La importancia de las huelgas de hambre en las prisiones iraníes

Las huelgas de hambre en las cárceles iraníes no son una novedad. Pero la atención internacional que ha suscitado una reciente ha sacado a la luz extrañas grietas en la armadura teocrática del régimen, y brinda una enseñanza fundamental a Estados Unidos. Al poner el foco público sobre el sufrimiento de los huelguistas, Washington puede socavar la resistencia iraní a sus requerimientos.

El 31 de diciembre, el activista por los derechos humanos Arash Sadegui puso fin a una huelga de hambre de 71 días después de que Teherán accediera a su demanda de que se liberara a su esposa, Golroj Ebrahimi Iraí, que había empezado a cumplir una sentencia de seis años por sus críticas al régimen.

La huelga de Sadegui desencadenó una insólita campaña global en su defensa. En vísperas de la excarcelación de su mujer, más de medio millón de personas consiguieron que el hashtag #SaveArash (“Salvad a Arash”) fuese el más empleado en Twitter. Cientos de iraníes arriesgaron incluso la vida manifestándose delante de la tristemente célebre cárcel de Evin, en Teherán, en lo que supuso un raro ejemplo de protesta pública desde la aplastada Revolución Verde de 2009.

A finales de enero, al percibir que el escrutinio público del caso de Sadegui se había reducido, Teherán mandó a su mujer de nuevo a la cárcel, lo que le llevó a reanudar su huelga de hambre durante varias semanas. La pareja permanece en prisión. Pero este episodio, que coincidió con otras huelgas de hambre menos conocidas, afectó claramente al régimen.

El fiscal general de Irán condenó las huelgas diciendo que eran una conspiración internacional cuyo propósito era debilitar el sistema judicial del país. De manera similar, el fiscal de Teherán criticó la cobertura mediática que recibían y se lamentó de que el “enemigo” pudiera “aprovecharse de ellas”.

Es probable que la capitulación temporal de Irán en el caso Sadegui refleje ciertas sensibilidades ideológicas y políticas. El régimen encarcela a sus opositores no sólo para asegurarse el control del poder, también para reforzar su credo revolucionario, que busca remodelar la sociedad iraní conforme a los principios del islam radical.

Pero las huelgas de hambre, por su naturaleza, subrayan la impotencia ideológica del régimen. Como dijo un periodista kurdo-iraní,

la cárcel es un instrumento de anulación, pero Irán no puede controlar el poder de los presos sobre sus cuerpos, y eso le asusta.

Washington debería explotar este temor. En las últimas semanas, al menos tres eminentes iraníes –la periodista Hengameh Shahidi, la activista por los derechos humanos Atena Daemi y el sindicalista Esmail Abdi– se han declarado en huelga de hambre en cárceles iraníes. Encabezando una iniciativa internacional en su defensa, Estados Unidos puede no sólo ayudar a su causa, también subrayar los fallidos intentos del régimen de sofocar la disidencia.

En los próximos días, los funcionarios de la Administración Trump y los miembros del Congreso deberían utilizar sus plataformas para llamar la atención sobre las huelgas de hambre. Deberían exhortar a las autoridades europeas a abordar el asunto de los presos con sus homólogos iraníes. La embajadora Nikki Haley debería llevar el sufrimiento de los reclusos a Naciones Unidas. Y el Departamento del Tesoro debería imponer sanciones adicionales a entidades iraníes vinculadas a la represión.

Estados Unidos puede así exponer nuevas grietas en la armadura teocrática de Teherán y fortalecer a los moderados que tienen una visión distinta para el futuro del país.

© Versión original (en inglés): Foundation for Defense of Democracies
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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