Ciudad de la fe donde miles rezan por la paz

Israel hace notable obra que salva lugares milenarios de Jerusalén. 


El ingreso a la basílica del Santo Sepulcro muestra un incesante flujo de fieles. Foto: D. Rodríguez

Por Daniel Rodríguez Oteiza

Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella.

Lucas 19:41

Es la ciudad de la fe, musulmana, judía y cristiana. Su valor material —debido a su rica e inigualable historia— es incalculable, pero ese valor no es el que importa ni se tiene en cuenta por ninguna de las partes involucradas en un proceso histórico que atrapa y provoca desavenencias hasta nuestros días, sino el de ser un símbolo espiritual y de devoción. Es la ciudad que muchos han conquistado, pero en realidad parece un sueño inalcanzable. Los cuatro kilómetros cuadrados de la ciudad bíblica, histórica de Jerusalén han sido destruidos, reconstruidos, y sometidos —desde el año 63 AC hasta 1948— al dominio romano, bizantino, árabe, cruzado, mameluco, otomano y británico, en una historia intensa marcada por la pasión de los tres credos religiosos, pero también por la violencia, la persecución y la conquista despiadada.

Sagrado.

Jerusalén fue creciendo a partir de su mágica Ciudad Vieja hasta desarrollarse en su realidad actual con modernos edificios, avenidas y calles de intenso tráfico, ser un centro de liderazgo tecnológico, y alcanzar una población de 850.000 habitantes, de los que 532.000 son judíos, 315.000 musulmanes y 12.500 cristianos. Como desde hace 4.000 años está en el centro de la escena mundial —más allá de lo que este término significa en cada periodo— y suscitando reacciones extremas, quizás por los valores únicos que la definen.

No existe otra urbe que sea el sitio más sagrado para los judíos por el lugar donde se erigía su templo y está el Muro de los Lamentos como último vestigio del Segundo Templo destruido por los romanos en el año 70 DC, el tercer lugar santo del Islam —las mezquitas de Al Aqsa con su cúpula plateada, el lugar desde el que Mahoma habría ascendido al Paraíso y de Omar, con su brillante cúpula dorada, lo confirman de manera majestuosa— y el ámbito de mayor devoción de los cristianos, ya que en las estrechas calles de la milenaria ciudad hasta el interior de la Basílica del Santo Sepulcro están marcadas las estaciones de la pasión, sufrimiento, muerte y resurrección de Jesús.

Por ello, en el laberinto de calles de lozas que han sido transitadas durante siglos y en algunas extensiones están desde el tiempo imperial romano como testimonio de una historia que continúa, se observan rostros y escuchan idiomas que exponen la diversidad de orígenes, en la mayoría de los casos distantes, de los fieles que llegan todos los días para ver, sentir, estremecerse y emocionarse —cada uno en el ámbito de su fe— con el clima espiritual que envuelve a la ciudad y se siente al dar los primeros pasos.

Al recorrer la Ciudad Vieja —como lo hizo el enviado de El País en los días previos a que el presidente Donald Trump la reconociera como capital de Israel y que trasladaría hacia allí la embajada estadounidense— surge un clima de armonía íntima. Sin duda, como en las últimas semanas y en otros periodos, hay estallidos de violencia y de enfrentamiento entre palestinos y las fuerzas de seguridad de Israel. Pero, fuera de esos momentos de máxima tensión, y de los reclamos que hacen numerosos árabes que se consideran marginados, en la Jerusalén antigua predomina una actitud compartida de paz y de convivencia.

Reunificada.

El año que recién finalizó tuvo un significado especial para Jerusalén y volvió a marcar desavenencias. Hace 50 años, las Fuerzas de Defensa de Israel, victoriosas en la Guerra de los Seis Días, tomaron la totalidad de la ciudad, que estaba por una parte en manos de Jordania y por otra de los israelíes, desde 1948, cuando estalló la Guerra de la Independencia. No bien Israel se declaró estado independente el 14 de mayo de 1948, en función de la resolución 181 que aprobó la Asamblea General de Naciones Unidas el 29 de noviembre de 1947 —Uruguay fue protagonista decisivo de ese proceso— fue invadido por los ejércitos de Egipto, Siria, Jordania, Irak y Líbano. La acción militar confirmó la certeza que existía desde que Naciones Unidas votó el Plan de Partición impulsado por Uruguay y Guatemala en Unscop (la comisión especial para Palestina). Los países árabes votaron en contra, pese a que el plan creaba el Estado Palestino con fronteras definidas en su totalidad y establecía los mecanismos de cooperación económica y en otros campos con el Estado Judío (así lo llama la resolución) hasta que cada uno pudiera afianzarse y seguir su propio camino.

