Trump debe definir la nueva misión estadounidense en Siria

Una de las peores cosas que hizo Obama cuando estaba en el poder fue anunciar una “línea roja” respecto al uso por parte del Gobierno sirio de armas químicas y después, en 2013, negarse a hacerla efectiva. Su pasividad dio luz verde a Bashar Asad para cometer nuevas atrocidades, incluso de nuevo con armas químicas, como hizo el pasado martes. También envió al mundo un paralizante mensaje sobre la indecisión de Estados Unidos. La falta de credibilidad de Obama era evidente para países depredadores como Rusia, China, Irán y Corea del Norte, y les animaba a seguir violando las normas internacionales. Quizá no sea del todo una coincidencia que Vladímir Putin invadiera Ucrania un año después; como mínimo, que EEUU no actuara en Siria debió de dar  a Putin la seguridad de que Obama no haría gran cosa para frenarlo.

Tiene, por lo tanto, una considerable importancia que el presidente Trump haya atacado una base aérea siria con 59 misiles de crucero como represalia ante el uso por parte de Asad de armas químicas. Es un paso pequeño pero significativo para recuperar la credibilidad perdida de Estados Unidos y lanzar un aviso a sus adversarios. Hay un nuevo sheriff en el lugar, y será mucho menos dubitativo que Obama respecto al uso de la fuerza.

Entre otras cosas, el ataque es una señal para Vladímir Putin de que, a pesar de la indudable ayuda que sus servicios de inteligencia prestaron a la campaña de Trump interviniendo los correos electrónicos del Partido Demócrata, no puede esperar que el presidente de EEUU actúe a favor de los intereses de Rusia, que en este caso significaría apoyar al régimen de Asad. El mensaje para Teherán es que los días en que EEUU ignoraba las agresiones respaldadas por Irán en Oriente Medio han terminado; la nueva Administración estadounidense ya no tiembla a la hora de atacar al aliado número uno de Teherán, el régimen de Asad, por temor a frustrar el acuerdo nuclear.

Todo esto está muy bien, pero no sabemos qué significa el ataque de la noche del martes para el futuro de la política estadounidense sobre Siria. Al fin y al cabo, exactamente una semana antes el secretario de Estado, Rex Tillerson, había declarado: “Creo que el (…) estatus a largo plazo del presidente Asad será el que decida el pueblo sirio”. Esto fue generalmente considerado un apoyo al régimen de Asad, que bien podría haberle dado confianza para la utilización de armas químicas, creyendo (equivocadamente) que EEUU no respondería.

¿Y ahora? Tillerson dice que “no parece que vaya a haber un papel para Asad en el gobierno del pueblo sirio”; pero también: “En modo alguno intentaría extrapolar eso a un cambio en nuestra política o postura en relación con nuestras actividades en Siria. No ha habido ningún cambio en ese estatus”.

Entonces, ¿está EEUU ahora a favor de actuar para apartar a Asad del poder o no? No se sabe. Igual que tampoco se sabe si EEUU hará algo en el futuro cuando Asad ataque a la población civil con armas convencionales como las que provocaron la inmensa mayoría de las casi 500.000 muertes que lleva causadas la guerra civil en estos seis años.

Los mensajes lanzados por la Administración para explicar el ataque con misiles de crucero no se centran en la necesidad de salvar vidas sirias per se, o en poner fin a las matanzas de Asad, sino, más concretamente, en la necesidad de reafirmar una norma internacional contra el uso de armas químicas. Como dijo el propio presidente Trump el jueves por la noche: “Atañe a los intereses vitales de la seguridad nacional de los Estados Unidos impedir la difusión y el uso de armamento químico”.

Esta es una medida perfectamente legítima, si bien limitada; pero al mundo entero le resultaría muy útil si Trump explicara con más detalle por qué actuó y cuáles serán las derivadas para la política estadounidense. Se trata, al fin y al cabo, de un súbito cambio de dirección de un presidente que se oponía al uso de la fuerza en 2013 para hacer efectiva la “línea roja” de Obama; que prometió mantenerse al margen del “atolladero” sirio y que dijo que su política sobre Siria se limitaría a cooperar con Rusia contra el ISIS. Un presidente es libre, por supuesto, de adoptar políticas distintas de las que defendió en campaña electoral, y muchos lo han hecho. Pero es imperativo que Trump explique ahora por qué ha cambiado de opinión y qué augura esto para la futura política estadounidense no sólo en Siria sino en las demás partes del mundo.

El horror que sintió Trump por el ataque era genuino y conmovedor: “Fue una muerte lenta y brutal para muchos, incluso hermosos bebés fueron cruelmente asesinados de esta manera salvaje”, dijo el jueves por la noche. “Ningún hijo de Dios debería sufrir ese horror”. Pero este no era ni el primer ataque ni el peor. ¿Por qué este ataque sí le llevó a actuar tras haberse declarado en contra de hacerlo? La explicación evidente es que el del martes pasado se produjo con él al mando y se vio impelido a responder por las horribles imágenes que vio en TV. Pero ¿está ahora fijando un nuevo estándar para la intervención humanitaria de EEUU en respuesta a violaciones flagrantes de los derechos humanos, o ha sido un suceso puntual?

El problema con Obama es que eran tan deliberativo y dubitativo que a menudo se quedaba paralizado y no actuaba. El peligro es que Trump sea tan impetuoso y errático que cambie de rumbo y ataque sin pensar las consecuencias. El ataque del jueves por la noche fue bastante limitado, pero, teniendo en cuenta lo mucho que se aleja del cuasi aislacionismo –la política exterior que defendió el Trump del “América primero”–, genera preguntas sobre a dónde se dirige su Administración, y convendría que el presidente hablara de ello en un gran discurso que explicara la evolución de su doctrina en política exterior.

© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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