Seguimos viviendo con el mayor error de Eisenhower (y 2)

Naser avanzó en el mundo árabe dando zancadas de coloso después de su victoria, propiciada por EEUU, en la Crisis de Suez, y se volvió más descaradamente antiamericano a medida que fue cobrando fuerza. Ya no podía engañar a Ike, pero tampoco necesitaba ya a Estados Unidos.

Ahora bien, y a diferencia de algunos presidentes estadounidenses, Eisenhower aprendió de sus errores. En 1958, cinco años después de jurar el cargo, dio marcha atrás. En vez de adular a Egipto, desplegó a los marines en el Líbano para apuntalar al presidente Camille Chamún, asediado por los aliados locales de Naser.

En sus memorias, Eisenhower escribió:

En el Líbano, se trataba de saber si era mejor ganarse el profundo resentimiento de casi todo el mundo árabe (y de parte del resto del Mundo Libre), y arriesgarse así a una guerra general con la Unión Soviética, o hacer algo peor, es decir, nada.

Esto es lo que dijeron casi literalmente los británicos para justificar su propia guerra contra Naser cuando Eisenhower les dio la bofetada en forma de sanciones paralizantes.

La realidad obligó a Estados Unidos a dar media vuelta. Toda la cosmovisión de Ike sobre Oriente Medio se derrumbó. Ya antes de enviar a los marines al Líbano había anunciado que EEUU estaba ocupando el lugar de Gran Bretaña como potencia preeminente en Oriente Medio. Tuvo que empezar otra vez de nuevo, aunque no quisiera hacerlo. “Naser, el gigante que surgió de la Crisis de Suez, aplastó la Doctrina Eisenhower como una colilla bajo el zapato”, escribe Doran.

¿Qué ocurrió entre la Crisis de Suez y la intervención de Eisenhower en el Líbano? Un par de cosas.

La esperanza de Ike de llevar Siria a la órbita estadounidense, junto con Turquía y Pakistán, se derrumbó de manera espectacular. Eran tantos los sirios embelesados con Naser tras la victoria de Egipto en el canal de Suez, que Damasco, asombrosamente, se dejó anexionar por El Cairo. Egipto y Siria se convirtieron en un solo país –la República Árabe Unida–, con Naser como dictador de ambos.

El intento de Washington de presentar a Arabia Saudí como contrapeso regional de Egipto también se vino abajo cuando Naser acusó a los saudíes de intentar asesinarlo y fomentar un golpe de Estado en Damasco. Los saudíes respondieron apartando al rey Saud y sustituyéndolo por su hermano menor naserista, el príncipe heredero Faisal.

El golpe final vino con el brutal derrocamiento de la monarquía hachemí, proocidental, en Irak y la mutilación pública de los cadáveres de la Familia Real, con lo que colapsó el último pilar de la alianza antisoviética de EEUU en Oriente Medio. Eisenhower no tenía más opción que dejarse de astucias y volver a la primera regla de la política exterior: recompensa a tus amigos y castiga a tus enemigos.

Recompensar a tus amigos y castigar a tus enemigos ha sido la política exterior tradicional de todos los Estados poderosos desde la Antigüedad. Por una sencilla razón: funciona. Todo lo demás es casi siempre desastroso. No: no siempre ganarás todas las batallas o la guerra; y sí: a veces tienes que trabajar con un enemigo para derrotar a otro. Pero lo que es seguro es que trabajar con los enemigos para derrotar a los amigos es algo que te estallará en la cara, como Eisenhower y tantos otros aprendieron de primera mano.

Eisenhower aprendió otras duras verdades que aún hoy siguen confundiendo a los responsables de la política exterior estadounidense. Los árabes no son un bloque monolítico y jamás lo han sido, y la manida división entre suníes y chiíes es sólo una de las líneas de fractura. Además de por la religión, los árabes se dividen por tribus, por regiones, por orígenes nacionales y por ideología. Están tan unidos en sus odios cainitas como lo están en su odio hacia Israel.

“La ola revolucionaria que barrió Oriente Medio tras la Crisis de Suez”, escribe Doran, “supuso para Eisenhower un curso intensivo sobre la complejidad del conflicto interárabe”. “La ola produjo una larga serie de crisis –un día en Siria, el siguiente en Jordania, y al otro en el Líbano–, de las cuales ninguna tenía la más ligera conexión con el imperialismo o el sionismo. De resultas, Eisenhower aprendió que, como los árabes estaban perpetuamente enfrentados entre sí, ningún intento de organizarlos en un bloque único tenía posibilidad de éxito”. Ni siquiera el propio Naser pudo con eso.

Naser, al final, era una megalómana bola de demolición, y habría provocado mucha menos destrucción si Eisenhower no se hubiese tragado su patraña y no lo hubiera aupado en su ascenso. “Naser era el monstruo de Frankenstein”, escribe Doran. “Sus grandes logros, los triunfos sobre los que construyó su reputación, fueron de factura enteramente estadounidense”.

Eisenhower nunca admitió en público que dejó que Naser lo engañara, o que debió haberse alineado con sus aliados europeos. Nunca reconoció al mundo su chapuza en Egipto. Siempre insistió en que hizo lo correcto, y los historiadores convencionales le han dado mayoritariamente la razón.

