El surrealista y farsesco proceso de paz sirio

Staffan de Mistura tiene un extraño trabajo. Naciones Unidas le paga para que organice conversaciones de paz en Ginebra que sabe perfectamente que no van a ir a ninguna parte. “Nada sustancial” se obtendrá de las conversaciones, dijo el presidente sirio, Bashar al Asad, hace unos días. Son “un simple encuentro mediático”.

Claro que lo son. Incluso los periodistas que se ganan el sueldo cubriendo Siria les prestan poca atención, y no sólo porque al público general no le interese. Nosotros tampoco estamos interesados. La única cosa noticiable aquí es que una de las partes pueda admitir que todo el asunto es una farsa y aún así continúe.

Las conversaciones de paz funcionan cuando las partes están cansadas de luchar y prefieren terminar la guerra a ganarla. Es improbable que eso ocurra alguna vez en Siria. De un lado está un régimen sectario alauí no musulmán que teme con razón que sea erradicado de la faz de la Tierra si lo derrotan grupos como Al Qaeda o el Frente al Nusra. Del otro está una mezcolanza de milicias musulmanas suníes, la mayoría de ellas islamistas, que temen –también con razón– ser liquidadas si el régimen totalitario hereje y asesino de masas se sale con la suya.

¿Qué podrían negociar? ¿Compartir el poder? Imposible. ¿Una transición hacia unas elecciones libres y limpias? Ninguna de las partes ganaría unas elecciones formales, y lo saben.

El clan Asad no se va a echar a un lado. Quien lo quiera fuera de palacio va a tener que sacarlo a tiros. Todo el mundo debería saber ya lo suficiente sobre Al Qaeda y otras milicias terroristas, tipo el ISIS y los talibanes, como para saber que tampoco transigen. Ninguno de esos tipos se parece en nada al expresidente egipcio Anwar Sadat o al rey Husein de Jordania, que firmaron tratados de paz con Israel.

Las conversaciones sirias de paz no son más reales que las elecciones sirias, en las que Asad ganó el 99,7% de los votos en el año 2000. Si el mundo occidental fuese tan autocrático como Oriente Medio y Rusia, los sirios ni siquiera se tomarían la molestia de unas elecciones o unas conversaciones de paz falsas. Lo hacen únicamente para dar buena imagen ante los crédulos occidentales. A juzgar por la ausencia casi total de cobertura mediática, o de confianza en que se obtenga algo remotamente productivo del teatro de Ginebra, están perdiendo el tiempo. Los únicos en Occidente que están de verdad interesados en algo de esto son los que cobran por aparecer.

El diplomático italiano Staffan de Mistura está limitándose a cumplir el protocolo, sin embargo, podría incluso ser sincero. Dice que no puede haber una solución al conflicto sirio sin algún tipo de acuerdo político. En realidad, sí la puede haber. La guerra terminará como han terminado casi todas las guerras de la Historia: cuando una parte gane y la otra parte pierda.

También es enteramente posible –e inevitable en el largo plazo– que ambas partes pierdan. Ningún ejército o régimen totalitario ha durado eternamente. En vez de engatusar absurdamente a los Hitlers y los Stalin de Oriente Medio para que depongan las armas y hagan la paz unos con otros y con sus vecinos, quienes de verdad estamos preocupados por Siria, y en aras de nuestro bienestar y el de Siria, deberíamos concentrarnos en que ninguno de los bandos tenga futuro.

© Versión original (en inglés): World Affairs Journal
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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