas eventualmente vigorizados y transformados.

Obviamente, la resiliencia no constituye don o atributo atávico exclusivo de individuo o cultura alguna. Empero, ha sido intemporalmente consustancial a la esencia ontológica de un pueblo inveteradamente orientado -fiel al Conatus spinoziano- a esforzarse cuanto esté a su alcance por preservar en su ser (Spinoza, 1677).

Civilización, nación, cultura, religión… el judaísmo se expresa en todos y cada uno de esos conceptos, pero sin agotarse en ninguno de ellos. De hecho, establecen entre sí vasos comunicantes por donde circulan libremente las razones y emociones que forjan su relato identitario dinámico y multicultural.

Más allá de los lógicos procesos de enculturación y aculturación inherentes a las avatares de la dispersión, 16 millones de judíos de raigambre ashkenazi, sefaradí o mizrahí -consagrados o no a la observancia religiosa- reavivan hoy en Israel y el resto del mundo la inextinguible flama de su milenario y acendrado sentimiento de pertenencia nacional.

No sé si somos el pueblo elegido o si acaso existe alguno que detente tal condición. No obstante, sí estoy convencido que hemos elegido ser y estar, a pesar de los pesares, denomínense estos Ramsés II, Hamán, Antíoco IV, Vespasiano, Tito Flavio, Torquemada, Hitler, Stalin, Nasser, Hezbolá o Hamas.

Así ha sido desde el amanecer de los tiempos y así seguirá siendo, per saecula saeculorum…

 

 

Fuente: mensuarioidentidad.uy

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