La “cultura de paz” de Abás

El ‘rais’ tiene las manos manchadas de sangre que ha hecho correr su israelofobia. 


EPA/KHALED EL FIQI

Por Basam Tawil

El presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abás, podría ser pronto conocido por su sentido del humor. Como muchos palestinos, Abás cree que los occidentales van a tragarse enteras sus mentiras. Así, terminó su reunión del pasado día 3 con el presidente de EEUU, Donald Trump, con la siguiente trola:

Estamos educando a nuestros jóvenes, hijos y nietos en una cultura de paz.

Abás no dio más detalles sobre la “cultura de paz” en la que se está educando a los niños palestinos. Tampoco nadie se molestó en pedir a Abás o a alguien de su entorno que pusiese ejemplos. Sin embargo, los principales medios occidentales corrieron a publicar la inconfundiblementira de Abás.

Parece que Abás –como su predecesor, Yaser Arafat– está convencido de que los palestinos pueden engañar a todo el mundo, todo el tiempo sobre sus verdaderos objetivos e intenciones. Arafat mintió a los presidentes George W. Bush y Bill Clinton cuando les dijo que él y la AP estaban promoviendo la paz y la coexistencia con Israel. Con Arafat, la incitación antiisraelí en los medios, colegios y mezquitas palestinos se intensificó al punto del desencadenamiento de la Segunda Intifada, en septiembre de 2000. Esta intifada fue resultado de los siete años de feroz incitación y adoctrinamiento que siguieron a la fundación de la AP. En un giro verdaderamente irónico de los acontecimientos, los Acuerdos de Oslo, firmados entre Israel y la OLP en 1993, dieron a los palestinos medios de comunicación –televisiones y radios incluidas– que éstos usaron a diario como altavoz del odio hacia Israel y los judíos.

Arafat utilizó esos medios para decirle a su pueblo, cuando el primer ministro israelí Ariel Sharón visitó el Monte del Templo, que Israel estaba planeando destruir la Mezquita de Al Aqsa. Fue precisamente ese tipo de incitación lo que desencadenó la Segunda Intifada, en la que los palestinos llevaron a cabo una campaña masiva y despiadada de atentados suicidas y tiroteos desde coches que causaron la muerte de cientos de israelíes.

Con Arafat, hubo cualquier cosa excepto una “cultura de paz”. Su
mensaje a los palestinos fue: “¡Marcharemos hacia Jerusalén y sacrificaremos a millones de mártires por el camino!”.

A diferencia de muchos israelíes que fueron asesinados por los palestinos espoleados por Arafat, ese famoso grito de guerra sigue vivo y coleando. Hoy lo están repitiendo muchos palestinos –niños incluidos– en mítines y manifestaciones en la Margen Occidental y la Franja de Gaza. Esta llamada a las armas alienta abiertamente a los jóvenes palestinos a “marchar hacia Jerusalén” y convertirse en “mártires”.

Solo una semana después de la reunión de Abás con Trump, la facción Fatah –la del propio presidente de la AP–
llamó a los palestinos a tomar las calles y enfrentarse a los soldados y colonos israelíes. El llamamiento se hizo en “solidaridad” con los presos palestinos que están en
“huelga de hambre” en cárceles israelíes. La huelga de hambre es en realidad una jugada política en la pugna por qué terrorista será el sucesor de Abás. Los presos son terroristas, la mayoría con delitos de sangre; cuanta más sangre, más alto el ascenso.

En la lucha por el liderazgo palestino, haberte
licenciado en una cárcel israelí es mucho más importante que haberlo hecho en la Universidad de Texas en Austin. El ex primer ministro de los palestinos Salam Fayad, economista y
reformista venerado en Occidente, obtuvo sólo el 2% del voto palestino.

Al llamar al enfrentamiento con los israelíes, Fatah está incitando a los jóvenes palestinos a perpetrar ataques violentos contra soldados y colonos israelíes. Esta Fatah es la misma que dirige Abás; el mismo Abás que profiere embustes sobre la “cultura de paz”. Al expresar solidaridad con asesinos condenados y elogiarlos como referentes y héroes de los palestinos, la Fatah que lidera Abás está empujando a los jóvenes a seguir sus pasos y participar en la violencia.

Un día después de la reunión entre Abás y Trump, el actual primer ministro de la Autoridad Palestina, Rami Hamdala, participó en un acto en Ramala en solidaridad con los terroristas en huelga de hambre. En dicho acto, Hamdala
declaró el pleno apoyo de la AP a los terroristasdiciendo que estaba trabajando para llamar la atención de la comunidad internacional sobre su causa.

