Rusia está armando a los talibanes

Hasta aquí llegó el reinicio de relaciones con Rusia de Donald Trump. El Ejército de Estados Unidos acaba de confirmar que en los últimos ocho meses Rusia ha estado armando a los talibanes.

“Seguiremos recibiendo informaciones sobre esta ayuda”, declaró el general John Nicholson en una rueda de prensa junto al secretario de Defensa, James Mattis. “Nosotros apoyamos a quien quiera ayudarnos a avanzar en el proceso de reconciliación [afgano], pero armar a los beligerantes que perpetran ataques como el que vimos hace dos días en Mazar e Sharif no es la mejor forma de avanzar hacia una reconciliación pacífica”.

No habrá reconciliación con Rusia en el corto plazo, sea cierto esto o no, pero especialmente si lo es. Y es casi seguro que lo es. Los rusos dicen que están armando a los talibanes para que los gemelos ideológicos de Al Qaeda puedan combatir al ISIS. Es una proposición dudosa. Están apareciendo ametralladoras pesadas rusas en manos de talibanes alejados de las posiciones del ISIS. Más importante es que Rusia ni siquiera niega que los está armando.

La idea de que Moscú es un aliado natural contra los terroristas del islam radical se basa en una fantasía. Una fantasía muy convincente, sin duda. En apariencia, los rusos son un poco como nosotros. La mayoría son blancos y predominantemente cristianos. La mayor parte de Rusia está en Asia, pero su capital está en el continente europeo. Su expansión por el este hacia Alaska, Hawai y, sí, California difiere bastante de la expansión por el oeste de EEUU hacia los mismos lugares, pero nuestra historia expansionista se solapa más con la de Rusia que, por ejemplo, con la de Noruega. Estados Unidos es claramente un vástago del Imperio romano, como sugiere buena parte de la arquitectura de Washington, mientras que Rusia se ha considerado a sí misma durante mucho tiempo la Tercera Roma, tras el Imperio romano original y el bizantino. Y durante gran parte del siglo XX Estados Unidos y Rusia fueron las superpotencias gemelas del mundo.

Ahora que el comunismo ha caído en todas partes salvo en Corea del Norte, Cuba y Laos, y que los terroristas islamistas amenazan a buena parte del mundo –especialmente en tierras musulmanas, pero también en Estados Unidos y Rusia–, una alianza, al menos contra esa amenaza concreta, entre Moscú y Washington tiene perfecto sentido. Los estadounidenses que la anhelan y que están dispuestos a tolerarle a Vladímir Putin un cierto grado de comportamiento nefasto son totalmente razonables.

Putin, sin embargo, no está interesado.

La principal orientación geopolítica de Rusia ha sido antiamericana desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Durante un breve periodo, Rusia tenía demasiados problemas internos para preocuparse de en qué andaba EEUU, pero con el ascenso del exfuncionario del KGB Vladímir Putin, cuya visión del mundo fue moldeada por la Guerra Fría en la misma medida que la de Ronald Reagan, ha vuelto la vieja Rusia de Jruschov y Brezhnev.

No hace falta que me crean. Simplemente observen la conducta de Putin: ha invadido y se ha anexionado partes de Georgia; ha invadido y se ha anexionado partes de Ucrania; en Siria está respaldando al régimen asesino de Asad y haciendo como que lucha contra el ISIS; y ahora está armando a los talibanes.

“¿No sería estupendo que nos lleváramos bien con Rusia?”, preguntaba Trump en la campaña del año pasado. En un universo alternativo donde fuese realmente posible, seguro que sí.

Hace un par de meses sostuve que Vladímir Putin apuñalaría inevitablemente a Donald Trump, porque es un escorpión, y eso es lo que hacen los escorpiones. Resulta que Putin ya había apuñalado a Trump. Sólo que todavía no nos habíamos dado cuenta.

© Versión original (en inglés): World Affairs Journal
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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