Esa resolución, después de un profundo análisis y de duras discusiones en Unscop, estableció a Jerusalén como un corpus separatum que estaría regido por una administración internacional de Naciones Unidas durante diez años, para luego evaluar los resultados y la situación y convocar un referéndum para que los habitantes decidieran libremente el destino de la ciudad. Nada de eso pudo realizarse porque la invasión al novel Estado de Israel, en 1948, impidió que se aplicara la mitad de la resolución —la creación del Estado Palestino— y de otros mecanismos.

Las visiones divergentes continúan como desde el primer día. La sensibilidad del problema quedó en evidencia en las últimas semanas, a raíz de la decisión de Trump y el rechazo a esta de los árabes, los palestinos y gran parte de la comunidad internacional. Las posiciones siguen inalteradas: el pueblo judío considera a Jerusalén como su capital histórica desde hace más de 3.000 años por motivos religiosos y políticos, mientras los palestinos reivindican la zona este como la capital de su futuro Estado.

Reconstruyen.

Las autoridades de Israel desarrollan desde que reunificaron la ciudad, una labor permanente, sobre la base de sólidos conocimientos científicos y técnicos, que ha permitido preservar y reconstruir estructuras milenarias, así como hacer hallazgos históricos —El País recorrió nuevos descubrimientos vinculados con un palacio del Rey David, que serán librados al público en pocas semanas. La tarea que tiene como protagonistas a arqueólogos, arquitectos, ingenieros y otros expertos, ha salvado del deterioro y podría decirse de la destrucción a gran parte de la ciudad antigua, tanto en los barrios judío, como musulmán y cristiano. No es una tarea reciente, sino que comenzó hace medio siglo. Quienes visitan Jerusalén, reconocen y valoran los notables resultados.

Un ejemplo lo ilustra: El País recorrió junto a ganadores del Premio Jerusalén, guiados por uno de los arqueóligos, un sector de las estrechas alcantarillas que se retrotraen al comienzo de la era cristiana, y que se extienden por más de un kilómetro bajo tierra. Los expertos de Israel las reconstruyeron y restablecieron a su estado original.

La polémica sigue encendida en torno a Jerusalén. Pero, hace 70 años, con Uruguay en un papel clave, Naciones Unidas abrió una oportunidad que pudo ser excepcional para la humanidad.

Innovación: 570 empresas de ciencia y tecnología

El ministro de Asuntos y Patrimonio de Jerusalén, Zeev Elkin, es un hombre optimista, con fe en el futuro y con decisión para impulsar junto con la Alcaldía a una ciudad vibrante que tiene un rico pasado y un presente de liderazgo en tecnología que le abre perspectivas espectaculares. La urbe ha enfrentado grandes desafíos económicos, pero en los últimos cinco años ha experimentado lo que las jerarquías de ese ministerio definen como “un renacimiento de la innovación”, que la convierte en uno de los cinco centros tecnológicos emergentes principales del mundo. El programa Jnext de apoyo a la tecnología es base de ese crecimiento. Pocas cifras bastan para ilustrar el cambio: hay 570 empresas de alta tecnología y ciencias, las que lograron más de US$ 1.000 millones en inversiones, y el gobierno dará US$ 100 millones, además del respaldo que ya brinda al sector. A eso se suma la actividad académica y de investigación liderada por la Universidad Hebrea, entre otros centros de enseñanza superior.

Enjambre de idiomas y aromas en el laberinto de calles antiguas

Inglés, francés, sueco, alemán, polaco, español, chino y otra diversidad de lenguas forman un enjambre sonoro en el laberinto de calles de Jerusalén, que muestra la irresistible atracción del área histórica de la ciudad de las tres religiones. Cada día, miles de fieles arriban de distintas procedencias, unidos por el mismo impulso espiritual y de fe. En las estrechas calles por las que -con excepción de la más ancha vía de acceso por la Puerta de Jaffa- resulta imposible el tránsito de vehículos, también se mezclan los aromas que surgen de los puestos de frutas, verduras y especias del popular mercado, con la oferta de rosarios, cruces y otros elementos religiosos. Puede parecer una irreverencia, como también puede parecerlo que por las calles donde están señaladas las estaciones del Vía Crucis, pasen miles de ciudadanos que en muchos casos no se detienen a valorar el poderoso significado de esos lugares. Pero, no es así, sino que los barrios mas antiguos también tienen la vida propia de los tiempos actuales.

Jerusalén antigua constituye un sugestivo ámbito en el que se requiere paciencia para tener la emocionante oportunidad de ingresar a algunos lugares sagrados. Un sacerdote que dialogó con el enviado de El País y también lo aconsejó, expone paz interior y paciencia infinita al explicarle a cada persona que llega al Santo Sepulcro que no puede permanecer más de 30 segundos para darle el lugar y la oportunidad a otros. Todos cumplen (cumplimos).

 

Fuente: ElPais.uy

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