Jerusalén, la capital de un estado

La reciente decisión de Donald Trump de trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén no es más que la manifestación de una evidencia histórica y social. 


Por Ignacio Blanco

Por mucho que les pese a los que defiende el derecho a decidir en España, los israelíes han decidido hace mucho que Jerusalén es la capital de su país. No es necesario que lo diga al ONU, ni que les autoricemos los ciudadanos de otros países. La única democracia real de Oriente Medio tiene todo el derecho a decidir dónde fijar su capital.

La reciente decisión de Donald Trump de trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén no es más que la manifestación de una evidencia histórica y social, además de un acto de justicia.

En 1945 David Ben-Gurión fijó la capital de Israel en Jerusalén. En 1995 el Congreso de los Estados Unidos aprobó la “Jerusalem Embassy Act”, una ley que regulaba la ubicación de la representación diplomática Israelí de Washington en Jerusalén. El gobierno israelí tiene su sede en Jerusalén desde 1948. Todo ciudadano israelí, considera Jerusalén como la capital de su país. Todo extranjero que viaje a Israel, percibe Jerusalén como centro del país.

Para los enemigos de Israel, que son muchos, cualquier excusa es válida para tratar de destruirlo. Los mismos palestinos que salieron a la calle para festejar la caída de las torres gemelas, son los mismos que se manifiestan violentamente, tras la decisión del presidente norteamericano. Son también los mismos que celebraron el asesinato de dos policías Israelíes en la explanada de las mezquitas o festejan los frecuentes apuñalamientos a ciudadanos de Israel.

Por otro lado, a los mansos políticos europeos parece preocuparles más una decisión burocrática de cambio de sede diplomática, que las terribles amenazas y llamamientos a la violencia de los líderes de las organizaciones Hamas, Al Fatah y Hezbollah contra todos los ciudadanos israelíes y estadounidenses. No deja de ruborizar las equidistantes declaraciones de nuestro Ministro de Asuntos Exteriores, el Sr. Dastis, o de la Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores, la Sra. Mogherini. Unos políticos más proclives a contemplar a los dirigentes de estas organizaciones político-militares, sino terroristas, que a defender el derecho de los ciudadanos israelíes a decidir democráticamente donde fijar la capital de su país.

Lamentablemente, nuestros políticos, con esa velada condena a Israel y aceptación implícita de las reivindicaciones de sus enemigos, otorgan una gran victoria a los que desean la desaparición del estado judío y lastran la solución pacífica del conflicto. Entorpecen una solución pacífica cuando conceden al que se sabe perdedor el arma de la opinión pública. Un arma que utilizan hábilmente los líderes palestinos, sabedores de que su anhelada destrucción de Israel es imposible sin el apoyo ignorante de occidente.

Un Israel que realiza constantes concesiones al proceso de paz. Única parte que las hace, pues del lado palestino sólo se escuchan demandas y nunca ofrecimientos, más allá de su explícito deseo de la destrucción de su vecino. Un vecino que pese a contar con la fuerza necesaria para acabar con esta eterna confrontación, no ha optado por esa solución. En cambio, ha realizado innumerables concesiones, impensables si tuvieran que venir del lado palestino, como la firma en 1994 del acuerdo de El Cairo, por el cual Israel voluntariamente se retira de Jericó, en Cisjordania y de la franja de Gaza. La entrega de la gestión de la Explanada de las Mezquitas a la autoridad palestina, por Moshe Dayan en 1967, algunos dicen que su mayor error. Muchas otras, como la apertura de los pasos fronterizos con Gaza, cuando Egipto los mantiene cerrados. ¿Puede imaginarse usted cual sería la situación de Israel si la fuerza militar la tuvieran los palestinos y nos los judíos?. ¿Cuánto tiempo habría existido el estado de Israel?.

Nunca habrá paz entre Israelíes y Palestinos, porque estos últimos no la desean. Más preocupados por la destrucción de Israel que por el bienestar de sus ciudadanos, los dirigentes palestinos sólo desean una paz que pase por la eliminación de sus vecinos.

Israel es un país democrático, donde los musulmanes tienen una importante representación parlamentaria. Una representación que los judíos tienen vetada en los países de su entorno. Su crecimiento poblacional es extraordinario, permitiendo al tiempo que sus ciudadanos tengan una renta per cápita superior a la Europea. La presión demográfica, tanto propia como externa, restringe las concesiones territoriales, que serán además inútiles, pues no habrá paz con quienes pretenden la eliminación de Israel.

Israel es hoy todo lo que está dejando de ser Europa. Israel es progreso y riqueza para sus ciudadanos. Es democracia sin complejos. Es respeto por todas las opciones religiosas, políticas o sexuales. Es coraje para defender a los suyos en un entorno muy hostil. No me imagino a los acomodados dirigentes europeos sometidos a los problemas que enfrentan los gobernantes israelíes. Cuando ese día llegue, estoy seguro que Europa, tal y como hoy la conocemos, habrá desaparecido.

Por contra, los palestinos, pese al torrente de ayuda financiera internacional que reciben, son gobernados por dos organizaciones político-militares, Al Fatah en Cisjornania, y Hamas en Gaza, con evidentes implicaciones terroristas, que utilizan a su población contra Israel para lograr la condena occidental, única victoria que obtienen frente a los judíos. No cuidan de su pueblo, lo utilizan en lo económico para beneficio de unos pocos y en lo militar para poner los muertos que condenen al estado judío internacionalmente.

Palestina, con una población cercana a los 4 millones de habitantes, poco menos que la mitad de Israel, mal vive con una renta per cápita de 2.659€/año, frente a los 33.716€/año de los Israelíes. Un gasto en educación per cápita en palestina de 34€/año, frente a los 1.629€/año de Israel.

El problema de los palestinos no son los israelíes, son sus propios dirigentes. Su pobreza, la frustración y el odio hacia los judíos, tienen origen en sus gobernantes y no en los israelíes, que compartiendo territorio han sabido ofrecer bienestar a sus ciudadanos. El mejor futuro para los palestinos pasaría por ser ciudadanos israelíes. Aunque sería muy complejo socioeconómicamente para Israel acometer ese proceso, resulta evidente que el palestino viviría mejor en Israel que como ciudadano de su propio país.

Reconocer Jerusalén, como capital de Israel, es la constatación de un hecho, y puede que sea el primer paso para la solución definitiva del conflicto Palestino Israelí. La idílica solución de dos estados pacíficos, se ha demostrado inviable durante mucho tiempo, pues una parte sólo piensa en la destrucción del otro. Es hora de pensar en la paz verdadera y en el bienestar de Palestinos e Israelíes.

 

 

Fuente: LaGaceta

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