¿Rechazarán los partidarios del BDS la vacuna israelí contra el sida?

Es la pregunta que se plantea Oliver Jack Melnick, presidente de la asociación francesa Berger d’Israel. Y es que investigadores israelíes han dado con una proteína que, en una semana, reduce la presencia del virus en los enfermos en más de un 95%. La cuestión ahora es ver si los que fomentan el boicot a los productos israelíes y padecen esta enfermedad llevan su compromiso ético hasta las últimas consecuencias.

Cuando aparezcan la vacuna o las píldoras contra el sida, los del BDS [siglas del movimiento israelófobo Boicot, Desinversiones y Sanciones] tendrán que elegir. ¿Despreciarán los que necesiten esa medicación el descubrimiento israelí para mantener su postura contra Israel (por injustificada que haya sido) o mirarán para otro lado y aceptarán esta nueva cura milagrosa? La mayor parte probablemente elegirá la segunda opción, y aquí es donde encuentro la falla de la gente del BDS.

Los doctores encargados de administrar la cura contra el sida nunca discriminarán por razones de raza, credo, color, sexo o tendencia política. La vacuna no boicoteará a los que boicotean a Israel. Por tanto, los promotores del BDS deberían ser coherentes con su propio código ético. Si algún dirigente del BDS está infectado por el sida –y sinceramente deseo que ninguno lo esté– ¿se atreverá a morir para mantener sus convicciones contra Israel?

El profesor israelí Abraham ben Zvi encuentra un paralelismo entre Eisenhower y Obama en el ámbito de la política para Oriente Medio. Ambos trataron de distanciarse de Israel para congraciarse con los países árabes, con idéntico resultado contraproducente. Según Ben Zvi, Trump puede revertir esa situación.

Por eso los discursos del presidente electo Donald Trump sobre Israel hasta el momento son un soplo de aire fresco. El mensaje que surge de esta incipiente Administración respecto a Oriente Medio, y respecto a Israel en particular, es que el 45º presidente no se sentirá constreñido por la política regional dominante.

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Trump ve el mundo como un hombre de negocios, y es seguro que abandonaría los costosos esfuerzos de Obama por forjar una alianza global en la región. De hecho, ya ha dicho que le gustaría congelar la financiación de varias alianzas en Europa y Oriente Medio. A su juicio, EEUU debería lidiar con las cuestiones críticas del mundo de manera focal y afrontar retos globales como el Estado Islámico. Eso significa que (…) su política hacia Israel probablemente no va a estar influida por otras consideraciones o coacciones regionales.

El analista turco Semih Idiz destaca en este artículo la satisfacción del presidente de Turquía con la victoria electoral del candidato republicano. Sus desavenencias con Clinton y Obama, sobre todo en el asunto del Kurdistán, parecen superadas con la llegada a la Casa Blanca del célebre magnate. Sin embargo, no parece que todo vaya a ser tan fácil.

La elección de Donald Trump como presidente puede que haya provocado un terremoto en todo el mundo y dejado a muchos países profundamente preocupados, pero en Turquía ha tenido el efecto contrario. El presidente Recep Tayyip Erdogan y el gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo están encantados con este curso de los acontecimientos.

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El problema para Turquía es que Trump sigue siendo una incógnita en muchos asuntos. Su fuerte apoyo a Israel y su visión negativa de los musulmanes son cosas conocidas y siguen siendo problemáticas para Ankara.

La política de Trump sobre Turquía podría basarse en la expectativa de que Ankara se amolde a la visión que del islam tiene la América conservadora.

Turquía, bajo un presidente y un Gobierno fuertemente islamistas, probablemente no lo haga. La luna de miel entre Erdogan y Trump podría, en consecuencia, tener una corta duración, puesto que ambos líderes están en posiciones diametralmente opuestas respecto a asuntos cruciales.

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Fuente: El Medio

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