Las editoriales occidentales se someten al islam

Cuando se publicó Los versos satánicos de Salman Rushdie, en 1989, Viking Penguin, la editora británica y estadounidense de la novela, sufrió diariamente el acoso islamista. Como escribió Daniel Pipes, la oficina de Londres parecía “un campamento militar”, con protección policial, detectores de metales y escoltas para las visitas. En las oficinas de Viking en Nueva York, los perros olfateaban los paquetes y el lugar estaba clasificado como “punto sensible”. Numerosas librerías fueron atacadas, y muchas se negaron incluso a vender el libro. Viking se gastó 3 millones de dólares en medidas de seguridad en aquel año letal para la libertad de expresión.

A pesar de todo, Viking nunca vaciló. Fue un milagro que la novela acabara saliendo. Otras editoriales, en cambio, flaquearon. Desde entonces, el problema sólo ha ido a peor. Muchas editoriales occidentales están flaqueando ahora. Eso es lo que significa el nuevo caso de Hamed Abdel Samad.

Los Hermanos Musulmanes dieron a Abdel Samad todo lo que cualquier niño egipcio podría desear: espiritualidad, camaradería, compañía, un propósito vital. En Guiza, Hamed Samad se unió a los Hermanos. Su padre le había enseñado el Corán, y los Hermanos le explicaron cómo traducir a la práctica esas enseñanzas.

Abdel Samad renegó de ellos tras pasar un día en el desierto. Los Hermanos habían dado a todos los nuevos militantes una naranja después de que hubiesen caminado bajo el sol durante horas. Les mandaron pelar la naranja. Después, les pidieron que enterraran la fruta y se comieran las mondas. Al día siguiente, Abdel Samad abandonó la organización. Era la humillación necesaria para convertir a un ser humano en un terrorista.

Abdel Samad tiene hoy 46 años y vive en Múnich, donde se casó con una danesa y trabaja para el Instituto de Historia y Cultura Judías de la universidad. En su localidad natal egipcia, su primer libro causó un escándalo. Algunos musulmanes quisieron quemarlo. El nuevo, Der Islamische Faschismus: Eine Analyse (El fascismo islámico: un análisis), ha sido quemado en la hoguera, pero no en El Cairo por islamistas, sino en Francia por algunos franceses mojigatos.

El libro es un éxito de ventas en Alemania, donde ha sido publicado por la conocida editorial Droemer Knaur. En EEUU, Prometheus Books ha publicado una traducción al inglés con el título Islamic Fascism. Hace dos años, la editorial francesa Piranha adquirió los derechos para traducirlo al francés. Se llegó a anunciar incluso su fecha de publicación en Amazon: el 16 de septiembre. Pero en el último momento la editorial paró su lanzamiento. Su director, Jean-Marc Loubet, comunicó al agente de Abdel Samad que en estos momentos resulta inconcebible publicar su libro en Francia, no sólo por motivos de seguridad, también porque reforzaría a la “extrema derecha”.

Por criticar al islam, Abdel Samad vive bajo protección policial en Alemania y, como en el caso de Rushdie, pende una fetua sobre él. Después de la fetua viene la afrenta: ser censurado por una editorial libre. Eso es lo que hicieron los soviéticos para destruir a los escritores: destruir sus libros.

El caso de Abdel Samad no es el primero. En un momento en que decenas de novelistas, periodistas y académicos se enfrentan a amenazas islamistas, es imperdonable que las editoriales occidentales no sólo se dobleguen, sino que a veces sean las primeras en capitular.

En Francia, por criticar al islam en el diario Le Monde en una columna titulada “Nos negamos a cambiar de civilización”, el famoso escritor Renaud Camus perdió a su editora, Fayard. Antes de que se volviera repentinamente impopular entre la clase literaria parisina, Renaud Camus había sido amigo de Louis Aragon, el famoso poeta comunista y fundador del surrealismo, y estuvo a punto de formar parte de los inmortales de la Academia Francesa. Roland Barthes, la estrella del Collège de France, escribió el prefacio a la novela más conocida de Renaud Camus, Tricks, libro de culto en la cultura gay.