Ike’s Gamble es un correctivo que debió haber llegado hace tiempo. Doran prácticamente demuestra que Ike lamentó en privado sus primeras medidas en política exterior. Eisenhower confesó extraoficialmente a una serie de personas que habría querido manejar Suez de otra manera. Una de esas personas era su vicepresidente, Richard Nixon, no precisamente la más fiable de las fuentes. No obstante, Eisenhower dijo lo mismo a varios diplomáticos muy valorados de Europa y Oriente Medio, y, en cualquier caso, su política exterior fue llamativamente distinta tras la chapucera gestión de la Crisis de Suez. “Como todos los políticos, Eisenhower odiaba admitir en público que había metido la pata, pero la verdad brutal pendía ante sus ojos como un cadáver colgado de una cuerda”, escribe Doran.

Eisenhower ya no daría su apoyo a un Estado árabe –sobre todo al Egipto de Naser– a costa de los aliados tradicionales de Estados Unidos. La lista de aliados de EEUU incluía el Estado de Israel, al que Ike consideró en su día no una carga sino un activo.

Los israelíes les dirán que la primera regla de la diplomacia en Oriente Medio es: “No seas mamón”. Eisenhower se dejó mamonear. No lo mamonearon porque fuese estúpido. Simplemente creía algunas cosas sobre Oriente Medio que parecían ciertas pero que no lo eran.

Esas cosas eran: que, como el país árabe más poderoso, Egipto podía poner todo el mundo árabe a favor de los americanos en la Guerra Fría; que los principales obstáculos eran el colonialismo europeo y el sionismo y que Occidente tenía que adular a los nacionalistas panárabes como Naser porque al final acabarían dominando la región. Esas ideas eran erróneas, pero no resultaban controvertidas. Al contrario: era lo que se creía comúnmente en Washington por aquel entonces, y combinaban bien con el antiimperalismo republicano de Eisenhower. “Es imposible exagerar el impacto que tenía la imagen de América como mediadora honrada en el pensamiento de Eisenhower”, escribe Doran. “Palabras como idea, concepto y estrategia describen mal la naturaleza de esa visión. Paradigma, cosmovisión o sistema de creencias son más adecuadas”.

Eisenhower, Dulles y casi todos los demás en Washington creían, por lo tanto, que resolver el conflicto árabe-israelí y desinflar el colonialismo europeo importaba más que cualquier otra cosa en la región, y prácticamente no prestaron ninguna atención a todos los conflictos interárabes, a la mesiánica pugna de Naser por gobernar sobre todos los árabes desde El Cairo y a su empeño de utilizar el respaldo soviético para ello. Ike no estaba interesado en los remotos y muy locales conflictos árabes. Casi ni se percataba de ellos. No había lugar en su cosmovisión para ellos. Sólo quería mantener a la Unión Soviética fuera de Oriente Medio, y la pifió. Antes de que acabara su segunda legislatura, la Unión Soviética no sólo contaba con Egipto entre sus aliados: también tenía Siria e Irak.

¿Por qué importa hoy todo esto? Porque dos de las ideas equivocadas de Eisenhower son tan difíciles de matar como un terminator: 1) que el mundo árabe es un bloque homogéneo y 2) el concepto relacionado de que una alianza con Israel perjudica nuestras relaciones con los árabes en todas partes. Ninguna de las dos es cierta, y jamás lo han sido. Los aliados naturales de Estados Unidos en Oriente Medio o toleran nuestra amistad con Israel u odian secretamente a Israel menos de lo que expresan en público, y los más despiadados enemigos de Israel jamás se alinearán con Estados Unidos, de todos modos. Eisenhower y Dulles acabaron dándose cuenta de ello, pero a los presidentes y responsables de la política exterior les cuesta horrores aprender de los errores de sus predecesores.

Antes de que entrara en razón, el secretario de Estado Dulles escribió: “El factor Israel, y que la gente de la región asocie mentalmente a Estados Unidos con las políticas colonialistas e imperialistas de Francia y Gran Bretaña, son una piedra que llevamos al cuello”. Hay un grano de verdad en eso, pero apenas tiene relevancia. La gente y los gobernantes de Oriente Medio se desprecian unos a otros tanto, y a veces incluso más, de lo que desprecian a Israel. Esto ha sido así desde el día en que nació Israel, y no ha dejado de serlo ni siquiera cinco minutos.

Eisenhower enfureció a los egipcios simplemente porque trató de forjar una alianza con Irak contra la Unión Soviética. La máquina de propaganda de Naser, escribe Doran, “lo trató como el crimen del siglo”. Ike no se lo esperaba. Los británicos, en cambio, sí, porque ya habían aprendido que si no te puedes permitir enfadar a los líderes árabes, entonces no puedes hacer alianzas con nadie en Oriente Medio, sean judíos o árabes.

“La cosmovisión del mediador honrado”, escribe Doran, “se instaló en los funcionarios occidentales como un perverso deseo de rehuir a los amigos y abrazar a los enemigos“. Eso era nada menos que a principios de la década de 1950, mucho antes de que yo naciera. Washington no ha cambiado mucho desde entonces.

© Versión original (en inglés): The Tower
© Versión en español: Revista El Medio

Michael Doran, Ike’s Gamble: America’s Rise to Dominance in the Middle East, Free Press, 2016.

“Seguimos viviendo con el mayor error de Eisenhower (1)”.

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Fuente: El Medio

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