Como Arafat, Abás sigue utilizando las supuestas pero inexistentes amenazas a la mezquita de Al Aqsa para incitar a los jóvenes palestinos contra Israel. En los últimos cincuenta años, los no musulmanes –incluidos los judíos– han podido visitar el Monte del Templo como turistas. Las visitas se suspendieron cuando empezó la Segunda Intifada, en 2000. Pero desde que se reanudaron las visitas turísticas, hace unos años, los musulmanes han estado tratando de impedir que los judíos se acerquen al lugar sagrado. Los musulmanes afirman que los judíos pretenden “destruir” y “profanar” la mezquita de Al Aqsa (en el Monte del Templo), una falsedad que se suma a la larga lista de mentiras y libelos de sangre difundidos por Abás y muchos musulmanes. Abás hizo sus declaraciones como respuesta no a un incidente en la mezquita de Al Aqsa, como él y otros palestinos dijeron: las visitas de los judíos al Monte del Templo son frecuentes y pacíficas.

En septiembre de 2015, Abás
afirmó que celebraba “cada gota de sangre que se derramaba en Jerusalén”.

Poco después de estas declaraciones, los palestinos empezaron a librar una campaña de apuñalamientos y atropellos contra los israelíes, una violenta insurgencia conocida como Intifada de los Cuchillos. “Protegeremos Jerusalén y no les permitiremos [a los judíos] manchar [la mezquita de] Al Aqsa y la Iglesia del Santo Sepulcro con sus sucios pies”,
anunció tramposamente Abás.

Aún no está claro por qué decidió involucrar a la iglesia en la polémica que rodea a las visitas de los judíos al Monte del Templo. Lo que sí está claro es que Abás estaba mintiendo: los judíos no habían entrado ni en la iglesia ni en la mezquita de Al Aqsa.

Desde aquellas provocadoras declaraciones de Abás, decenas de jóvenes palestinos han atendido su llamada y salido a llevarse por delante al primer judío que se encuentren. Abad tiene las manos manchadas de esa sangre. Fue él quien mandó a los jóvenes a “proteger” la mezquita de Al Aqsa contra los ficticios “invasores” judíos. Es él quien sigue hablando falsamente de “multitudes de colonos que irrumpen en la mezquita de Al Aqsa”: en realidad, pacíficas visitas rutinarias que hacen los judíos al Monte del Templo. Sin embargo, gracias a las falsedades de Abás, sus medios siguen hasta la fecha de hoy hablando falsariamente de “invasores judíos y colonos que irrumpen” en los lugares sagrados islámicos y cristianos de Jerusalén. Esto, y sólo esto, es la fuente de los apuñalamientos y atropellos contra los israelíes.

Esta es, evidentemente, la “cultura de paz” a la que se refiere Abás. ¿Cómo puede pronunciar una mentira tan flagrante cuando sus medios y altos cargos siguen deslegitimando a Israel y demonizando a los judíos día tras día? ¿Cómo exactamente está Abás promoviendo la paz, cuando su Autoridad Palestina pone a colegios y plazas públicas el nombre de terroristas palestinos con sangre judía en las manos? A principios de este año, por ejemplo, la Fatah de Abás puso a un
campamento juvenil de Jericó el nombre Dalal al Mugrabi, terrorista que asesinó en 1978 a 38 civiles (13 de ellos niños) e hirió a más de 70.

Al homenajear a asesinos de judíos, lo único que está haciendo es promover una cultura de odio y violencia. Sin rodeos, su mensaje a los jóvenes palestinos es: cuantos más judíos matéis, más honor y respeto recibiréis de vuestro pueblo.

Abás habla de una “cultura de paz” en un momento en que él y su AP están incluso combatiendo todas las formas de normalización con Israel. Esta campaña contra la normalización, en Ramala y otras ciudades palestinas, pone en la diana a cualquier palestino que se atreva a reunirse con judíos (aunque sean judíos propalestinos). Opera exclusivamente bajo los auspicios del régimen de la AP. Esta campaña también promueve boicots, desinversiones y sanciones contra Israel. Su objetivo es intimidar a los palestinos que trabajan por la paz y la coexistencia con Israel y proscribir cualquier negocio con judíos. ¿Puede cualquier palestino invitar a judíos a reunirse en Ramala sin convertirse en objetivo de los matones antinormalización, de los cuales muchos están afiliados a la Fatah de Abás?

Tal vez por “cultura de paz” Abás se refiera a decir –como él y sus altos cargos dicen a menudo– que Israel es un Estado racista que practica el apartheid. A llamar a todos los judíos “ocupadores” y “colonialistas”, o a denunciar y amenazar a los niños palestinos que juegan al fútbol con críos israelíes. ¿O quizá a poner el nombre de asesinos condenados a colegios y listas electorales? Todo eso parecen maneras cuestionables de promover su “cultura de paz”.

Con Abás, la incitación y el adoctrinamiento antiisraelíes son un negocio que ha crecido exponencialmente. De hecho, ha crecido hasta el punto de que se ha criado a una nueva generación en la glorificación de los yihadistas, una generación impaciente por derramar aún más sangre judía. Si esta es la “cultura de paz” de Abás, uno se pregunta qué considerará una cultura de guerra.

 

© 
Versión original (en inglés): Gatestone Institute

© Versión en español: 
Revista El Medio

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Fuente: Unidos x Israel

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