Después, un tribunal de París condenó a Camus por islamofobia (con una multa de 4.000 euros), por un discurso que pronunció el 18 de diciembre de 2010, donde habló de la “Gran Sustitución”: la de la población francesa mediante el caballo de Troya del multiculturalismo. Fue entonces cuando Camus se convirtió en persona non grata en su país.

The Jewel of Medina (La joya de Medina), una novela de la escritora estadounidense Sherry Jones sobre la vida de la tercera esposa de Mahoma, fue primero comprada y después descartada por la poderosa editorial Random House, que ya había pagado un adelanto y lanzado su ambiciosa campaña promocional. La nueva editorial de Sherry Jones, Gibson Square, fue más tarde atacada con bombas en Londres.

Después estaba Yale University Press, que publicó un libro de Jytte Klausen, The Cartoons that Shook the World (Las viñetas que sacudieron el mundo), sobre la historia de las polémicas viñetas de Mahoma publicadas por el diario danés Jyllands Posten en 2005 y la crisis subsiguiente. Pero Yale University Press publicó el libro sin las viñetas, y no incluyó ninguna otra imagen del profeta musulmán Mahoma.

“La sumisión de Yale University Press ante amenazas que ni siquiera han sido proferidas es el último y tal vez más grave episodio de la tendencia a rendirse ante el extremismo religioso, en concreto al extremismo musulmán, que se está extendiendo en nuestra cultura”, comentó el difunto Christopher Hitchens. Es posible que Yale estuviese esperando ser la siguiente en recibir la donación de 20 millones de dólares que el príncipe de Arabia Saudí Al Walid ben Talal acababa de otorgar a la Universidad George Washington y a Harvard.

En Alemania, Gabriele Brinkmann, una popular novelista, también se quedó de repente sin editorial. Según su editora, Droste, la novela Wem Ehre Geburt (A quienes el honor alumbra) se podría considerar como “ofensiva para los musulmanes”, y exponer a la editorial a intimidaciones. Se pidió a Brinkmann que censurara algunos pasajes. Ella se negó y se quedó sin editorial.

La misma cobardía y sumisión impregnan ahora toda la industria editorial. El año pasado, la Feria del Libro de Turín, la más prestigiosa de Italia, eligió (y luego pospuso) a Arabia Saudí como invitado de honor, a pesar de los muchos escritores y blogueros que están encarcelados en el reino islámico. (Raif Badawi ha sido sentenciado a mil latigazos, diez años de cárcel y una multa de 260.000 dólares).

Muchas editoriales occidentales están asimismo “rechazando ahora obras de autores israelíes”, al margen de sus posiciones políticas, según Time.

Fue a raíz de Los versos satánicos de Salman Rushdie cuando muchas editoriales occidentales empezaron a ceder a la intimidación. Christian Bourgois, una editorial francesa, se negó a publicar Los versos satánicos después de haber comprado los derechos, como también hizo el editor alemán Kiepenheuer, que al parecer dijo que se arrepentía de haberlo hecho y decidió vendérselos a un consorcio conformado por cincuenta editoriales de Alemania, Austria y Suiza, agrupadas bajo el nombre Un-Charta Artikel 19.

No sólo capitularon los editores de Rushdie; otras editoriales también decidieron romper filas y volver a hacer negocios con Teherán. Oxford University Press decidió participar en la Feria del Libro de Teherán, junto a dos editoriales estadounidenses, McGraw-Hill y John Wiley, pese a la petición de la editorial de Rushdie, Viking Penguin, de boicotearla. Esas editoriales optaron por responder a la censura asesina con la rendición, dispuestas a sacrificar la libertad de expresión porque los negocios son los negocios: vender libros fue más importante que expresar su solidaridad con los colegas amenazados.

Es como si en la época en que los nazis quemaban libros las editoriales occidentales no sólo hubiesen guardado silencio, sino que hubiesen invitado a una delegación alemana a París y Nueva York. ¿Resulta igual de inimaginable hoy?

© Versión en inglés: Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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